Tanto nos estamos acostumbrando a decisiones carentes de lógica que cuando hay una que no atenta contra el sentido común nos tenemos que alegrar. La carrera por la descarbonización en la que Europa acabará quedándose sola tiene tintes suicidas por cuanto una economía netamente exportadora se está poniendo trabas y limitaciones a sí misma que la van a convertir en cada vez menos competitiva. Es más que probable que no se trate de una conspiración, solo un cúmulo de torpezas de un colectivo de niños ricos que creen que todo es gratis (bueno, en realidad, viejos ricos, porque tampoco es que nuestra situación demográfica sea como para tirar cohetes).
El ecologismo sirvió hace unos años como arancel verde, quien no cumplía no podía vender en nuestro limpio e inmaculado continente, pero ahora es una carga pesadísima que cada vez más carece de sentido. Podemos hacer un continente tan limpio como empobrecido y, además, si el resto del mundo sigue contaminando, la atmósfera no se limpiará porque no hay, de momento, barreras en ella. Es imposible construir un tubo de aire puro sobre nuestras cabezas.
Las moratorias sobre decisiones suicidas relativas al coche que se acaban de promulgar tanto en Reino Unido con en la Unión Europea solo pueden catalogarse como positivas. En Reino Unido se ha retrasado en cinco años la prohibición de vender automóviles movidos por motores de combustión interna y en la Unión Europea se ha retrasado en dos años la aplicación de la restrictiva nueva norma sobre emisiones Euro VII. Son dos gestos cuya relevancia es grande porque es la primera vez que se rompe el paradigma de “verdes, aunque por ello seamos más pobres”.
A estas dos primeras moratorias, a las que muy probablemente seguirán más, se une la evidencia de que estamos perjudicando nuestra industria y abriendo nuestro mercado de par en par a quien produce, y contamina, fuera de Europa. Somos tan papanatas que damos ayudas para la compra de vehículos producidos en Asia mientras cerramos fábricas en Europa. Francia e Italia han alzado la voz y es de esperar que toda la Unión Europea se ponga, algo, las pilas. No se trata de prohibir importaciones, se trata de no favorecer a quien produce coches usando electricidad producida quemando carbón y los trae en barcos que queman diésel.
No creo que nadie esté contra la mejora de la atmósfera, se sea muy o poco creyente de la influencia del hombre en el cambio climático, pero lo que hay que reclamar a nuestros gobernantes, cada vez más alejados de la realidad, es que la regulación no estrangule la economía.
El cambio de opinión de la presidenta de la Comisión Europea respecto al lobo es paradigmático sobre lo lejos que están de la realidad la mayoría de políticos. Doña Úrsula defendía las bondades del lobo como especie a la que había que proteger, hasta que uno de ellos acabó con su caballito en su finca de la Baja Sajonia. De repente se dio cuenta de que los lobos están proliferando en exceso y hay que hacer algo. Pensar en cómo limitar la población de lobos es algo que ganaderos de toda Europa han pedido, sin éxito, a la Comisión. El sacrificio del poni Dolly ha obrado el milagro y gracias a ella se escuchará a quienes han perdido centenares de ovejas, cabras, vacas, gallinas y caballos. Así son nuestros políticos.
Parece que ahora le toca al intocable coche eléctrico. La imposición de una tecnología inmadura, ineficiente y con más problemas que ventajas comienza a sembrar dudas cuando se evidencia que el desarrollo de las instalaciones de recarga es lento, que los consumidores no se han enamorado de los coches a pilas y que los fabricantes asiáticos están vapuleando a la industria europea en este tipo de coches. ¿Queremos hundir a la primera de nuestras industrias para que por Europa campen coches fabricados por una potencia de la cual nos fiamos poco?
Todos los fabricantes tenían una senda de descarbonización bien definida. Hablaban de usar gas natural, biocombustibles y combustibles sintéticos. Con esa senda las emisiones se hubiesen reducido progresivamente sin romper el paradigma de uso del coche y manteniendo la supremacía europea en una industria estratégica. Por la cabezonería de nuestros políticos todo está en duda.
Comprarse un coche hoy es tremendamente complicado. ¿Necesito comprarme ya un coche enchufable? ¿Mejor híbrido? ¿O puedo comprarme un coche de combustión interna, sea movido por diésel o por gasolina? No hace falta volverse loco, la prohibición de circulación de coches con motores de combustión interna no llegará, como pronto, hasta 2050, dentro de 27 años. Si hoy nos compramos un coche pensando en que lo usaremos más de 27 años mal vamos. Y si vamos tan mal seguro que no tendremos dinero para comprarnos un coche a pilas. Que cada uno se compre el coche que más le guste dentro de su presupuesto y acorde a sus necesidades sin dejarse influir por decisiones de políticos que cambiarán de opinión 20 veces antes de 2050 según sople el viento.