Los de la caixa de solidaritat se han vuelto locos: pretenden que, en caso de amnistía, los que han recibido dinero para pagar sus sanciones o fianzas devuelvan el dinero. Que se lo han creído. Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. A ver si se piensan que, ante la posibilidad de quedarse con dinero de los ilusos que lo aportaron, a alguno de los represaliados se le va a pasar por la cabeza retornarlo. Esto no es Japón ni Suecia, oigan, que aquí hace un tiempo alguien afanó la caja de resistencia en una acampada independentista en la plaza de Catalunya, y echó a correr sin mirar atrás. Que manifestarse por Cataluña y reclamar libertad y amnistía está muy bonito, pero donde estén unos miles de euros conseguidos sin esfuerzo, que se quite la autodeterminación.
Me doy cuenta en este preciso instante de que existen cajas de resistencia y cajas de solidaridad, sin que alcance a ver ninguna diferencia entre ellas. Deben de ser distintos nombres para un solo objetivo: conseguir de forma rápida un dinero que nadie sabe a dónde va a parar porque nadie se da cuenta de ello. Teniendo en cuenta la opacidad de esas cajas, a nadie en su sano juicio se le puede ocurrir solicitar la devolución de lo aportado. Quienes se benefician de las cajas de resistencia o de solidaridad no solo reciben dinero, sino que además reciben la satisfacción de comprobar la de incautos que quedan todavía en Cataluña, seguramente dan más valor a esto último que al simple beneficio monetario. Confirmar que hay muchos bobos aumenta la autoestima personal.
Devolver el dinero recibido, simplemente porque una amnistía revoca las sanciones, atentaría contra el principal mandamiento de una caja de solidaridad: exagera cuanto puedas para afanar todo lo que puedas. ¿En qué lugar iba a quedar un represaliado a quien de repente le sobreviniera un ataque de honradez? Sería el hazmerreír de sus colegas, por burro. Además, o se es honrado o se es represaliado, ambas cosas a la vez es un estado ontológicamente imposible. En Cataluña, para ser considerado represaliado se deben superar unas pruebas nada sencillas destinadas a probar la deshonestidad del candidato. Sólo después de convencer al tribunal de que uno es un indecente, se le concede el estatus de represaliado y puede optar, entonces sí, a conseguir pasta por la patilla.
Devolver ese dinero no solo supone ser objeto de burla del resto de represaliados, sino que conlleva la ignominia de ser expulsado del colectivo. Un borrón para toda la vida. ¿Ustedes se creen que si Laura Borràs, por ejemplo, consigue por fin que alguien considere sus delitos una represalia del Estado, y merced a ello la caja de solidaridad le paga unos dineros, ella iba a devolverlos? ¡Por favor! Tal cosa supondría una vergüenza para ella, para su familia y para todos sus seguidores. La obligación de Laura Borràs, así como de cualquier represaliado, es reírse de quienes de buena fe aportan su pobre capital a la causa.
Encima de que ustedes se han sentido héroes solo por haber donado diez euros, y de que lo han podido contar a familia y amigos, ¿quieren que, en caso de amnistía, los beneficiarios les devuelvan lo aportado? Eso sería como donar unos euros a La Marató de TV3 y pretender después que tengan alguna utilidad. Las cajas de solidaridad, de resistencia o de maratones sirven para que unos cuantos queden con la conciencia tranquila. No porque hayan realizado ningún acto útil, sino porque desprenderse de dinero da sensación de casi santidad. Que después esos dineros sirvan para que unos pocos sigan chupando del bote es lo de menos.
La próxima vez pidan un recibo, por lo menos así podrán exigir la devolución de lo pagado, argumentando que el producto adquirido --represaliados de pacotilla-- estaba en mal estado.