El empeño en ubicar a ERC en la llamada izquierda progresista que en Cataluña se resume en el tripartito de republicanos, comunes y socialistas puede resultar hasta irritante. Y ello sin entrar en el debate sobre lo que hoy significa la izquierda. José Luis López Bulla, el histórico líder de CCOO, sostiene que ERC es el partido más confuso de Europa, que no es poca cosa teniendo en cuenta la dimensión del continente y la variedad de alternativas que en él habitan.

A la vista del batacazo sufrido en las elecciones municipales, lo del relato del pragmatismo apenas queda como un intento de lavar la cara. La autocrítica es inexistente y el verbo dimitir sigue viéndose como una variante semántica del ruso. Oriol Junqueras, “El Líder” para sus íntimos, ofrecía estos días una explicación magistral sobre lo que es la responsabilidad política: “hacer todo lo posible para conseguir la confianza de la gente”, para añadir a renglón seguido, sin atisbo alguno de modestia, que él es la persona más valorada políticamente en Cataluña desde hace unos cuantos años.

Esa idea del pragmatismo republicano fue ampliamente comprada, incluso por la llamada sociedad civil, probablemente por la necesidad de recuperar el orden y la normalidad convivencial perdida. Ahora bien, el asunto adquiere matices singulares cuando se trata de entender ese empeño integrador de carácter tripartito.

Para los Comunes es una cuestión de interés y cercanía alentada por esa tercera parte de independentistas que, a decir de los expertos, cohabitan en la formación que ha gobernado hasta ahora la corporación barcelonesa. Sin embargo, lo que empieza a planteárseles es una cuestión de supervivencia. Sin la lideresa en cabeza de la manifestación y sin el Ayuntamiento en sus manos, el futuro resulta oscuro para los más de dos centenares de militantes o inscritos, según el lenguaje al uso de la formación, que se dice habitan en la corporación y su entorno, incluido el Área Metropolitana. A quien le toque, no le será fácil desalojarles: venderán cara su piel.

Siempre les queda la posibilidad de que se junten en la Plaza Sant Jaume para interpretar a coro el viejo tango “Cambalache”, por eso del desamparo de la sociedad; bajo la dirección musical del tucumano Gerardo Pisarello, pueden incluso ensayar previamente en las Cocheras de Sants, tan de su gusto, con cualquiera de sus muchas versiones. Ada Colau manifestaba orgullosa no procedía del proletariado, sino del precariado, cosa que abarca todo y nada. Ahora veremos hacia dónde orienta sus pasos. El profesor Félix Ovejero afirmaba recientemente que los comunes son “un producto más de la frivolidad de los pijos catalanes que le votaron porque creyeron que no tendría consecuencias”. Pero todo parece indicar que ya nada será igual.

No están los tiempos para hacer cábalas sobre como acabará en unos días la composición del ayuntamiento, más aún cuando vemos cómo cambia el escenario en apenas unas horas: el baile de pactos es una aventura de casino, si se tiene en cuenta que cualquier acuerdo puede tener consecuencias el 23J, aunque los eventuales acuerdos se hagan a escondidas, de tapadillo, o intercambiando cartas por debajo de la mesa.

El PSC de Barcelona se enfrenta además a un cierto ERE municipal que ignoro a cuanta gente podría afectar, aunque siempre puede caber el refugio de la Diputación como tabla de salvación. En el fondo, subyace también una especie de mala conciencia histórica en el equipo dirigente de los socialistas y, en general, de cierta izquierda catalana procedente incluso en muchos casos del extinto PSUC, acomplejados de ser tachados de poco nacionalistas desde los tiempos de Jordi Pujol.

Institucionalidad, gobernanza y liderazgo son tres principios básicos para el ejercicio del poder en tiempos líquidos, por la velocidad a la que se suceden los acontecimientos. Fluye todo tan deprisa que hace unos días el presidente de la Generalitat propuso en apenas unas horas tres variantes posibles para tratar de recuperar la pasión secesionista o independentista. La cuestión tiene su alcance, sobre todo cuando hay quienes apuntan hasta la posibilidad de que los catalanes seamos llamados a las urnas antes de que finalice el año.

Les han ido tan mal las cosas a los republicanos el 28M que de poco o nada valdría incluso un ligero lavado de cara del Govern: salida de Teresa Jordà por la pésima planificación de la sequía, de Josep González-Cambray por el lío en la enseñanza o de Laura Vilagrà por el pitote de las fallidas oposiciones a funcionarios. Apuestas al margen, las propuestas sucesivas de Pere Aragonès, al margen de querer avivar los rescoldos del independentismo, exigirían algo que resulta dudoso en él y su formación: reflexión y cultura política. Siempre es mejor que te critiquen a que te ignoren, como parece el caso, pero es imposible criticar algo inexistente como es su acción de gobierno. Quizá la solución esté en preguntar a Salvador Illa hasta cuando aguantará prestando apoyo a un Govern que no hace nada.

Cuanto tardará Pere Aragonès en disolver su gobierno es tratar de despejar una incógnita muy compleja, entre otras razones porque tampoco se sabe hasta que punto depende de él o de “El Líder” Junqueras. Habrá que esperar también a ver qué ocurre el 23 de julio con esas elecciones que Pedro Sánchez ha convocado de sopetón en una decisión que se ha calificado de “audaz” hasta la saciedad y que en realidad no sabemos si en verdad no es “temeraria” o “soberbia”. En todo caso, un claro intento de captar el voto de esa izquierda diluida que se ha perdido en el fragor de la fragmentación y la inquina que le es clásica desde tiempos inmemoriales. Todo ello, adobado con el grito de guerra de “que vuelve la derecha” para captar el voto útil. Sin embargo, los ciudadanos votamos mirando hacia el futuro y dudo que funcione la estrategia del miedo; hace falta mucho más. Tampoco creo que se arreglen las cosas con una eterna sonrisa como versión acaramelada de la inanidad hecha persona intelectualmente.