La tecnología y su increíble progreso en los últimos años ha hecho que nuestra calidad de vida mejore sustancialmente. En mi último artículo sobre la inteligencia artificial --una de las últimas revoluciones tecnológicas-- detallaba varios de los motivos por los que esta tecnología suponía un cambio (para mejor) en la evolución de la humanidad.
No hace falta que enumere los increíbles beneficios que nos ha aportado la revolución tecnológica tanto en lo personal como en lo profesional. Es más, no estarías leyendo este artículo si no fuera por esta revolución: comunicación instantánea, generación y publicación de contenido en infinidad de plataformas distintas, geolocalización y rutas, entre un sinfín de ejemplos.
Hoy, recién reincorporado de unas pequeñas vacaciones, quería hacer una reflexión y hablar de aquellos aspectos negativos que también nos ha traído la tecnología, y de los que he tomado plena conciencia durante estos días.
Según estudios recientes, los usuarios de teléfonos móviles utilizamos estos dispositivos una media de cuatro horas al día, lo que supone, prácticamente, un cuarto de las horas que pasamos despiertos y un tercio de horas efectivas. Además, consultamos el móvil entre 80 y 120 veces al día. Con estos datos, podemos confirmar que los dispositivos digitales, especialmente los smartphones, nos están generando una adicción al consumo de información, en muchas ocasiones, innecesaria. ¿Qué es lo primero que hacemos al despertarnos? ¿Cuántas veces miramos el móvil sin una necesidad real?
¿Pero qué nos genera esta ansiedad y dependencia de los dispositivos móviles? Desde mi punto de vista, hay, fundamentalmente, tres grandes razones:
En primer lugar, vivimos en un mundo en el que estamos totalmente conectados y en el que la inmediatez se ha convertido en una exigencia por parte de la sociedad. Recibimos correos electrónicos, whatsapps, mensajes y comentarios en redes sociales, etcétera que nos generan una presión.
Segundo, la sociedad se está convirtiendo en una retransmisión en directo y endulzamiento de nuestras vidas. Queremos compartirlo todo y trasladar al mundo una vida idílica de momentos únicos, llena de experiencias y vivencias fantásticas. Esta necesidad de compartir cualquier momento nos hace, al mismo tiempo, esclavos de las redes sociales.
Y, en tercer lugar, la digitalización nos ha abierto las puertas a una fuente inagotable de cualquier tipo de información y material audiovisual. Necesitamos ocupar todos los espacios y momentos de espera consultando el móvil (ya sea consumiendo tanto contenido de valor o información absolutamente prescindible, pero a la vez adictiva).
Si a esto añadimos el hecho de que la mayoría de nosotros mezclamos vida personal con trabajo en el móvil, siempre tenemos la excusa perfecta para consultar el dispositivo.
Entonces, ¿qué podemos hacer para reducir esta ansiedad y carga mental?
Una práctica cada vez más extendida y conocida por todos es la desconexión digital. Se define como el ejercicio de alejarse conscientemente de dispositivos electrónicos e internet con el fin de descansar, rejuvenecer y tener todos los sentidos puestos en las experiencias y vivencias del “mundo real”.
Son muchos los beneficios que supone la desconexión digital: la reducción del estrés y ansiedad asociados con la presión constante de estar conectado; mejora de las relaciones interpersonales y descanso adecuado, entre otros. La desconexión digital, asimismo, no implica necesariamente dejar por completo de consultar los dispositivos.
Podemos practicar la desconexión digital de diversas formas tales como establecer horarios regulares para no usar dispositivos electrónicos, apagar notificaciones innecesarias, designar zonas libres de tecnología en el hogar y obligarnos a dedicar tiempo a actividades offline: leer un libro, practicar deportes, caminar al aire libre o simplemente relajarse sin la presencia constante de la tecnología.
Algunas de las recomendaciones que a mí, particularmente, me han funcionado y quiero compartir con los lectores de Crónica Global:
-Limitar el tiempo de uso de aplicaciones que nos aportan más bien poco tales como redes sociales o juegos.
-Establecer espacios y momentos sin móvil. Acordar con la familia en qué momentos se puede y en qué momentos no se puede utilizar el móvil.
-Establecer tiempos fuera del horario laboral que me permitan repasar si hay algún tema importante que se tenga que gestionar; en mi caso, 15 minutos al día cuando los niños ya están durmiendo. Esto me ayuda a saber que no hay ningún tema importante que pueda quedarse sin resolver.
-Dejar el móvil de forma forzada cuando salimos a comer o cenar fuera, llegamos a casa, etcétera.
Sin duda, la desconexión digital puede ser un enfoque útil para encontrar un equilibrio saludable entre el mundo digital y el mundo real, y para mantener la salud mental y el bienestar en una sociedad cada vez más conectada tecnológicamente.
En los últimos años, hemos visto un progreso muy grande en la eliminación de tabúes de ciertas enfermedades, especialmente, enfermedades mentales como la depresión y trastornos alimenticios, entre muchas otras. Se empieza a hablar con total normalidad y la sociedad está asumiendo que son enfermedades que todo el mundo puede padecer, se diagnostican y se pueden tratar y superar.
Haciendo el símil de una campaña muy buena contra la depresión, quería reflexionar sobre otra adicción (o enfermedad) a la que todos estamos expuestos pero que quizás se reconoce menos: de la adicción digital se sale.
Estoy convencido de que a medida que la sociedad vaya tomando conciencia tanto de los beneficios como de los perjuicios de las tecnologías, sabremos cómo usarlas de una forma cada vez más racional. Prácticas como la desconexión digital, espacios sin uso de tecnologías u otra aproximaciones o “tratamientos” serán habituales en nuestra vida.