Miguel Gila fue un grandísimo humorista, con una vida marcada por las miserias de la guerra civil y por su éxito, en ocasiones mal digerido. Hombre de izquierdas, de los de verdad, inventor en España de lo que hoy llamamos monólogos y representante máximo del costumbrismo ingenuo, una rama del surrealismo. Su vida también fue surrealista pues fue fusilado en un pueblo de Córdoba, muy cerca de donde Paquirri recibió su cornada mortal, pero sus ejecutores fallaron, según él por sobredosis etílica, y pudo sobrevivir. Vivió en un campo de concentración, trabajó más o menos bien en la posguerra para acabar exiliado, también de verdad, desde finales de los 60 en Argentina hasta la muerte de Franco. Sus días los terminó en el barrio de Les Corts de Barcelona con una de las tres mujeres con las que convivió, aunque solo la primera fue su esposa, con más deudas que patrimonio, situación a la que llegó por el simple hecho de haber gastado más de lo ingresado en una vida más que intensa.
Entre sus geniales diálogos hay uno que hoy está de plena actualidad, ¿Es el enemigo?. En él, Gila llama desde una trinchera al otro bando para pedir un ajuste en las horas en las que combatir, más que nada por organizarse y poder hacer otras cosas. Si uno se deleita ahora con esta pieza maestra del humor surrealista no puede menos que pensar en la guerra en Ucrania.
No se me ocurre mejor adjetivo que surrealista a la presencia de la primera dama de Ucrania y al presidente del Gobierno en la ceremonia de coronación del Rey Carlos III. ¿Cómo narices sale, y entra, de su país la primera dama y el primer ministro para acudir a una fiesta? No lo entiendo. Como no entiendo como Zelenski sale, y entra, cuando le apetece para ir a cualquier tipo de reunión, o como primeros ministros y presidentes de medio mundo van a Ucrania a hacerse una foto. ¿Es normal que Biden fuese a Kiev?¿Es normal que Zelenski estuviese en Bruselas? No, salvo que las normas de esta guerra las marque el espíritu de Gila. “Putin, no dispares, que sale la mujer del jefe para ir a una fiesta…”
Los 8.700 civiles que según la ONU han perdido la vida en esta guerra merecen un respeto que algunos parecen no tener. Aunque la pérdida de una vida ya es demasiado, el número de víctimas son más propias de una guerra de baja intensidad que de un conflicto abierto pues menos de 600 víctimas al mes, 20 al día, comparan mal con el millón de civiles fallecidos en Irak, los 40 millones de la segunda guerra mundial o incluso con las 14.000 víctimas de la guerra de baja intensidad en el Dombás en el periodo que va desde la invasión de Crimea de 2014 a la invasión rusa a Ucrania de 2022. Cada día vemos catástrofes en la televisión, pero en realidad parece que es la catástrofe del día. ¿Qué tipo de guerra es ésta donde lo que no se televisa no existe?
Superado el primer impacto, no se entiende nada de este macabro juego. Poco sabemos de los aviones rusos ni están claras las tácticas de una guerra que se ensaña en unos territorios y deja el resto inmaculado. Si Rusia quiere “liberar” la parte pro-rusa lo hace de una manera muy curiosa, destrozándola. A veces parece que se trate de una guerra del siglo XIX más que del XXI y en otras son los drones los que campan a sus anchas. Todo es muy, demasiado confuso para no tener, al menos, dudas de lo que realmente pasa allí.
Dentro de esta confusión la permeabilidad de las fronteras es algo que sorprende. Es comprensible que Zelenski saliese una vez para recabar apoyo internacional, pero parece que él, su mujer y sus ministros cruzan la frontera con la misma o más facilidad que nosotros vamos a Andorra. La sorpresa es mayor sobre todo al regreso, porque si hacemos caso a las series bélicas y de espías, sería muy sencillo bloquear su retorno. Nada de eso ocurre y a los políticos occidentales parece que les seduce una foto con chaleco y casco en Kiev.
Este sábado tenemos nuevo festival de Eurovisión. Al paso que vamos no sería de extrañar ver a Zelenski en Liverpool entregando el micrófono de cristal. Y mientras tanto siguen los muertos, la miseria y la tensión geopolítica. ¿Por qué no se acaba esta guerra de una vez?