A dos semanas de las elecciones municipales, en torno a una tercera parte de los barceloneses no sabe por qué candidatura inclinarse. Decima arriba o abajo, esa parece la conclusión general de las encuestas publicadas. En definitiva, el treinta se ha convertido en una cifra inescrutable que solo permite deducir que la cosa está que arde. Los bomberos saben bien de su importancia: con una humedad inferior al treinta por ciento, una temperatura por encima de esos grados y un viento igual o superior a los treinta kilómetros por hora, el riesgo de incendio es casi inevitable. En estas condiciones habrá que sobrevivir hasta pasados los comicios del 28M, mientras llueven los estudios de opinión. A ver quién y cómo es el guapo que apaga este fuego.
Es fácil maliciar que entre esos indecisos hay un porcentaje de voto oculto hacia no sabemos quién. Lo malo es que el nivel de participación electoral que se anuncia no supera el sesenta por ciento, porcentaje evidentemente bajo que beneficia a quien tenga el voto más amarrado a su opción: a los Comunes en el caso que nos ocupa, mientras al resto de concurrentes les quedan unos escasos días para sacar del sopor a sus votantes, aunque solo sea porque para poder ganar hay que querer hacerlo. Siempre, claro está, según las cifras que arrojan las encuestas, aunque en ocasiones los resultados sean contradictorios incluso en un mismo instituto. El jueves pasado, 20 Minutos decía que Colau y Trias empatarían en concejales; ayer, La Vanguardia aseguraba que gana Collboni; en los dos casos, el instituto demoscópico es el mismo: Ipsos. De momento, lo único claro en Barcelona es una reñida pugna entre tres (PSC, Comunes y Junts) mientras se descuelga ERC. Está todo tan apretado en cabeza que incluso el ajuste con el error muestral, habitualmente en torno al +/- 3%, puede alterar sustancialmente el resultado.
Con este escenario, se hace más realidad la vieja idea de que una cosa es ganar y otra distinta gobernar. Estamos ante un panorama especulativo sobre los posibles pactos que tendrán que cerrarse a posteriori. De hecho, es algo que vale para todas las elecciones tras las cuales llegan siempre las negociaciones, en las que entran en juego factores exógenos al ámbito estrictamente local. Sin ir más lejos, en algunos entornos circula la tesis de que a La Moncloa le puede interesar un acuerdo entre PSC y Junts, o viceversa, para poder contar con el posible apoyo de estos últimos en el futuro Congreso, dando por supuesto un alejamiento de ERC en su respaldo al Gobierno. La idea de pensar en JxCat como muleta parlamentaria no parece descabellada. Más aún si se tiene en cuenta que tras los comicios municipales y autonómicos habrá una segunda vuelta a finales de año con las generales y que en 2024 habrá elecciones en Galicia y Euskadi, además de europeas. Sin descartar que pueda haberlas también en Cataluña.
Hay quien cree que, siguiendo esa dualidad de ganar/gobernar y la experiencia de que no siempre gobierna el partido más votado, Pedro Sánchez podría estar pensando en continuar en la silla presidencial mediante un pacto de perdedores. El espectáculo en los próximos meses puede ser inenarrable, por más que sea legítimo y democrático cocinar una insuperable sopa de siglas que asegure la Presidencia del Gobierno. Será mejor confiar en la opinión de Víctor Hugo de que “incluso la noche más oscura terminará y saldrá el sol”. Esta es una campaña de rasgos homeopáticos, con riego gota a gota de promesas electorales gubernamentales que cada cual puede creer o interpretar como le dé la gana. Después de todo, si falta la salud, sobra todo. Las negociaciones que vengan también responderán a ese estilo de comunicación por goteo y se vislumbran largas.
De momento, todos compiten con todos. A la candidata de los Comunes le va de perillas esa idea acuñada por el resto de los candidatos de ir contra ella unánimemente y polarizar su campaña frente a Trias. Ernest Maragall, obligado a gestionar la madurez y su aparente fracaso demoscópico, se ha apuntado a la teoría del “y yo más” y pretende convertir las calles Gran Vía y Aragón en corredores verdes para que dejen de ser “autopistas urbanas”, probablemente pensando que así recuperará posiciones en la carrera electoral. Trias parece feliz con la máxima de “virgencita que me quede como estoy”, mientras ora et labora para que sus colegas de partido estén callados. A Collboni le puede interesar “españolizar” su campaña, no tanto por orillar el debate indepe como por confiar en el paraguas protector del presidente Sánchez y su labor de gobierno, con su rosario de promesas sacadas como gazapos de la chistera: una cada fin de semana, a modo de rifa de feria.
Al final, será apasionante el estudio de los resultados mesa a mesa, barrio a barrio. Básicamente para saber quién y cómo vota a qué. Trabajo extra para sociólogos y politólogos. Aunque parece haber consenso entre los especialistas en que eso de la “clase media trabajadora” que se inventó el PSOE no significa nada desde el punto de vista sociológico, ni describe una realidad social, sino que trata de crearla como concepto en el que cabe todo. Es un clásico de los estudios demoscópicos el hecho de que la gente se autoclasifique en la clase media.