Se lamenta mi vecino y candidato en las listas municipales Lluís Rabell de la obsesión de algunos medios de comunicación por desentrañar el misterio, el sudoku dice él, de los pactos poselectorales. El veterano dirigente vecinal tiene motivos para quejarse. Nos faltan lectores pacientes, vivimos en una sociedad con prisas en la que abundan los consumidores de epílogos y los espectadores de episodios finales. Calma. En un escenario político tan fragmentado como el actual, en el que se desconoce cuál será el porcentaje de participación electoral, cualquier combinación aritmética es posible. La curiosidad de los plumillas está justificada, pero sin conocer el veredicto de las urnas y el reparto de poltronas todo lo narrado será fruto de la literatura de ficción o de la especulación.

En los mentideros políticos se bromea afirmando que de partos y pactos los hay con y sin dolor. Y es cierto. El pacto germano-soviético de no agresión firmado en 1939 entre Molotov y Ribbentrop fue un acuerdo de conveniencia entre dos enemigos ideológicos teóricamente irreconciliables. Ahí hubo disgusto por alguna de las partes; como también quiero pensar que lo hubo en el pacto del Majestic suscrito entre José María Aznar y Jordi Pujol tras la elecciones generales de 1996. La lista de acuerdos firmados a regañadientes entre polos políticos opuestos es inmensa. Temas menores, pero no exentos de dolor y contradicciones, los sigue habiendo a diario. Los hemos detectado, por ejemplo, en el cambio de voto de ERC respecto a los presupuestos del ayuntamiento barcelonés y en los vetos antisocialistas de Oriol Junqueras. La política fabrica sufridores y extraños compañeros de viaje, no en vano los clásicos cuentan que es el arte de lo posible.

Es evidente que las elecciones del 28 de mayo van a estar condicionadas por la situación política general. Guste o no forman parte de un ciclo electoral que tiene como traca final las elecciones a Cortes de fin de año. De ahí que sus resultados sean un indicador de tendencias para el futuro. Cierto, pero los votos de la metrópoli barcelonesa son especialmente relevantes, van a reflejar, entre otras cosas, cómo palpita la política catalana; quién, en el ámbito nacionalista, se lleva el gato al agua; cuál es el estado de salud del socialismo catalán y quién circula airoso por el carril de la derecha constitucionalista. Los bloques se han agrietado, el procés comienza a ser un recuerdo que se difumina y, en consecuencia, cualquier pacto o acuerdo transversal comienza a ser posible. Las líneas rojas se han esfumado, se las llevaron el debate presupuestario y la sequía. Los partidos han tomado conciencia de que es hora de volver a pensar, en serio, en los municipios y las diputaciones.

De la pregunta “¿libertad para qué?” que escuchó Fernando de los Ríos en Moscú en boca de Lenin vamos a pasar —cuando sea el momento— a la de “¿pactos para qué?”. A mi modesto entender, para volver a la buena política; para que Barcelona —junto a todas las ciudades del área metropolitana— recupere el liderazgo económico, cultural, social y tecnológico que le corresponde; para que la vivienda, la movilidad, la seguridad, la igualdad y la sostenibilidad se conviertan en líneas estratégicas para el futuro. Para que ello sea posible conviene, como propone en sus artículos Quim Coll, aparcar los experimentos ruralistas aplicados a la ciudad por la alcaldesa Ada Colau e iniciar una nueva etapa.

A estas alturas de la película la bondad de los pactos y los acuerdos no se puede medir a partir de apriorismos, sino de su objeto y su contenido. Llegados a este punto uno se pregunta si alguno de los candidatos en liza puede oponerse a las tesis pactistas de Jaume Collboni. Cuando el alcaldable socialista propugna un mayor desarrollo económico de la ciudad, respeto institucional y mayores cuotas de justicia social y ambiental, lo hace consciente de que su propuesta es una excelente carta de visita, una invitación a un acuerdo cívico para un nuevo periodo. Tiempo al tiempo para ver quién osa participar en ese parto/pacto sin dolor que necesita la ciudad. La solución al sudoku del candidato Lluís Rabell, a partir del 28 de mayo.