A cuatro semanas de las nuevas elecciones generales, cualquier previsión es una aventura imaginativa en la que quizá solo cabe pensar que "lo que dicen estas voces ya otras veces me lo han dicho". Hay demasiado ruido en esta estación acalorada que no sabemos si es preámbulo de un tiempo nuevo o simplemente distinto. Lo que parece, es que el mañana será diferente, sin entrar a discernir si eso será bueno o malo, mejor o peor. Desde una perspectiva pesimista, siempre se podrá pensar que lo malo que vivimos siempre puede ser peor. De lo que podemos estar seguros es que en el tiempo que queda hasta el 23-J aún veremos cosas sorprendentes, llamativas y estrafalarias, sin necesidad de evocar caprichos millonarios abracadabrantes como esa excursión al Titanic, reflejo de una sociedad del espectáculo.

Como uno nunca tuvo inclinación alguna a optar a cargo público cualquiera, se hace más difícil imaginar como reaccionaría en caso de encontrarse en tal tesitura. Por eso me siento incapaz de pensar que diría de súbito si inesperadamente fuese elegido alcalde de mi ciudad o presidente de la escalera, al margen de hacer caso a quienes se supone que me asesorasen. Pero, por ejemplo, ante tanto barullo como hay, cabría la posibilidad de reclamar un poco de silencio, por favor, puesto que no sabemos que ocurrirá en los nuevos comicios, por más encuestas que vayan apareciendo. La sensación es como si la sociedad fuese por un lado y la clase política por otro. Incluso admitiendo que una vez depositado el voto en la urna pasamos a ser sujetos pasivos sin capacidad alguna de alterar el curso de las cosas.

Conozco una señora de edad avanzada que, equipada con un andador, recorre las calles del barrio vendiendo lotería. Hace un tiempo que me dice no entender lo que pasa porque "no se vende nada". Ignoro si le iría mejor si fuese provista de un datáfono, por eso de que hay una tendencia acusada a pagar con tarjeta y no llevar dinero en efectivo. Además, la cesta de la compra está desbocada y se acercan las vacaciones, lo que invita a esforzarse en las restricciones de gasto. También podría ser que, con tanta incertidumbre ante el futuro, se haya perdido hasta la esperanza en la suerte y la confianza de quien la tuviese en los juegos de azar. Hasta la verbena de San Juan parece haber sido menos ruidosa que en otras ocasiones, al menos por lo que afecta a mi entorno más cercano. Y no creo que se deba a un respeto por los animales, en particular perros y gatos, que sufren lo indecible con el ruido de los petardos, cohetes y demás artilugios explosivos.

El ruido va por otros territorios. El barullo se concentra en otros ámbitos políticos y mediáticos. Por ejemplo, cabe preguntarse, pasadas las elecciones municipales y el rocambolesco pleno municipal barcelonés del pasado día 17, por qué Jaume Collboni no descansa un poco y guarda silencio hasta pasadas las generales en que el panorama esté más claro. Al menos nos ahorraría la incertidumbre de imaginar cómo acabará rigiendo el Ayuntamiento de Barcelona y evitar especulaciones de pactos de diverso matiz. Tanta verborrea puede ser resultado de un exceso de euforia y subidón de autoestima, o fruto de un síndrome de Estocolmo respecto de los comunes, que ahora los quito y luego los pongo; en breve se impondrá la cruda realidad de tener que gobernar con diez concejales de cuarenta y uno. Siempre cabe la ilusión de que Salvador Illa ponga orden en los próximos días o, al menos, renueve al equipo asesor. Sería de agradecer; después, ya veremos.

Porque en estos tiempos revueltos, de abandono del consenso y fomento del enfrentamiento, puede pasar de todo y nada es descartable. Si por esas cosas del sufragio, ERC, un partido que es republicano por antimonárquico, se diera un batacazo, puede iniciar un acercamiento hacia un tripartito municipal que le permita asumir algo de poder para repartir cargos y prebendas. Aunque tampoco sea descartable que se abra la reflexión de "con Junts vivíamos mejor" y que la formación que pilota Carles Puigdemont vuelva al Govern: fuera hace mucho frío a pesar de la canícula que nos afecta. Después de todo, la democracia implica pactos y en este juego de intercambios la solución empezará a vislumbrarse el día 24 de julio, casi con las maletas hechas para disfrutar del ocio vacacional.

La gestión del Govern es difícil de calificar, pero desde luego no puede decirse que haya sido especialmente exitosa. Si a nivel de España, en general, se aprecia una suerte de bibloquismo dividido por el clásico eje izquierda/derecha, en Cataluña podemos retornar al camino de la división independentismo/constitucionalismo. Acaso por ello, el presidente, Pere Aragonès, parece decidido a competir por el espacio soberanista con sus anteriores socios de gobierno, ponerse la venda antes de la herida y volver a la carga con la matraca del referéndum. Sin que falte aquí la contribución de los comunes que han desempolvado esa idea del referéndum pactado que lo único que hace es volver a colar Cataluña en el debate de la campaña para el Parlamento y hacerle un descosido a la estrategia de Yolanda Díaz. Al margen de lo que pase el 23-J, Salvador Illa puede tener la última palabra y empujar a ERC a adelantar las elecciones autonómicas de Cataluña; de hecho, es probablemente el único político con rasgos claros de liderazgo en el panorama catalán.