Estamos en ese mismo momento en el que el croupier del casino cierra las apuestas y dice, “las cartas están echadas, ¡no va más!” A partir de ahora, el voto útil deja de ser útil. Ya no pintamos nada, los pactos decidirán quién será el alcalde de Barcelona.

Como ya se ha visto en otras ocasiones, el más votado puede quedarse sin el primer sillón de la ciudad. Igual esto se tendría que cambiar. Sea cual sea el resultado, empezamos un nuevo ciclo, ¡o eso espero! Nosotros, la llamada sociedad civil, tenemos que contribuir a conducirlo y para ello se harán necesario enormes dosis de empatía y aproximaciones transversales.

Hay que mirar hacia delante, dejarse de complejos y trabajar las fortalezas de nuestra ciudad, ser positivos. Estos últimos años, la sociedad civil ha estado como ese capitán de barco que, tras pasar por una fuerte tormenta, suelta el timón, baja a su camarote y se acurruca en la litera.

Hubo un tiempo en que los empresarios catalanes no se abonaban al victimismo y tomaban las riendas para ser dueños de su destino y proteger sus instituciones. Ha habido un retraimiento de esa llamada elite, un temor a exponerse de forma valiente para evidenciar la fuerza que sin duda tiene y ha tenido Barcelona y que ahora transita con demasiada facilidad de la euforia a la depresión. Debemos recuperar la ciudad, lo que representaba Barcelona a nivel nacional e internacional. Barcelona tiene que volver a recuperar su imagen.

Para ello también necesitamos instituciones fuertes, que no defiendan los intereses de quienes las dirigen. Una cámara de comercio, que también afrontará elecciones en pocos meses y cuyo principal objetivo, en esta legislatura de dudosa legitimidad, ha sido la instrumentalización de la entidad al servicio de una agenda política partidista que ha arrinconado las urgencias reales de las empresas.

Otras instituciones también están en decadencia, algunas por falta de valentía, otras por pereza. Hasta el Barça, nuestro más preciado estandarte, está de capa caída.

Pero lo más importante: Barcelona necesita volver a abrirse, ser esa ciudad amigable en todos los sentidos, no solo para los inversores, empresas, el talento internacional, sino también para los barceloneses.

Barcelona debe ser la indiscutible capital del Mediterráneo, un referente internacional del capitalismo responsable y de la nueva economía. Hay que estimular y reconocer el emprendimiento y convertir Barcelona en un centro de referencia de la innovación tecnológica, médica y de la economía del medioambiente.

Barcelona ha de tener personalidad propia y aspirar a mucho más de lo que hoy representa; y a más que a una cocapitalidad, que poco nos aportará. Pero nuestra ciudad, además, puede contribuir a defender los valores propios de la Unión Europea en su vertiente sur, trasladando a Bruselas la trascendencia de la política mediterránea en cuestiones económicas, migratorias, energéticas y de seguridad.

Barcelona es la sede del Secretariado Permanente de la Unión por el Mediterráneo, Aprovechémoslo. ¡Les jeux sont faits!