Siempre hay muchas formas de leer el resultado de unas elecciones. Por eso hay victorias que son derrotas, como la de Alberto Núñez Feijóo, o derrotas que saben a victorias, como la de Pedro Sánchez. Tiempo habrá para determinar si el presidente en funciones logrará ser reelegido o vamos a unas nuevas elecciones a finales de año.
Ya anticipo que me parece difícil lo primero, porque no veo, de entrada, qué alicientes tendrían en Junts para abstenerse en esa investidura (hay que recordar que votaron en contra en 2019), si no es a cambio, claro está, de la amnistía y la autodeterminación, que es la razón de ser de la formación de Carles Puigdemont, como también de sus trifulcas con los republicanos de Oriol Junqueras. Pero en política nada es del todo imposible, y como la negociación será muy larga, mejor no anticipar escenarios.
Hoy lo que quiero destacar, sobre todo antes de desear a todos los lectores un estupendo descanso estival, es una lectura en positivo del resultado del pasado domingo. Porque la pregunta que también debemos hacernos es si la fotografía del nuevo Congreso acentúa o suaviza la polarización política que venimos sufriendo desde hace tantos años. Y mi respuesta es moderadamente positiva. El escenario para nuestra polarizada democracia mejora un poco.
En primer lugar, porque globalmente lo que tenemos es un aumento de bipartidismo, sobre todo en la derecha, donde el PP no solo se come lo que quedaba de Ciudadanos, sino que muerde fuerte entre el electorado de Vox, que pierde unos 600.000 votos y 19 diputados. La ultraderecha, que esperaba ser decisiva para entrar en el Gobierno en el caso de que Núñez Feijóo le hubieran salido los números, se convierte en una fuerza poco relevante en el Congreso, pues al no alcanzar los 50 escaños, se queda sin la posibilidad de presentar recursos de inconstitucionalidad y mociones de censura.
En el contexto europeo, España ha roto el ascenso de los llamados patriotas conservadores (soberanistas, antiglobalistas, ultracatólicos, negacionistas climáticos y antieuropeos). La posibilidad de que la ultraderecha fuera una muleta imprescindible para la gobernabilidad movilizó a la izquierda y concentró el voto de la derecha en los populares. Bien es verdad que la campaña y los pactos territoriales que la precedieron pusieron de manifiesto el problema enorme de relación que tiene el PP con Vox. La falta de claridad y coherencia le ha pasado factura a Feijóo. PP y Vox no forman un bloque porque ideológicamente se parecen como un huevo a una castaña. Los populares deben ser conscientes de que, por primera vez, se ha consolidado una opción que reúne todos los atributos de la derecha extrema, dura y radical, más allá de encarnar la respuesta del nacionalismo español a los soberanismos periféricos. Que su fuerza se limite al 12%, en un momento de auge por toda Europa, es una buena noticia.
En la izquierda, el panorama es todavía mejor. El PSOE no solo resiste, sino que incrementa sus apoyos, y se queda muy cerca del PP (31,7% frente a 33%). El bipartidismo pasa del 48,8% en 2019 al 64,7% en 2023. Por otro lado, Sumar no es Podemos. La fuerza que hace unos años lideraba Pablo Iglesias denostaba el llamado “régimen del 78”, hablaba de casta, prometía la III república y la autodeterminación. En cambio, el partido de la vicepresidenta, al que se han incorporado algunos pocos nombres de los morados, ideológicamente sería más el ala izquierda del PSOE.
Si Sánchez es reelegido, den por seguro que Ione Belarra no volverá a ser ministra, ni tampoco nadie de Podemos, aunque tampoco me extrañaría que esos elementos a medio plazo acabasen largándose del grupo parlamentario de Sumar a la que el Gobierno tuviera que adoptar medidas de restricción del gasto público. En cualquier caso, esta vez PSOE y Sumar se complementaban y formaban un bloque político como oferta electoral para un futuro Gobierno. Por eso, la lectura correcta era ver si juntos reunían más diputados que el PP en solitario.
Finalmente, en el caso de los socios parlamentarios, hay que destacar que su fuerza ha disminuido y sus exigencias se han moderado. El hundimiento de ERC es espectacular, ha perdido la friolera de 400.000 votos, en línea con lo que ya le sucedió en las municipales. Los de Gabriel Rufián no podrán formar grupo parlamentario propio al no superar el 15% de los votos en cada una de las circunscripciones catalanas, como también le ha pasado a Junts. Y en cuanto a EH Bildu y PNV, se intercambian la primacía en el nacionalismo vasco, pero sus demandas no son autodeterministas, y Arnaldo Otegi ya ha manifestado su predisposición a investir a Sánchez sin líneas rojas. Y el PNV hará lo de siempre: pondrá la mano.
En definitiva, los dos partidos centrales han salido reforzados, tanto Vox como ERC se han hundido, la CUP ha desaparecido, y Junts también cae en votos y pierde un diputado, aunque tenga ahora la llave de la investidura. Objetivamente, no es un mal resultado para gobernar y legislar desde una mayor sensatez.