Dos días después del cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el presidente del Partido Popular y expresidente de Correos puso en duda la eficacia y transparencia de la empresa estatal, dirigida ahora por el exjefe de Gabinete del presidente del Gobierno. Feijóo, naturalmente, no habló de pucherazo, pero dijo: "Les pido [a los trabajadores de Correos] que, con independencia de sus jefes, repartan todos los votos antes de que venza el plazo, para que los españoles podamos votar". Al día siguiente, ayer, volvió a señalar a la empresa pública, como había hecho también la noche del miércoles la secretaria general del PP, Cuca Gamarra.
La estrategia está clara y tampoco es una sorpresa porque la posibilidad del pucherazo ya fue insinuada por dirigentes del PP, en especial Isabel Díaz-Ayuso, antes de las últimas elecciones autonómicas y municipales. Se trata de plantear una duda preventiva por lo que pueda ocurrir. Si quienes han cuestionado el sistema, ganan después las elecciones, se olvida el asunto y santas pascuas, como ocurrió tras el 28M. No está de más recordar que en las polarizadas elecciones de 1993, en las que las encuestas daban ventaja a José María Aznar y finalmente ganó Felipe González, salieron tras el escrutinio dos dirigentes del PP, Javier Arenas y Alberto Ruiz-Gallardón, a cuestionar la limpieza del resultado.
Un resultado que, en este caso, todas las encuestas pronostican también a favor del PP, ventaja que ha crecido tras el debate celebrado en lunes en Atresmedia. Un cara a cara que ganó Feijóo, según la gran mayoría de los analistas, y en el que el ruido, las interrupciones y la consiguiente incapacidad del espectador para seguirlo se impusieron a las propuestas, que brillaron por su ausencia. En vez de propuestas, todo fueron reproches, con dos protagonistas que, como diría Sabina, actuaron como dos destacados miembros de la Cofradía del Santo Reproche.
En reproches y en mentiras también ganó Feijóo, que, en lugar de optar por el conservadurismo y la prudencia del que tiene ventaja en los sondeos, empezó en un tono avasallador frente a un Sánchez desbordado y a la defensiva. El presidente del Gobierno no recurrió a la agresividad del que se siente inferior en la demoscopia ni tampoco exhibió la arrogancia de la que se le acusa.
Desde el minuto uno, Feijóo embarró el debate con una sarta de mentiras, manipulaciones y medias verdades, utilizando la técnica del galope de Gish, que consiste en avasallar al rival sin darle la oportunidad de rebatir nada ante la lluvia incesante de acusaciones. Los diferentes fact checking (verificaciones) que se han publicado tras el cara a cara adjudican al presidente del PP al menos una veintena de mentiras y manipulaciones. En economía (empleo, PIB, aumento del precio de los alimentos, impuestos, fijos discontinuos, renta disponible de las familias, vivienda pública en Galicia, paro, autónomos, horas trabajadas, deuda en Galicia, excepción ibérica), en seguridad (caso Pegasus), en Cataluña (Yolanda Díaz no defiende el referéndum), en violencia machista (Podemos firmó el pacto, no Vox), en okupaciones (no han aumentado) o en educación (Galicia no es la única comunidad con la enseñanza infantil gratuita). La mentira más clamorosa fue la de que el PP había votado a favor de ligar la subida de las pensiones al IPC, cuando votó en contra.
Sánchez también deslizó algunas mentiras, pero no tantas: dijo que la inflación antes de la guerra de Ucrania era del 2% (falso), que su Gobierno había multiplicado el PIB por cuatro, cuando es evidente que se refería a la tasa de crecimiento interanual, que José Luis Rodríguez Zapatero no congeló las pensiones (falso), que los ocupados habían aumentado en dos millones (son 1,7 millones), y que el PP había votado en contra de todas las leyes vinculadas a las mujeres (falso). Por cierto, en próximos debates debería introducirse el fact checking en directo, quizá al final de cada bloque.
El candidato del PSOE pecó en ocasiones de condescendencia, con sonrisas que denotaban autosuficiencia, y solo estuvo bien en la denuncia de los pactos PP-Vox (consiguió que Feijóo no rompiera con Santiago Abascal) y en la denuncia de la violencia machista. No replicó sobre los pactos con Bildu (solo decía “no es cierto, no es cierto”, sin explicar que no ha gobernado con los abertzales, sino con su apoyo en algunas leyes). Posiblemente debido al ruido ambiente, Sánchez se defendió mucho mejor en las entrevistas televisivas que en el debate, en el que también hubo relevantes ausencias, como Ucrania o el cambio climático.
En el pacto que ofreció Feijóo para que gobierne la lista más votada, Sánchez mencionó, casi sin oírse, la contradicción de Extremadura, con el pacto PP-Vox contra el PSOE, pero ni siquiera explicó que en un sistema parlamentario gobierna quien consigue la mayoría, no quien llega primero. Y enterrado el bipartidismo, solo hay dos opciones de gobierno: el pacto PP-Vox o el pacto PSOE-Sumar.