William Hogarth pintó en 1754 uno de sus cuadros satíricos más conocidos: La campaña electoral. Hacía poco que el Parlamento inglés había recortado los derechos del rey, y alcanzar la Cámara de los Comunes se había convertido en algo más que ocupar un distinguido asiento. Durante esos primeros y titubeantes pasos hacia la democracia, las prácticas corruptas condicionaron sobremanera cualquier campaña electoral y sus resultados. El sufragio en esos años era más que censitario, apenas tenían derecho al voto 16.000 hombres, ricos terratenientes. Aunque las elecciones se debían realizar cada siete años, en la práctica no se cumplía esa norma. En numerosas ocasiones los representantes a la Cámara de los Comunes eran elegidos por la nobleza terrateniente, sin mediar votación alguna, favoreciendo a un partido u otro según los intereses de cada momento. Todo tenía un precio, incluso los “democráticos” votos y los respectivos asientos. Se prometían regalos a los electores. No es casual que, en un primer plano a la izquierda del cuadro, un personaje esté preparando los obsequios prometidos a los votantes durante la campaña.
Una vez que se alcanzaba el escaño el soborno era el instrumento político más común para conseguir que una ley se aprobase con la mayoría suficiente. “En la Cámara de los Comunes cada hombre tiene un precio”, repetía Robert Walpole, el primer político que ocupó el cargo de primer ministro en Gran Bretaña, desde 1721 a 1742. Un diputado de esa época explicó con claridad cuál era la dinámica para decidir su posición: “He oído en la Cámara de los Comunes muchos discursos que cambiaron mis convicciones, pero ninguno de ellos hubiera podido influir en mi voto”.
Hogarth pintó en este lienzo una escena ficticia en los que conservadores (tories) son la oposición y están en la calle manifestándose contra el modo del recuento de papeletas. Mientras, en el interior de la fonda, los liberales (whigs) celebran un gran banquete, al tiempo que se realiza el recuento. Todo ello amenizado por diferentes músicos. Aunque en el cuadro se observa un gran desorden, todos los grupos están muy bien ubicados según su papel durante la campaña. A la izquierda el pintor dio vida a varios políticos del partido vencedor que, ante el anuncio de su victoria, están siendo agasajados de manera efusiva y un tanto pegajosa. El candidato más importante es el único que mira irónicamente al espectador, convencido de que para ganar hay que soportar aduladores de todo tipo. Ellos, que corren con el gasto del banquete, están sentados bajo la bandera de su partido con su correspondiente divisa: “Libertad y lealtad”.
En el extremo derecho están retratados los grandes vencedores que son -¡cómo no!- las elites. Uno de ellos se ha desmayado después de haberse hartado de comer, y está siendo atendido por un médico que le ha colocado una sangría. En el centro inferior del cuadro, Hogarth representa a aquellos individuos que no tienen derecho al voto, pero sí han influido en la campaña mediante la intimidación y la violencia. A uno, mientras sostiene en su mano un amenazante garrote, le están curando con alcohol la herida que ha recibido en la cabeza. Casi medio siglo más tarde que Hogarth pintara esta satírica escena, en Leicester, un numeroso grupo de obreros irrumpió violentamente en unas elecciones municipales, harto de tantos apaños para el reparto de escaños. En años anteriores, los periódicos habían ido informando de lo que sucedía a diario en el Parlamento, sobre los discursos y las votaciones.
En el cuadro de Hogarth los conservadores están en la oposición y quieren recuperar la mayoría. Lanzan piedras desde la calle a través de la ventana, y reciben como respuesta el vertido de un gran orinal. En las pancartas de los conservadores se leen algunos lemas de su fracasada campaña. En este caso se oponen a la reciente ley de regulación de los matrimonios de 1753, que obligaba a celebrar una ceremonia pública ante un pastor anglicano y con el consentimiento de los padres. Los tories rechazaban esa ley porque prohibía cualquier tipo de unión clandestina: “Casaos y multiplicaos a pesar del diablo”, dice la pancarta y “Libertad”, dice la otra. En la protesta se exhibe también un muñeco con la leyenda “no judíos”, los conservadores también eran contrarios a que los judíos se pudiesen naturalizar, es decir, lograr la nacionalidad inglesa.
Un retrato de Jorge II recuerda que Gran Bretaña es una monarquía. La imagen del rey preside la concurrida sala, aunque está rasgada y olvidada en la penumbra, mientras apenas se oyen las quejas de los derrotados por el griterío de los vencedores emborrachados, hasta la próxima campaña electoral.