Abusar de la manipulación de la historia suele tener un efecto bumerán a medio o largo plazo. El giro de 180º dado en la década de los setenta del pasado siglo por buena parte del regionalismo y el nacionalismo catalán, con el fin de definirse como sempiterna oposición al franquismo, alcanzó su cima con el procés. Durante medio siglo el victimismo ha sido el principal —y casi único argumento— para blanquear el pasado colaboracionista de una parte del regionalismo catalanista con la dictadura franquista.

El proceso de invención de esa Catalunya perseguida, maltratada, invadida y colonizada es una construcción discursiva similar a la realizada en tantos otros países, donde también han necesitado reescribir nacionalmente su pasado lleno de contradicciones y matices, de conflictos y migraciones, bullangas y revueltas, expansiones y conquistas, guerras civiles y complicidades… Este proceso de invención ha sido pilotado por unas elites dirigentes que han conseguido imponer y compartir, mediante su hegemonía cultural, un concepto de nación pura, única e indivisible. Una verdad absoluta y eterna, llena de aire, que ahora se agrieta.

El imaginario “semi Estado” catalán, de origen medievalizante y que, al parecer, tanto necesita autocompletarse como tal, ha utilizado desde hace un siglo un “semi ejército” a su imagen y semejanza, para exponer mundialmente su “hecho diferencial”.  Este “semi ejército” simbólico, como decía Vázquez Montalbán, ha sido y es un equipo de fútbol que se nutre paradójicamente de “colonos” y mercenarios, además de jóvenes soldados formados en su masía. Es cierto, como quizás dijera Narcís de Carreras, que el Barça es más que un club, pero lo es en tanto forma parte de una determinada Catalunya que es un gran club.

El pasado como herramienta política es un campo de minas. El recurso de Joan Laporta de defenderse atacando sólo puede resultar convincente a sus fieles culés, una masa acrítica que hace suyo el discurso hegemónico de las elites. El contrataque del Real Madrid ha tenido un efecto mayor que un simple recordatorio del uso francocatalanista del equipo, quizás no conocido por los más jóvenes. El “efecto acumulativo de los medios” ha hecho el resto, ha consolidado la confrontación de narrativas nacionales y futbolísticas, pero con un efecto inesperado para los defensores catalanistas de la memoria histórica.

A la deplorable imagen actual del Barça por el caso Negreira, ampliamente difundida fuera de Cataluña y por todo el mundo, se extiende en el resto de España la estrecha complicidad de la entidad con el régimen franquista. Ni siquiera el anhelado retorno de Messi podrá recuperar tantos enteros perdidos. Retorcer el pasado, sea para señalar al adversario o para vender más camisetas, es puro catenaccio. No sólo es falta de fútbol y destrucción del juego como espectáculo, es también y sobre todo una muestra evidente de la profunda falta de legitimidad que atraviesa la exhibición patriótica del club Catalunya y su apéndice culé.

La corrupción y el uso torticero que Laporta ha hecho del pasado del Real Madrid ha dejado definitivamente tocada a la entidad barcelonista y, por extensión, al nacionalismo catalán. Es como aquel carnero encantado que citó el maestro Correas en su Vocabulario (1627): “Fue a por lana y volvió trasquilado”.