La respuesta al hostión municipal de ERC, con una pérdida de 300.000 votos respecto al 2019, lo que representa el 36% de los apoyos, ha sido desempolvar el discurso de la unidad independentista y los cánticos a favor de un frente soberanista. Es el primer retroceso severo que sufren los republicanos cuando habían logrado por primera vez no solo la presidencia de la Generalitat, sino hacerse con todo el poder de la Administración autonómica, y pensaban que sus exsocios de Junts habían entrado en un proceso de lío y descomposición interna. Las causas de ese batacazo no son claras. No parece un voto de castigo contra la gestión de Pere Aragonès, aunque su presidencia no suscite ningún entusiasmo, y haya enfado entre algunos sectores que tradicionalmente les votaban, como los maestros y profesores. Más bien se trata de una censura contra Oriol Junqueras y Marta Rovira, al frente de ERC desde 2010, cuya estrategia hoy no tiene nada que ver con los postulados unilateralistas que defendieron con pasión durante el procés. Los dirigentes republicanos se enfrentan ahora mismo a un claro desgaste, a una falta de credibilidad entre su electorado. En la etapa posterior al procés, se beneficiaron de la indulgencia de los suyos por las penas de cárcel y la tan cacareada “represión”, pero hoy ya no. A escala municipal, pues de eso también iban las elecciones del pasado 28 de mayo, lo más sorprendente es que no han logrado en una década tener ni media docena de buenos alcaldes. Y a la que en Junts resurge el gen convergente en municipios como Igualada, Martorell, Figueres y, claro está, en Barcelona, los republicanos se hunden.
Tanto Aragonès como Junqueras pidieron en seguida priorizar los acuerdos entre fuerzas separatistas en ayuntamientos, consejos comarcales y diputaciones, y el presidente de ERC descartó tajantemente la posibilidad de descabalgar a Trias para hacer alcalde a Jaume Collboni. Junqueras de nuevo, en las entrevistas, descargó toda su bilis contra el PSC y el PSOE. Sin embargo, Junts, después de solicitar a los republicanos una lista conjunta independentista para las generales, petición que saben imposible, sigue optando por la entente cordial con el PSC en el mundo local. Los primeros acuerdos que se conocen en Blanes, Roses o en la Diputación de Tarragona, han sido recibidos en la calle Calabria como un jarro de agua fría. Anticipan que Junts y ERC no van a entenderse en casi ningún sitio, mientras el acuerdo de los primeros con el PSC va a profundizarse en esta nueva etapa. Puede parecer contradictorio, pero ambas formaciones son complementarias, no se disputan el mismo electorado ni la hegemonía dentro de ningún bloque. Además, los sectores que en Junts provienen del PDECat comparten con los socialistas la tradición municipalista, y coinciden en cuestiones territoriales estratégicas, sobre todo en infraestructuras, empezando por la ampliación del aeropuerto o la B-40, donde en cambio ERC se siente ideológicamente más próxima a los comunes o la CUP.
El gran escollo para esa entente entre PSC y Junts era Barcelona, pues sobre el papel Collboni podía optar a ser alcalde si ERC priorizaba ese pacto de izquierdas tan exigido por los comunes durante la campaña electoral. Es normal que el candidato socialista se resistiese a tirar la toalla la primera semana porque ya no volverá a probar suerte dentro de cuatro años. Tampoco la hipótesis del apoyo externo del PP a Collboni era viable y, menos aún, para acabar en un gobierno municipal con los comunes en medio de unas elecciones generales a cara de perro. Ahora, el PSC ya ha asumido que la alcaldía será para Trias, y que se trata de cerrar sin demasiado ruido, como le gusta hacer a Salvador Illa, el máximo número de acuerdos con Junts, empezando por el Área Metropolitana y la Diputación de Barcelona. La normalidad en Cataluña pasa por el fin de la política de bloques, tanto del identitario/secesionista como del clásico derechas/izquierdas; pasa por convertir en amigo al enemigo de tu enemigo. Cosas veredes, amigo Sancho.