Mi infancia y buena parte de mi adolescencia son recuerdos de un patio de butacas barcelonés, de esos de sesión doble y continua. Raro era el sábado en que mi tío abuelo, un capitán de la marina mercante jubilado, que me legó no sólo el amor por el cine, sino también una impresionante biblioteca, no me cogiera de la mano y me llevara a ver una del Oeste, de John Ford, o una comedia de Howard Hawks o William Wyler.

Yo era un crío y de las cosas del mundo apenas me enteraba. Pero en mi recuerdo, y lo rememoro como si fuera ayer, quedó impreso de forma indeleble el enojoso preludio a esas ansiadas películas. Me refiero, claro, al NO-DO, el Noticiario Cinematográfico Español, que se emitió semanalmente en las salas de proyección entre 1942 y 1981. Y en ese boletín del régimen salía siempre, siempre un señor bajito, al que de vez en cuando brindaban dos orejas y un rabo, o una copa de fútbol, pero que sobre todo parecía dedicarse, en cuerpo y alma, a inaugurar embalses y presas. Irrumpía en la pantalla arropado por las voces de Joaquín Ramos o de Matías Prats, dos formidables locutores que le daban entrada poniéndonos al corriente de todo lo relacionado con la “pertinaz sequía” que Francisco Franco venía a aliviar cortando la cinta de un nuevo pantano.

Uno de esos sábados, de regreso a casa, le pregunté a mi tío: “¿Y por qué Franco inaugura siempre pantanos?”. Y la respuesta fue: “Porque muchas zonas de España tienen sed y necesitan agua para poder regar”. No hubo segunda pregunta. Eso sí que lo tenía claro. Mi tío regentaba una finca de la familia, en Binéfar (Huesca), donde yo pasaba los veranos. Gracias al Canal de Aragón y Cataluña, al que en casa se referían como el Canal de Tamarite de Litera, aquellas hectáreas de secarral, en las que hasta los grillos se suicidaban en verano, se habían convertido en un auténtico vergel, poblado de árboles frutales en impecable palmeta. Aprobado en 1834 por María Cristina, la reina regente, lo inauguró, en 1906, Alfonso XIII.

Así que lo de la pertinaz sequía venía de muy lejos. Porque buena parte de España era un erial y los monos ya no atravesaban la Península sin tener que bajarse de los árboles. De hecho, la presa más antigua de España —¡y de Europa!—, ciclópea, tallada piedra a piedra y levantada durante el reinado de Felipe II, es la de Tibi (Alicante), con una capacidad máxima de 4,5 millones de metros cúbicos. Y tras esa siguieron otras. Pero todo eso era insuficiente. En los días del dictador buena parte de la España meridional —especialmente Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha— continuaba muriéndose de sed. Durante su mandato se inauguraron 615 pantanos. De las 10 presas más grandes de nuestro país ocho entraron en funcionamiento durante la dictadura. Algunas de ellas siguen generando tanta o más electricidad que una central nuclear.

La creación de todos esos embalses no obedecía únicamente a la necesidad de abastecer de agua a amplias zonas del territorio, sino que al tiempo pretendía paliar otro problema preocupante —con el que todos los políticos se siguen llenando la boca sin hacer mucho al respecto—, que es el de la llamada "España vaciada", pues supuso la construcción de 300 pueblos aledaños —repartidos por 27 provincias— que permitieron a 60.000 familias asegurar su futuro. Se les ofrecía una casa con luz, agua corriente y cuarto de baño —cuando más de media España seguía tirando de pozo y utilizando letrinas turcas—, tierras de cultivo, carro, aperos, vacas y animales de corral. A pagar en 40 años.

No crean que esto es una apología del dictador. En absoluto. Solo información desapasionada, verificable, pura y dura. Que yo voy a lo del agua como problema endémico.

