Sobre el escenario isabelino de Atresmedia, con el público frente a las tablas, los dos contendientes sacaron anteayer más punta al lápiz que letras de fondo. Sánchez y Feijóo, la pareja infeliz, no tiene la impronta escénica de la actriz Blanca Portillo, capaz de hacer una de las mejores versiones de Segismundo, interpretando el personaje masculino de Calderón, en La vida es sueño. Empezó a hacerlo hace una década y seguirá las veces que convenga. Una mujer tangible y tragicómica hace un papel de hombre, con el conocido monólogo grave, que empieza en el Ay, infelice, apurar cielos pretendo, ya que me tratáis así ¿Qué delitos cometí contra vosotros naciendo?, etcétera. El teatro le gana por goleada a la vida real; y, aunque Blanca Portillo haya celebrado su galardón en la actual edición del Festival de Almagro, lo cierto es que las representaciones en muchos teatros españoles se detuvieron el día en que Vox trató de impedir el pase de La villana de Getafe de Lope de Vega por sus “insinuaciones sexuales”. Ya había frenado el Orlando de Virginia Wolf por la aparición sensible de la homosexualidad, llevando hasta el campo de la cultura el programa ultra de un partido que por lo visto se mantiene todavía fiel al arcaico pasado.

Ayer Feijóo, en medio de una ensalada ruidosa de ataques y réplicas, supo proteger a su socio de Vox, partidario del espíritu del 12 de Febrero, ante los embates de Sánchez. Es mucho, si tenemos en cuenta que en el cara a cara moviliza a un 6% del voto y quien más lo necesita es Sánchez, que va por detrás en las consultas. El debate que paralizó al país fue tan intrincadamente teatral que pudo haberse celebrado en un corral de comedias de los que apenas quedan algunas pilastras en medio del Madrid de los Austrias. Tuvo que ver con las comedias jocosas de Lope, como El príncipe inocente (Feijóo) o Los donaires de mañeo (Sánchez) o las indomables batuecas hispanas dedicadas por el dramaturgo al Duque de Alba. Feijóo quiso convertir a Sánchez aplicando -más allá de una errática batería macroeconómica de negacionismo puro- los remedios de Lope en El Arauco domado, a base de proponerle su conocido cheque en blanco a la lista más votada (la suya). Para convencer a Sánchez, el líder del PP cuenta con el refuerzo ocasional de la magia que tiene a mano gracias a Nuestra Señora de los Milagros, el santuario de los hermanos paúles, situado en el Monte Melo, en Orense, cerca de donde nació Feijóo. En el trámite de su investidura, si las cosas se tuercen, también puede invocar a Yadira Maestre, la evangelista que, en un acto del PP, invocó la lucha contra el diablo (Sánchez).

La pandemia nos devolvió la utilidad de los balcones, algunos de ellos situados en el mismo lugar de cuatro siglos atrás. Los balcones del barroco español, auténticos palcos urbanos, son la televisión de hoy. Lo que no ha cambiado es la pulcritud de los escenarios en las comedias de capa y espada a las que trataron de acercarse Sánchez y Feijóo. Los cruces de calles en la entraña de la capital conducen a lugares singulares como el Teatro Real y Teatro Español, mientras que los corrales del siglo de oro sepultados por el tiempo solo han dejado recuerdos en la Biblioteca Nacional.

El lenguaje político se ha desarticulado por falta de rigor. Las bombas de racimo, que se lanzaron en el cara a cara fragmentaron el debate imposibilitando el diálogo. Y cuando entró en escena el etarra Txapote supimos que aquello era la última estación de una modernidad inventada en EEUU en el lejano debate Kennedy-Nixon.

El teatro se lleva mal con las élites satirizadas, desde que las grandes actrices del barroco español, como María Inés Calderón, la Calderona y Francisca Baltasar, la Baltasara, destaparon el negro corazón de la nobleza. La Baltasara se especializó en papeles de hombre como lo hace ahora Blanca Portillo. Ambas han pisado las tablas del mismo Corral de Almagro. La comedia permanece, la política es fugaz.