Lo que más se recuerda de las recientes elecciones municipales en Barcelona, es el gran enfado de Xavier Trias, más que justificado para los suyos y muy sorprendente para el resto.
Sin entrar a considerar la idoneidad de uno u otro candidato, o lo que puede haber sucedido entre bastidores en las horas previas a la elección de Jaume Collboni como nuevo alcalde, el episodio es fiel reflejo de la dinámica política catalana en los últimos tiempos.
Así, nuestros partidos no sólo se dividen entre derecha e izquierda, sino que, especialmente, entre independentistas y constitucionalistas, o como queramos llamar a unos y otros. Una división que alcanzó su clímax en los momentos álgidos de un procés que, aún apaciguado, pervive en nuestra vida pública.
En ese contexto, se alcanzó un acuerdo entre el independentismo de Junts y el de Esquerra para aupar a Trías a la alcaldía; una opción que podía gustar o no, pero que se consideraba plenamente legítima. Sin embargo, que a esa propuesta se respondiera, aún a última hora, con un acuerdo de tres partidos no independentistas, ha generado una gran indignación entre el independentismo, interpretándose como un genuino ataque a la democracia. Curiosamente, un partido de base conservadora como Junts puede pactar con una fuerza revolucionaria como la CUP, mientras que el PSC no puede hacerlo con el PP.
Para acabar con esta desorientación que a nada bueno nos conduce, convendría dejar de dividirnos en función del grado de nacionalismo, para recuperar el eje derecha-izquierda, con el que mejor funciona la democracia.
Xavier Trias me dejó un buen recuerdo de su etapa en el gobierno catalán.
Posteriormente, me sorprendió que una persona genuinamente moderada como él se incorporara con tanta contundencia al procés desde su posición tan destacada de alcalde de Barcelona contribuyó en buena parte al actual embrollo político catalán. El pacto que ha aupado a Collboni es consecuencia, precisamente, de dicho embrollo.
Visto así, quizás no haya motivo para enfadarse tanto.