“Escupe en el plato sólo para que no coman los demás”, así explicaba Voltaire por qué Federico II de Prusia criticaba abiertamente en un libro las tesis de Maquiavelo, aunque en la práctica su política fuese muy maquiavélica. Como tantos gobernantes, Federico II tenía claro que su propia supervivencia estaba unida a la razón de Estado; así, cometer un mal menor --como la mentira o el engaño-- era un acto más que legítimo en aras de evitar un mal mayor. No es casual que confrontar el diálogo con la cantinela irónica de la ruptura de España sea un comentario muy habitual entre voceros y políticos socialistas.
Los silencios y actos de Sánchez desde el 23J podrían ser estudiados como ejemplos prácticos de un príncipe maquiavélico. Nunca el pensador florentino afirmó que el fin justifica los medios, sino que el caudillo tenía que conseguir que esos medios fuesen compartidos o juzgados como honrosos por el vulgo. Y ese es el gran reto que tienen por delante Sánchez y toda su cohorte: hacer comprender que la amnistía, el referéndum o el multimillonario premio en metálico para sus socios son los pasos correctos para alcanzar la Pax Hispanica. Otro tema es que el común de los votantes, sean socialistas o no, acepten con resignación que durante los años que dure la próxima legislatura los nacionalistas vascos y catalanes vayan a ser los únicos agraciados con el gordo, mientras el resto tiene que pelear por la miserable pedrea.
El medio para que esta operación sea exitosa no es la amnistía ni el resto de exigencias nacionalistas. El medio es ocultar el inevitable desagüe que Sánchez va a tener que construir para que circulen, de la manera más oculta y menos pestilente, las considerables inmundicias del procés y del “Movimiento vasco de liberación”. Estamos ante una delicada operación de unión nacional de letrinas. Nadie como Dante en su Infierno ha cantado con todo detalle cómo se pasa de una primera bolsa de rufianes y lisonjeros al albañal (vidi gente attuffata in uno sterco), donde sobresalen algunos con tanta mierda en la cabeza (vidi un col capo sì di merda lordo) que le fue muy difícil acertar si era laico o clérigo (che non parëa s’era laico o cherco).
Es sabido que las cloacas del procés y de la década posetarra están bastante atascadas. Han sido tantos los delitos cometidos y tan pocos los juzgados que, según Sánchez y demás acólitos, sólo una desjudicialización de la política puede conseguir que los enormes y pestosos grumos bajen rápidamente y acaben disueltos en los colectores del Estado. El presidente en funciones ha decidido sacrificarse por todos y construir con sus propias manos una gran tragona que canalice tanta inmundicia nacionalista. Agradecidos, muy agradecidos deberíamos estarle si con este medio consiguiera aliviar el pestífero aire político que respiramos.
Todo apunta que tras esta coyuntural solución vendrán más despeños identitarios con sus respectivos apretones consultivos. Sería muy ingenuo el presidente si se creyera que 2023 puede ser recordado como el último año de la era diarreica nacional. Haría bien Sánchez en construir un gran albañal, duro y resistente, ante las próximas e inminentes embestidas canaleras y, de paso, sentarse de una vez con el PP para que, al menos, el Congreso de los Diputados deje de ser un evacuatorio para nacionalistas, para eso ya está el Senado.