¿Recuerdan cuando desde la Generalitat nos aseguraban que estaban preparando estructuras de estado? Pues al final ha resultado que no son capaces ni de preparar estructuras de academia de barrio. Como para darles las riendas de un nuevo país. Pretendían hacernos creer que al día siguiente de declarar la independencia ya controlarían las fronteras, el ejército, las comunicaciones, la minería, las fuentes de energía y el espacio aéreo, y no son capaces ni siquiera de organizar medio decentemente unos exámenes de oposición. Imaginen ustedes el lío que se habría formado en Cataluña en el caso de que nuestros líderes hubieran tenido que gestionar un nuevo estado, si no son competentes para gestionar unos miserables exámenes. Algo que habría solucionado en un santiamén el hermano Casimiro, al que tuve en los Escolapios, ha supuesto para la Generalitat no solo un fracaso --uno más--, sino la constatación de que les queda grande todo lo que no sea colocar en la Administración a los amiguetes y cobrar a final de mes, que a eso no hay quien les supere.
La solución, como siempre, ha sido culpar a la empresa externa que organizó el carnaval opositor. Sucede, sin embargo, que si los gestores políticos a quienes pagamos generosamente el sueldo, más los cientos de asesores colocados ahí para que cobren asimismo generosos sueldos, fueran capaces de organizar algo, lo que sea, no sería necesario acudir a empresas externas. Al final, resulta que no solo son incompetentes para organizar unos sencillos exámenes, es que lo son también para contratar a la empresa que les sustituya en tal tarea. Doblemente incompetentes, sin que ello suponga sorpresa alguna.
Uno ve a los presidents y consellers que hemos padecido en los últimos tiempos y se siente como el etarra arrepentido de la película Maixabel. Una mediadora le pregunta las razones por las que abandonó la banda, y su respuesta, sincera, desarma a cualquiera: “Mire, en algunas cárceles en las que he estado, he coincidido con dirigentes de la organización. ¿Y sabe qué? No valen nada. Vi que son unos mediocres. Y me dio mucha rabia haberles creído”. A los catalanes que un día creyeron a sus dirigentes cuando les pedían sacrificios por la independencia, probablemente les sucede lo mismo: se van dando cuenta de que son unos tipos mediocres, que no valen ni para organizar una prueba escrita. Esos eran quienes les prometían la luna.
No se descarte que el caos opositor fuera una prueba más para los aspirantes. Sería lógico que quienes pretenden ser funcionarios de la Generalitat conozcan desde el primer día lo que les espera en aquella casa, no sea que alguno de ellos --debería de ser alguno muy despistado, o que haya estado en coma profundo los últimos veinte años-- piense que en la Administración catalana se hacen alguna vez las cosas bien. Eso es imposible. Está bien pensado que los meritorios sepan en primera persona lo que les aguarda en su nuevo trabajo, aprobado mediante. Todos hemos visto en las películas bélicas cómo un sargento malo --aunque en el fondo con buen corazón-- castiga a los reclutas y les hace pasar las de Caín con el propósito de que más adelante, en la jungla, puedan sobrevivir. Lo mismo pasa con los reclutas que un día serán funcionarios catalanes: hay que maltratarlos a conciencia para que en un día no muy lejano puedan sobrevivir en la jungla de políticos, altos cargos, cargos medianos y asesores que es la Generalitat. El desastre absoluto en la simple organización de unas oposiciones les va a servir para que entiendan que, si por fortuna alcanzan su puesto de trabajo, vivirán desastres diariamente. Y en todo el abanico posible de temas, desde organizar un examen a proclamar una república.