Si más que de hablar de otra cíclica y pertinaz sequía estamos hablando de una inexorable crisis climática de nefastas consecuencias —así nos lo están vendiendo a todas horas— yo ya no entiendo nada acerca de las medidas políticas o de los planes a implementar si es que hay alguno sobre la mesa. En España tenemos 765 desalinizadoras de agua de mar, y de agua salobre. Cada una depura más de 100 metros cúbicos al día. En conjunto un total de 28/30 millones de metros cúbicos anuales... ¿No creen que en vez de invertir cifras astronómicas en memeces el Gobierno de Pedro Sánchez, o del incompetente que le sustituya, debería plantearse construir 1.000 más a medio plazo? Eso no calmaría la sed de la tierra, pero contribuiría a asegurar el agua de boca de consumo doméstico.

Si la sequía no es ya algo coyuntural, sino tendencia al alza, ¿por qué se están destruyendo presas y embalses en aras de un ecologismo woke mal entendido? ¿Quizá para que la trucha y el trucho (progenitor no gestante) desoven alegres truches? De los 1.200 embalses con los que cuenta España —país de la UE líder en estas infraestructuras— solo en 2021 se destruyeron 108, bien por su elevado coste de mantenimiento bien por haber terminado la concesión de la Endesa o la Iberdrola de turno que los explotaba. Hace pocas semanas el Gobierno ordenó la demolición de la presa de Valdecaballeros (Badajoz), lo que supondrá la ruina para una comarca que vive esencialmente de la ganadería y la agricultura. Y en la picota está también la presa de Los Toranes (Teruel). Los que pretenden recuperar la naturalidad de los ríos en favor de lo ecológico olvidan que esos grandes embalses, que dejamos que sean destruidos sin apenas protestar, han creado a su alrededor ecosistemas propios de incalculable valor tanto en flora como en fauna.

Pero esas decisiones son también fruto de la política dictada por la UE y por la Agenda 2030, cuya estrategia globalista resulta claramente lesiva para los intereses de nuestro sector primario. Es curioso constatar que mientras esto sucede aquí —y en menor medida en otros países europeos—, en Egipto, Marruecos, y otras zonas del norte de África se invierten ingentes sumas de capital (créditos facilitados en buena medida por Europa) destinado a la construcción de canales de irrigación, embalses y presas, potabilizadoras de agua y extraordinario fomento de la agricultura. Mucho de lo que consumimos a diario viene ya de allí ¿Acabaremos entonces siendo única y exclusivamente un país de servicios, sol, tapas, turismo y ocio nocturno, renunciando a nuestra soberanía alimentaria? Lo que sí está claro es que pase lo que pase este verano, los 450 campos de golf de nuestro país (si no me he equivocado al sumarlos) lucirán espléndidos, y las incontables piscinas de la red hotelera nacional y parques acuáticos derrocharán agua a espuertas.

Al problema endémico del agua añadan el espurio interés que subyace detrás de los cientos de incendios simultáneos, claramente provocados, que prenden una y otra vez por nuestra geografía —en 2021 el fuego arrasó más de 85.000 hectáreas—; el recelo y las denuncias relacionadas con la manipulación artificial del clima (solo en la Comunidad de Madrid se han interpuesto más de 40 pleitos en pocas semanas); el avance de la desertización y la lentitud a la hora de reforestar, aun siendo el segundo país que más árboles planta de todos los de la UE, y cien parámetros más que inciden en la ausencia de precipitaciones.

Poco podemos hacer ante crisis energéticas como la que vivimos, provocada por una guerra, pero la soberanía hídrica sí está en nuestras manos. Nadie podrá luego, cuando sea muy tarde, afirmar que no se podía prever algo así. En mi localidad, ubicada en una zona de buena pluviometría incluso en años de escasez, apenas han caído cuatro gotas en cuatro meses. El ayuntamiento ha prohibido regar jardines, llenar piscinas y lavar coches. Y nos anuncia que los cortes serán inevitables.

Miserere mei Deus, ahora que había plantado una docena de tomateras y unos cuantos pimientos y judías. En fin, que me voy a quitar las penas con un whisky sin agua ni hielo. Sean felices.