Del caso Rubiales se ha dicho ya casi todo. Nunca un conflicto relacionado con el deporte –no un acontecimiento deportivo– había alcanzado la repercusión internacional que ha tenido este, además de conmocionar e implicar a una gran parte de la sociedad española. La primera reacción ante los hechos –el beso no consentido a Jenni Hermoso, la actuación procaz en el palco tocándose los genitales, el delirante discurso de exculpación, la resistencia a dimitir– fue de estupor y de condena prácticamente unánime.
Pero pronto la unanimidad dejó de serlo y, como ocurre con todo en este país de los demonios, como diría Gil de Biedma, la politización y la polarización quebraron la condena de unos hechos absolutamente inadmisibles. Como en cualquier cosa que ocurra en este país enfrentado, se fijaron dos bandos. A un lado, la inmensa mayoría de la sociedad española que ya no admite actuaciones como la de Luis Rubiales, y, en el otro, quienes no superan el pasado y aprovechan cualquier circunstancia para cargar contra el Gobierno, incluso minimizando la indignidad del comportamiento del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF).
De la unanimidad inicial da cuenta la contundente condena de Rubiales por parte de la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, aunque, eso sí, sin dejar de mencionar que Rubiales era amigo de Pedro Sánchez. La amistad con el presidente del Gobierno ha sido uno de los argumentos de la derecha y de la extrema derecha política y mediática para criticar a Rubiales, más que su deplorable actuación, así como el recordatorio de que el padre del dirigente fue alcalde del PSOE.
Después de la rotunda condena de Gamarra, la postura del PP empezó a diluirse. El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en su primera intervención en el caso, censuró a Rubiales, aunque introdujo en su tuit la liberación de violadores por la ley del solo sí es sí para denunciar la desproporción entre un caso y otro. En cuestión de comparaciones, la palma se la llevó Isabel Díaz Ayuso, que solo se refirió a Rubiales para relacionarlo con la actuación de algunos independentistas. Medios y representantes de la derecha mediática han llegado a hablar de “linchamiento de Rubiales”, han justificado sus actos y han llevado a las portadas las discrepancias entre Yolanda Díaz y Miquel Iceta sobre la velocidad de respuesta del Gobierno al escándalo.
El caso Rubiales ha servido también para exponer la cobardía de los futbolistas profesionales en activo –solo Borja Iglesias e Isco se han pronunciado claramente en contra– y de los clubes de Primera División, con escasas condenas y tibieza a raudales, encarnada en especial por el FC Barcelona, con un comunicado infame en el que no pedía la dimisión del presidente federativo, opinión oficial que no pudieron contrarrestar unas críticas tardías de Joan Laporta.
El periodismo ha sido también alcanzado por los daños colaterales del asunto. La primera reacción de periodistas de la cadena COPE y de otros medios fue minimizar, entre risas y chanzas, lo ocurrido, mientras otros callaban o se apuntaban al carro de la defensa del feminismo con el riesgo, como ha ocurrido, de que fueran denunciados por compañeras de profesión que habían sido víctimas de su machismo.
La UEFA, de la que Rubiales es vicepresidente, no había dicho ni pío hasta ayer, cuando su presidente, Aleksander Ceferin, en una tibia reacción, calificó de “inapropiado” el comportamiento del federativo, pero no lo suspendió como vicepresidente porque ya estaba suspendido de todo por la FIFA, dijo. La FIFA, en efecto, actuó con celeridad suspendiendo provisionalmente al presidente de la RFEF durante tres meses. Esta reacción tan inmediata, sin embargo, no puede ocultar la hipocresía de la asociación que rige el fútbol mundial, que hace solo unos meses organizó un Mundial en Qatar, emirato donde las mujeres están discriminadas y maltratadas.
Algunos de los palmeros de Rubiales han destacado la desmesura que, según ellos, ha adquirido el caso, como ocurrió en el Me Too norteamericano, que derivó en algunos casos en actuaciones inquisitoriales, mojigatería y puritanismo. Ese riesgo existe, pero no lo parece en la versión española. No son solo las “feministas identitarias” las que han reaccionado contra Rubiales, sino una gran parte de la sociedad española, con el apoyo además de los medios de comunicación internacionales más prestigiosos.