La XIV legislatura terminó de forma repentina, dejando en el limbo 59 proyectos de ley sin culminar y otros muchos sin calificar. El PSOE de Pedro Sánchez presume de un intenso calendario legislativo, pero, por lo que se está sabiendo ahora, se olvidó de abovedar la cúpula del Estado de las Autonomías. Sánchez lo intentó y para seguir esta ruta se ve obligado a negociar con Junts una amnistía blanda y a colocar la autodeterminación sobre la mesa de la negociación Cataluña-España.
Ha de haber perdón, pero no olvido, si no queremos que el futuro nos dé un plantón definitivo. ¿Volveremos a ser como éramos? Espero que volvamos a “vivir sin un sueño en mi corazón” (Without a dream in my heart), dice la versión jabata de Blue Moon, de Billie Holiday. Recuerden que ella emocionaba, mientras que Sinatra hacía carantoñas. Fue cuando a veces salía de teloneo el gran Moncho, el gitano de los boleros, en el boliche de Las Vegas de Barcelona, con una puerta en Travessera de Gràcia y otra en Aribau.
Puigdemont quiere volver a casa para oír el Blue Moon en la roconola de un coche mal aparcado en la Rabassada, camino del Tibidabo, la montaña mágica. Le entiendo: se quiere salvar como el Barça de Laporta, que se ha volcado sobre su gran filial, Barça Estudios, en el Nasdaq, el mercado norteamericano de empresas tecnológicas y digitales, el imperio de la fragilidad.
La gente quiere hechos en materia económica y el PSOE es el único que los ofrece, a cuentagotas, por parte de la centrista Nadia Calviño. Seamos sinceros: a la hora de la verdad, al PSOE le falta discurso y el PP no tiene argumentos. En el terreno de los símbolos, Feijóo recorre un radio muy amplio, unido a Vox, justo lo contrario que le aconsejó Aznar la noche del 23J: “Vuelve a los cuarteles de invierno, mete a Vox en casa, y lanza un discurso potente con tu programa de líder de la oposición”. Galvaniza tu éxito, hoy insuficiente, y “solo así serás el próximo inquilino de la Moncloa, ya que el ruido por sí solo no da votos”.
Pero el símbolo, gran enemigo del consenso, disgrega a los camaradas de Feijóo y cuando el PP consolida su alianza con Vox pierde peso, y lo mismo le ocurre al PSOE cuando acepta que el catalán sea lengua oficial (entre otras) en el Congreso. No olvidemos que el 40%de los ciudadanos está a favor de la medida lingüística, mientras el 46% la rechaza por temor a los nacionalistas.
El PP está siendo castigado por sus alianzas bizarras con Abascal, pero el PSOE no lo tiene hecho. La amnistía esgrimida por Yolanda en Waterloo tiene muchos detractores dentro de Cataluña; son muchos los que están todavía heridos a causa del 2017. Son legión los nacionalistas de nueva planta que se sienten políticamente contrariados y económicamente perjudicados por Junts y ERC. No valen los números del president Aragonès, ni los de las Cámaras de comercio, siempre optimistas por la subida de las exportaciones. La constante macroeconómica catalana se expresa, desde el comienzo de los tiempos, en el cruce entre superávit comercial y déficit fiscal, dos caras de la misma fortuna.
Lo cierto es que no hay semana sin una baja empresarial. Esta vez, le ha tocado decir adiós a la siderúrgica Celsa de los Rubiralta, que se suma al clavo ardiente de las deslocalizaciones fiscales de los Molins (cementos) o los farmacéuticos, Gallardo (Almirall) y Grifols; todos son más catalanes de corazón que de bolsillo. Por no hablar de los blue chips, como Naturgy, Banc Sabadell o Caixabank; llevamos mucho tiempo remarcándolo: se fueron para no volver jamás. El candidato conservador no advierte las dos caras de Cataluña. El gallego no se entera de que aquí conviven dúas caras da mesma fortuna.