No creo que haya ningún rociero, devoto o no, que no haya sentido como un duro golpe en las entrañas la ridiculización de la Virgen del Rocío que Toni Soler y su equipo hicieron en Està Passant. La reacción ante el uso burlón de la iconografía canónica de la Blanca Paloma ha sido masiva.

La mayoría de las críticas vertidas en las redes han coincidido en que la escena representada no tenía ninguna gracia. Ni siquiera la imitación del habla andaluza recordaba de lejos a alguno de las decenas de acentos que se escuchan en el sur. Para unos pocos andalucistas el gag también ha sido un despropósito de mal gusto amparado en el humor y la libertad de expresión, pero no contra Andalucía, puesto que esta Virgen no representa a la comunidad autónoma. Otras andalucistas, como Teresa Rodríguez, la reina cupaire de Adelante Andalucía, han puesto el grito en el cielo. Los ha llamado ignorantes. ¿Hasta ahora no había descubierto el supremacismo congénito de sus colegas nacionalistas?

Los antropólogos aseguran que la Virgen del Rocío es un marcador identitario, un rasgo con el que se visibiliza la singularidad cultural andaluza, aunque no sea compartido por todos los andaluces. Luego, representar de manera tan ridícula a una imagen identitaria del sur y burlarse del acento puede ofender a muchos andaluces. La situación se agrava en el contexto actual, donde la exposición pública del odio al otro se ha convertido en una forma cotidiana de señalar las diferencias entre grupos.

Una de las razones que los defensores de este número han esgrimido es que Soler y su equipo ya habían desacralizado en otra ocasión a la Moreneta. Parece más una justificación para encubrir una fobia que un argumento racional. Es evidente la diferencia en el tono de los respectivos sketches, mucho más zafio y tosco en el caso de la virgen andaluza por sus continuas insinuaciones al calentamiento sexual de la mujer. Por cierto, si lo hubiera sorprende que no haya protestado el feminismo rociero.

Para hacer humor con la devoción mariana hay que ser más fino e inteligente, para hacerlo del andaluz y sus acentos no es necesario. Ese es el mayúsculo error de esos sujetos televisivos con muy mala leche. La “andaluzofobia”, ese palabro que sin querer Soler & Cía. han puesto en circulación, no es nueva en Cataluña. Desde principios del siglo XX, con la llegada masiva de murcianos y almerienses, se fue extendiendo en Barcelona y alrededores un discurso racista contra la inmigración, que décadas después fue hiperalimentado por Jordi Pujol, Heribert Barrera y demás acólitos y cuadrillas.

Cuenta Francesc de Carreras en una reciente entrevista en Vozpópuli que se cayó del caballo del nacionalismo en los años cincuenta, cuando pudo comprobar el desprecio con el que las élites de La Bisbal trataban a los cordobeses recién llegados para trabajar en la industria de cerámica. Ejemplos no faltan. En 1991, en un instituto de las afueras de Barcelona, al pasar lista el primer día de clase hice este comentario al nombrar a una alumna: “Rocío, tu nombre qué bien me suena”. Y ella me respondió: “Sí, mis padres son extranjeros”.

El rechazo hacia los españoles pobres y humildes, en su mayoría andaluces, fue alimentado por el supremacismo catalanista durante el franquismo, normalizado sottovoce desde los primeros gobiernos autonómicos, y engordado hasta la actualidad con la ayuda del furor del converso. No ha de extrañar que estos presuntos cómicos de TV3 tengan interiorizado ese supremacismo ultra hasta los tuétanos.

Ha sido Ella, la Reina de las Marismas, la Madre de Dios, la Blanca Paloma… la que ha conseguido que (casi) todos en Andalucía, de izquierda a derecha, hayan levantado la voz para denunciar, por fin, el viejo y grosero supremacismo, sin arte ni gracia, del nacionalismo catalán. Algún devoto dirá que ha sido un milagro de la Virgen del Rocío, aunque algún viejo catalán rociero haya pensado “¿dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité?”.