Llegó, leyó y se marchó. El espectáculo que ha dado el presidente ocasional de la Generalitat –por la paciencia del PSC– en el Senado es digno de enmarcarlo. El absoluto desprecio con el que ha tratado a sus señorías –y al parlamentarismo por extensión– es una excelente lección de cómo usan las instituciones democráticas aquellos partidos con ADN totalitario desde sus orígenes.

Leyó su panfleto, no sin antes advertir a los diputados del PP –como un niño enrabietado– que pensaban que no iba a venir, y hete aquí que el héroe se había presentado. Por ignorancia o premeditadamente, confundió Cataluña con Su Catalunya, una y otra vez. Hasta habló de pluralidad, aunque los verbos sólo los conjugara en catalán y en primera persona del singular y del plural. El resto no existen, salvo para sumar al estilo rufianesco, y de paso pedir más dinero porque son más cantidad.

Afirmó Aragonès, como si hubiera escrito una carta a los Reyes Magos, que él y su chupipandi independentista habían sido y eran los mejores gestores que Cataluña podía haber tenido en siglos, si no fuera por el Gran Moloc (el malvado Estado Español) que le quita los chuches a los niños catalanes, no invierte en Rodalies, y en sillones felpudos para toda la clerecía nacional.

Tuvo a bien recordar a sus abuelos maternos andaluces porque le hablaban en catalán, dando por sentado que quienes no lo hubieran hecho habían sido unos impresentables españolazos, unos desagradecidos con la tierra de acogida. ¡Cuánta ignorancia de la compleja realidad histórica de la Cataluña del siglo XX! Oído el tendencioso recordatorio lingüístico, ocultó con intención que su abuelo paterno fue alcalde franquista de Pineda con casi la misma edad que él alcanzó la presidencia. Ocultó también a los presentes –le hubieran aplaudido– que este todopoderoso abuelo fue fundador de Alianza Popular y continuó como alcalde de Pineda hasta 1987, un fraguista de tomo y lomo. Luego, cuando llamó anticatalanista al PP estaba pisoteando la memoria de su propio abuelo (franquista catalanista) y faltó al respeto a tantos demócratas catalanistas del PP.

No se puede negar que habló claro sobre por qué quiere apoyar a Sánchez: “La amnistía es el punto de partida, el fin es votar la independencia”. Se sobrentiende que el resultado del ansiado referéndum le da igual. De su discurso sectario y reduccionista se deduce que sólo será válida la decisión de Su Catalunya. Y si las cloacas del Estado impiden la victoria de los libertadores, se denunciará a instancias europeas superiores para que obliguen a repetir el penalti tantas veces como haga falta. Un referéndum al estilo Negreira porque la culpa la tiene (el) Madrid.

Y al final, el decadente y crepuscular Espadas hizo de vocero de Sánchez y aseguró que el PP instrumentaliza el Senado para erosionar al candidato socialista. Risas más que aplausos. ¿Acaso los dos partidos mayoritarios no usan habitualmente las instituciones del poder legislativo para su correspondiente beneficio partidista? En fin, un día más en el que abrir la Cámara Alta no ha servido para nada, salvo para que sus señorías mirasen su propio dedo mientras leían y contemplaban la luna. Al común de la ciudadanía le queda la opción de chuparse el propio.