Este año se cumplen 30 años del estreno de Parque Jurásico. Conozco a pocos paleontólogos que renieguen del filme; de hecho, es posible que jamás una producción cultural haya motivado una exposición mayor ni una divulgación más masiva como este clásico de la ciencia ficción en relación con la paleontología, generando la llamada “dinomanía”. Más allá de las imprecisiones en el diseño de los dinosaurios frente a la realidad (Dilophosaurus que parecen clamidosaurios de King venenosos, raptores sin plumas –del tamaño de Deinonychus y no propiamente de Velociraptores— o tiranosaurios miopes de quedarse uno quieto, por decir varias de las licencias más recordadas), la película de Steven Spielberg forma parte de nuestro propio acervo colectivo cultural contemporáneo. Ya con anterioridad, pero potenciado por la película, el mero fósil sauriano no denotaría única y exclusivamente un mero peso o densidad ósea, sino un conjunto de sueños, dibujos y recreaciones que, a no pocos, nos ha hecho pasar horas y horas navegando por entre los contornos de Fantasía.

Ante el hecho desconocido la mente humana exige explicación. Los primeros contactos documentados del ser humano con el mundo de los dinosaurios nos llevan a la Antigüedad Clásica. Adrienne Mayor (en su obra: El secreto de las ánforas) nos habla de cómo la leyenda del grifo conecta al mundo mediterráneo con Escitia y los buscadores de oro (“guárdate de los grifos, perros de Zeus no ladradores y de afilado hocico (…) que habitan junto al curso del río Plutón de aurífera corriente”, escribió Esquilo en su Prometeo encadenado). Una búsqueda por internet rápidamente nos confirmará la sospecha del evidente parecido de los abundantes fósiles de Asia Central de Protoceratops y Psittacosaurus (parientes menores del célebre Triceratops) con el animal legendario. Como nos ilustra Real Torres, en su maravilloso estudio Fuentes clásicas para el estudio de la prehistoria: la leyenda del grifo, dejando al margen toda la posterior mitología medieval que consideraría al grifo, al ser la fusión de dos animales: león y águila, representación de la doble naturaleza de Cristo: divina y humana, es evidente que nos encontramos ante uno de los primeros casos en que los estudiosos de la época relacionaron fósiles con seres vivos (que creían que existían) y no con seres mitológicos (sabidos de leyenda). Otros casos serían, desde luego, los “huesos de dragón” chinos o las vértebras y demás huesos que motivaron las leyendas de grandes serpientes marinas en ultramar. En verdad, imputar huesos prehistóricos a seres hoy fantasiosos no se ha producido sólo con los dinosaurios; véanse los abundantes fósiles de elefantes prehistóricos (en particular sus cráneos) y la leyenda del cíclope.

Más allá de popularizar nombres de dinosaurios (y de otros seres prehistóricos, pues los voladores –pterosaurios—, los mosasaurios –parientes del varano— o el Dimetrodon –réptil mamiferoide y, por lo tanto, “pariente” nuestro—, no son dinosaurios), la premiada saga nos ha hecho soñar con una hipótesis: la eventual resurrección de especies extintas. Curiosamente, el primer experimento, sólo con cierto éxito (pues el individuo vivió apenas algunos minutos), fue la “desextinción” del bucardo (la cabra pirenaica española). La pregunta a realizarse es evidente: ¿pueden desextinguirse los dinosaurios?

La película, basada en el best seller de Michael Crichton, juega con la hipótesis de crear dinosaurios con el ADN extraído de mosquitos preservados en ámbar que, una vez recuperado, es completado con ADN de especies actuales. La ciencia actual nos muestra que ese argumento, de “aparente buen olor científico” la primera vez que se escucha, es un imposible teniendo en cuenta que la “vida media” del ADN no alcanza los 600 años (período insignificante geológicamente hablando) y que el más antiguo jamás hallado procede de un caballo conservado en el permafrost canadiense (700.000 años). Hay quien opina que pudiere llegarse a recuperar colágeno de fósiles de dinosaurio (incluso sabemos qué color tenían algunos de ellos gracias a los restos de melanina encontrados en sus fósiles), pero ello acaso no fuera ni tan solo una pizca de sal en el gran guiso que implica resucitar a los dinosaurios.

El científico Jack Horner (paleontólogo que inspiró el Alan Grant Sam Neill— de la película) propone un camino diferente hacia la resurrección. Partiendo del hecho científicamente probado de que las aves son dinosaurios, o si se prefiere expresar de otro modo, de que las aves descienden de los dinosaurios, Horner pretende crear una suerte de “pollosaurios” (en su propia terminología) modificando los conmutadores genéticos (que actúan en el estado embrionario de todo ser vivo, afectando no tanto a los genes, sino a cómo estos se manifiestan). Con esta suerte de evolución regresiva, opina la mayoría de la comunidad científica que a lo más que se llegaría es a algún ave con indicio de dientes u hocico en vez de pico o similar, no tratándose de nada cercano (ni por asomo) a un Tyrannosaurus Rex.

Algo más esperanzador, y muchos llevamos tiempo esperando un gran anuncio, es la posible “resurrección” o desextinción de seres vivos que no hace ni un millón de años que se extinguieron, me refiero al mamut lanudo. Cada vez se está recuperando más y más material genético (e incluso reproductor en algún caso) crioconservado en el permafrost siberiano y canadiense. Lejos de conseguir un Parque Jurásico es posible que, en menos de una generación, tengamos un Parque Pleistoceno con mamuts, rinocerontes lanudos, leones de las cavernas, bisontes de la estepa… La recuperación del ecosistema conocido como “estepa del mamut” tendría un severo impacto contra el cambio climático, dicen los expertos, además de tratarse de animales en los que, todo apunta, el factor humano mucho tuvo que ver con su extinción. La ciencia, una vez más, como un instrumento de penitencia y reinserción moral del ser humano ante tanta calamidad ecológica. También cabría discutir el coste económico, superada la barrera (incluso moral) ecológica. ¿Es procedente destinar recursos a la desextinción del mamut y el rinoceronte lanudo cuando sus especies hermanas, el elefante asiático y el rinoceronte de Sumatra, se están extinguiendo?

Se consiga, o no, lo cierto es que Parque Jurásico ayudó a la divulgación de la ciencia, y a conseguir una cierta reconciliación entre esta y lo fenomenológico, que en un mundo caracterizado por lo inmediato y lo específico riñe a la literatura con lo empírico y a lo natural con lo social, como si todo no perteneciere a una universalidad, como la que defendiera el insigne Edward O. Wilson y su defensa de la Consilience o unidad del conocimiento.