Esta semana, podíamos leer el informe de universidades alemanas y estadounidenses que demuestra cómo el rescate de náufragos no fomenta la inmigración irregular. Impresiona el tener que recurrir a este tipo de investigaciones para legitimar el salvamento de personas a punto de morir ahogadas; pero es de agradecer, pues viene a desmentir la posición de diversos países europeos que dificultan las actuaciones de oenegés. Argumentan que este buenismo es contraproducente, pues fomenta la inmigración ilegal y acaba por conllevar un mayor número de víctimas. Es decir, si saben que van pereciendo en el mar, se lo pensarán dos veces antes de montarse en una barcaza para cruzar el Mediterráneo. El informe señala, por el contrario, que la realidad de la que huyen es tan trágica que no les frena la posibilidad de un naufragio.

En un contexto bien distinto, en una tertulia acerca de la fractura social, desde posiciones conservadoras se aseveraba que quienes se quedan por el camino es, sencillamente, porque quieren; que, de esforzarse, saldrían adelante, pero que tantas ayudas no hacen más que reforzar su actitud acomodaticia. Y que, además, debemos aceptar como inevitable que una parte de la sociedad quede al margen del progreso. 

Finalmente, el Banco Central Europeo, y buena parte del sistema financiero, ha vuelto a defender esta semana la subida de tipos para frenar la inflación. Ni la más mínima muestra de sensibilidad por la situación dramática de millones de familias con hipotecas a tipo variable; se quedan tan tranquilos señalando que los únicos responsables del desaguisado son quienes suscribieron los préstamos. Curiosamente, en su gran mayoría son ciudadanos que no tuvieron más opción que comprar, dada la insuficiencia del mercado de alquiler, y que si lo hicieron a tipo variable fue, en la mayoría de los casos, porque así se lo recomendó su entidad bancaria. Resulta curioso que si ni los banqueros, con todo sus conocimientos y sueldos millonarios, podían prever una crisis inflacionaria, se señale al ciudadano medio por no haberla intuido. Cuestión aparte, pero no intrascendente, es si la ortodoxia radical del Banco Central Europeo es la mejor medida contra este aumento de precios.

Tras todo ello, unas ideas que van arraigando: el situar al individuo como único responsable de su destino; el asumir como natural que parte de los ciudadanos se hundan en la miseria irreversible; y el entender que el dolor que todo ello pueda causar resulta tan inevitable como, a menudo, conveniente. Pero si triste resulta que esta concepción de la vida vaya arraigando entre los acomodados, aún es más desalentador cuando no pocos de los perdedores también la hacen suya.

Será que, ciertamente, la condición humana es sorprendente y preocupante. Especialmente, cuando se encuentra en situaciones límite. Y en esas estamos.