“Estamos cada día más cerca”, dijo ufano el presidente en funciones, Pedro Sánchez. Y hasta hoy nadie lo ha desmentido. Seguimos a oscuras en las negociaciones a cuatro bandas –ERC, Junts, PNV y Bildu— y estuvimos a oscuras en la negociación con Sumar. Hasta el último día en el que empezaron a filtrarse los acuerdos. Es buena señal. El silencio es la garantía de ausencia de ruido. La negociación es un tira y afloja. De planteamientos máximos o cesiones en mínimos. Retransmitir todo esto nos encantaría a los periodistas y, no lo duden, a la oposición, que se dedicaría a poner sal en la herida un día sí y otro, también. Porque mucho ruido es la antesala del fracaso. Silencio puede ser la del éxito.

Es buena estrategia ante una negociación compleja y a varias bandas, por mucho que en el Madrid de la M-30 se rasguen las vestiduras porque quieren conocer las entretelas de la negociación. Nadie ha desmentido al presidente, que parece que ha puesto la directa. Le hubiera gustado un pleno el 27 para ir el 31 a la jura de la Constitución por la princesa Leonor. No ha podido ser y ahora se trabaja en la semana del 6 de noviembre. De hecho, fuentes cercanas a Junts no ocultan que el acuerdo podría producirse entre el 1 y el 5 de noviembre. Si estuviera en la pomada, descartaría el día 2, Día de Difuntos. No me parece buena idea por el cachondeo que se desataría en las redes y en los medios.

Entonces conoceremos la letra pequeña. El alcance de la amnistía y lo más importante: su justificación. Si hay un redactado sobre la minoría nacional y si hay un relator o tres. Y veremos cómo se presenta el acuerdo, su escenificación. Lo vimos esta semana con Sumar. Primero, filtración para centrar el debate; segundo, anuncio del acuerdo a primera hora de la mañana y, tercero, escenificación. Un acto con una dosis excesiva de almíbar entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, pero mejor el almíbar que el aceite de ricino que significaron los pactos con Vox del PP de Feijóo.

Con estos movimientos, el PSOE está marcando la iniciativa y ha dejado en el rincón de pensar a Núñez Feijóo, que volvió a tener un resbalón. De nuevo, en Cataluña. Los opinadores, tertulianos y articulistas de la derecha le han dado de lo lindo. ¿Por qué? Porque Feijóo ha reconocido que el PP entabló conversaciones con Puigdemont, ha retratado al expresidente catalán como un hombre de fiar y de palabra, aseguró con firmeza que “respeta a todos los españoles” –se supone que en este punto incluye a Otegi– y que el PP debe “normalizar” las relaciones con el nacionalismo. Desde la derecha política y mediática, perplejidad. Hasta Ayuso se ha quedado sin palabras.

No es la primera metedura de pata de Feijóo en el tema del modelo de Estado. Metedura de pata porque una cosa es lo que defiende en Madrid –léase su discurso de investidura– y otra, lo que dice en Cataluña. El líder del PP ha hablado de plurinacionalidad, catalanismo constitucionalista, catalanismo cordial, ha defendido la senyera, aunque en las manis peperas brilla por su ausencia, y reconoció que era necesario buscar un encaje territorial de Cataluña en España porque “la nacionalidad catalana debe recuperar su liderazgo”.

Las bases del PP catalán no entienden nada y no es para menos. El presidente del PPC, Alejandro Fernández, menos y ha decidido plantar cara. Algunos lo estaban enterrando y el muerto está muy vivo. Tanto que la dirección nacional se encuentra ante una batalla interna, una batalla de discurso porque los vaivenes no son buenos consejeros, y sin líder para sustituir a Fernández. Un papelón que además lo ha dejado en fuera de juego en un momento político delicado.

Mientras Sánchez llega a acuerdos, tiene su papel en el escenario internacional y en Europa y centra el debate político, Feijóo está a por uvas. Encima Eurostat dice que España es el país con el menor precio de la energía y los datos del empleo, con carencias, no son malos datos que se alejan de la quiebra que auguraba Feijóo. No es de extrañar que la ministra Montero se haya ensañado con el líder del PP calificándolo de “timo ibérico”, el mismo epíteto que utilizó el líder del PP para descalificar el acuerdo sobre el precio de la energía. Esta semana, Feijóo me ha recordado unos dibujos animados titulados Pierre Nodoyuna. Pues eso.