Hay quien afirma que la izquierda en nuestro país es especialista en autolesionarse, que en ella hay demasiado masoquismo, demasiada complacencia en sentirse maltratada, demasiado personaje resentido que no sabe salir de escena y dar un paso al lado. Algo de cierto debe de haber en todo ello cuando, por ejemplo, en esa tierra de nadie que hay entre investiduras, Ione Belarra --y lo que queda de Podemos-- plantea como condición sine qua non para apoyar un futuro Gobierno de Pedro Sánchez la continuidad de Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad. Petición a todas luces inoportuna en parámetros políticos, también en términos de agenda, cuando aún anda pendiente la presentación en sociedad de Núñez Feijóo.

Exigencia tan improcedente y errónea como lo fue la visita de Yolanda Díaz a Waterloo a principios del mes de septiembre. La dirigente de Sumar, y su monaguillo Jaume Asens, situaron a destiempo a Carles Puigdemont en el epicentro del debate de las investiduras. Ahora pagamos las consecuencias de esa tremenda torpeza. La supuesta ala izquierda del Ejecutivo español ha contribuido, con su afán de notoriedad, a colocar en el núcleo de las discusiones lo identitario en detrimento de lo económico y social. Sí, algunos sectores de la izquierda son especialistas en autolesionarse, en mecerse en lo táctico olvidando lo estratégico renunciando a su ideario y programas. Por si ello fuera poco, en el cosmos socialista las declaraciones de Felipe González y Alfonso Guerra ante la non nata ley de amnistía han generado incomodidad y gran controversia. El debate suscitado no ha estado exento de desafortunados comentarios, insultos y descalificaciones contra los objetantes. Los medios de comunicación y las redes sociales han sacado punta de ello. Flaco servicio a la libertad de expresión la de los dogmáticos que olvidan que, en el PSOE, desde su más temprana historia, hubo siempre pareceres diversos y confrontados (Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, Juan Negrín...). Hay tanta sequía de verso libre en el seno de nuestra izquierda que no estaría de más, como terapia, aplicar aquella conocida máxima de Mao consistente en “permitir que cien flores florezcan y que cien escuelas de pensamiento compitan...”. Eso sí, con respeto y sin dar munición a los adversarios.

Hace pocos días, un apesadumbrado Fernando Ónega comentaba en uno de sus artículos que, en este país, no faltaba ningún ingrediente para poder proclamar el estado de crispación. Acertaba el veterano y laureado periodista. La agresividad verbal de algunos portavoces de los principales partidos políticos, la convocatoria de actos y manifestaciones antiamnistía en toda España y los planteamientos cada vez más intransigentes de los dirigentes independentistas no auguran nada bueno. Núñez Feijóo agita la calle, no tiene apoyos suficientes para conseguir que prospere su candidatura, actúa como oposición y renuncia a vertebrar un discurso y una propuesta creíbles. La izquierda, mientras tanto, se dispara un tiro en el pie tolerando bravuconadas independentistas con resignación. Los tuits de Carles Puigdemont en jerga bancaria ensucian y dificultan cualquier negociación política. Todo huele a nuevas elecciones.

¡Abran juego, señoras y señores! Se aceptan apuestas acerca de quién va a pagar la factura política de llevar de nuevo a los ciudadanos ante las urnas. A fin de cuentas, tiene mucha razón Rafael Jorba cuando en sus artículos sostiene la idea de que el verdadero problema ya no es la viabilidad constitucional de una amnistía, sino el coste político que supone plantearla como el elemento clave para lograr la investidura de un Gobierno progresista. Nadie sabe si la investidura la vamos a pagar a débito, a crédito o si va a saltar la banca. Tiempo al tiempo. Así las cosas, igual lo mejor para la izquierda hispana, en lugar de autolesionarse, sería echar mano de Mariano José de Larra y releer su Vuelva usted mañana.