El caso de las enfermeras del hospital del Vall d’Hebron acosadas por el Obersleutnant Manel Balcells, el sindicalista Enric Juvé y miles de acusicas y metomentodo es muy significativo de la enfermedad del catalanismo. ¡Precisamente al incorporarse a la Gestapo lingüística, mil médicos se han declarado “enfermos de amor al catalán”, confirmando que urge muchísimo que lleguen a Sants trenes llenos de psiquiatras.

Sic rebus stantibus, los ciudadanos sanos esperábamos que, si no el presidente del Gobierno, por lo menos Salvador Illa se pronunciase de inmediato sobre este brote psicótico colectivo, semejante al letal baile de San Vito que se declaró en el siglo XIV en las ciudades ribereñas del Mosa y del Rin. Sin motivo alguno, la gente se ponía a bailar locamente, durante días enteros, hasta la extenuación e incluso la muerte.

¡Como exministro de Sanidad y como jefe de la oposición, algo tenía que decir!

Pues no, no ha dicho ni mu. Illa calla. Calla Illa.

Ante un desafío moral y político como este no podemos creer que los socialistas se mantengan callados por aquiescencia, por complicidad, por asentimiento con el acoso, porque comparten los predicados, las prácticas matonas y la psicopatología de la Gestapo. ¡No, ellos no pueden ser tan fachas, tan racistas y xenófobos! ¡Seguro que no lo son, por más que haya un continuo trasvase de cuadros entre sociatas y ercos, y por más que estos sean una segura muleta del Gobierno de la nación!

Tampoco podemos atribuir el silencio estruendoso del callado Illa a cínicas conjeturas electoralistas: o sea, a cálculos de los votos fachas que podría perder en los próximos comicios si hablase y dijese la verdad.

Ni creo que Illa calla y otorga porque sigue el típico consejo que los burgueses timoratos dan a sus hijos: “¡Sobre todo, no te signifiques!”, ya que la política consiste, precisamente, en significarse. 

No: hay que creer que Illa calla de momento porque está pensando muchísimo el tremendo discurso que piensa pronunciar (¿cuándo? ¡Pronto!), en el que denunciará la bajeza psicopatológica de la Gestapo lingüística y comprometiéndose a que si él, Illa, llega, como anhela, a la presidencia de la Generalitat, la disolverá sin contemplaciones y someterá a Balcells, Juvé y tutti quanti a dolorosas, pero balsámicas tandas de electrochoques, en algún sótano de Vall d’Hebron con las paredes acolchadas.

Hay que creer que Illa calla porque no da crédito a que algo tan vil como la Gestapo lingüística opere en Cataluña. ¡Está tan indignado, que al pobre no le salen las palabras!

Illa calla –de ello estamos seguros— por exceso de sensibilidad: le enmudece el asco a los acosadores y también el que sin duda le produce la complicidad y el silencio interesado de los que callan.