El cazador Acteón, al que la diosa Diana, furiosa porque la había visto desnuda, en el bosque, cuando estaba bañándose con sus ninfas, transformó en un ciervo, fue despedazado por los perros de su propia jauría.

Dicen algunos analistas que la rápida reacción del presidente del Gobierno, convocando elecciones generales en una fecha disparatada, responde a la conveniencia de impedir que cuaje un motín dentro de su propio partido: que los suyos no se vuelvan contra él, que tus propios perros no te despedacen. Sánchez quiere evitar un destino parecido al de Acteón.

Pues bien, esto es lo que pasa con algunos de los jefes del procés: es un espectáculo instructivo, sobrecogedor, pero verdaderamente desagradable, ver cómo les agreden sus propias jaurías.

El otro día le pasó al atlético Romeva ante la Ciudad de la Justicia, donde no sé qué hacía, seguramente ir a rendir cuentas por alguna de sus necias travesuras. Se encontró en la puerta una reata de lazis, familiares de chicos a los que se estaba juzgando por cortar carreteras y bloquear el aeropuerto, y se pusieron a insultarle a voz en grito:

¡Botifler! ¡Traidor!

Se acercó Romeva a afearles la conducta y a pedirles un poquito de por favor, y redoblaron los insultos:

—¡Provocador! ¡Traidor!

Romeva estaba abrumado, dolorido; y es que no eran los “fachas” los que le insultaban, sino “la bona gent”, su propia gente. Esto tiene que doler.

Esa gente, que siguió ciegamente a sus jefes en el procés, ahora les detestan por su fracaso. Sienten que fueron engañados, que les vendieron humo, que no culminaron el procés, que no cumplieron el mandat del plebiscito (ilegal) porque no tenían nada preparado para el día después.

¡Todo eso es verdad, señores, pero Romeva ha pagado cara su frívola ineptitud, ha pasado en la cárcel tres o cuatro años! A uno, que está en las antípodas de su pensamiento político, le parece una canallada irle a reprochar nada a un tipo que ha purgado sus errores de forma tan dolorosa. Y si los lazis lo piensan un momento se avergonzarán de sí mismos.

Es claro que la dirigencia del procés era incompetente, superficial, perezosa y temeraria (¡y no sólo esa dirigencia, dicho sea de paso! ¡Todos esos males están muy difusos en nuestra vida política!). A través de sus aparatos de agitprop generaron y alimentaron a una multitud separatista, a la que prometieron el oro y el moro y al final condujeron a la derrota y a la frustración. Una aventura ruinosa.

Cierto, pero es injusto que los frustrados insulten así —no sólo, por cierto, en la Ciudad de la Justicia— y en las elecciones den la espalda a sus dirigentes, por ineptos que se hayan mostrado. ¿Cómo osan los que se quedaron libres reprochar falta de compromiso a los expresidiarios? ¿Qué más compromiso quieren que sacrificar años de vida por la Idea? ¿Cómo osan insinuar que Romeva y compañía en el fondo estaban al servicio del enemigo? Hay que tener muy mala entraña.

Sí, Romeva y compañía les engañaron y frustraron, y la masa se siente, con razón, estafada y algo peor: ridiculizada. Pero ¿acaso esa dirigencia es la única responsable de esa frustración y de ese ridículo? Cada ser humano es, por lo menos, corresponsable de sus propios actos. No por votar y secundar a esos jefes en los comicios, en grandes manifestaciones y en luchas callejeras, se delega en ellos toda responsabilidad y se puede aspirar a la impunidad de las propias memeces.

Somos todos adultos. La juerga os pudo parecer exaltante y orgiástica: ¡ahí es nada proclamar la revolución de las sonrisas y paralizar autopistas y aeropuertos, prender fuego a las calles y enfrentarse a la policía en nombre de una “libertad nacional” que encima te tiene que hacer más rico! Pero ahora resulta que en vez de beneficiarse de esos miles de millones de euros que venían aparejados a la independencia, hay que presentarse en la Ciudad de la Justicia, afrontar la denuncia de la policía, soportar la mirada glacial y desinteresada de un juez, pagar multas, y pagar al abogado. Y en algunos casos, quizá pagar también tiempo. Es lo que tienen las fiestas: raras veces salen gratis. ¡Toda la culpa no es de Romeva y compañía!

Respetemos a los que han sufrido y han dormido noches y noches en la cárcel. Sugiero desde aquí al señor Romeva (que, como hemos dicho, es fuerte y atlético) que al próximo de sus seguidores que le llame botifler, sin mediar palabra le arree una buena bofetada. Basta de apaños y componendas con gente de tan poca calidad.