A ella no le gusta la leche merengada. La prefiere directa de la vaca siempre que haya sido hervida, que es “tan sana como comer pollo de hace días en la nevera”. La consejera de Acción Climática, Alimentación y Agenda Rural, Teresa Jordà, quiere acabar con las plagas de jabalís, nutrias, ciervos, peces de especies invasoras, conejos y cabras. Ha decretado el fuego a discreción en el marco de las llamadas Mesas de Gestión del Medio Ambiente para tomar decisiones sobre la fauna de cada demarcación. Ha vetado a veterinarios, científicos y abogados para circunscribir las decisiones a los cazadores, un colectivo que fruye por descargar y, según los muy entendidos, siente debilidad por Esquerra. Jordà presume de acuerdos con la caza desde que fue alcaldesa de Ripoll y germinó en ERC, en el Congreso, de la mano del entonces líder de la formación, Joan Puigcercós, hoy emprendedor de éxito.
La consejera tiene otro frente: el de la sequía. Estima que 200 ayuntamientos no cumplen las normas, teme un futuro proceloso, pero tampoco en esto hace caso a la ciencia, cuando rechaza la opinión de los colegios de Ingenieros de Caminos y Forestales que le proponen conectar el abastecimiento Ter-Llobregat con las redes del Ebro.
En las plagas y la sequía, no me imagino al Barón de Albi, el llorado Carlos Montoliu, votando indepe, pero sí saliendo a trenc d’alba con una corte de podencos a perseguir conejos y perdices por la inmemorial baronía de arbusto y media montaña. Tradicionalista y montaraz, Montoliu y de Carrasco, Durán y Milá de la Roca, deudor de su grandeza a la Corona de Aragón, fue gobernador de Guadalajara en los años del hierro y tuvo propensión por el arma larga de cañón corto. Ha sido senador del Círculo Ecuestre de Barcelona y uno de los habituales en la tertulia de La Peixera, el comedor de gran ventanal ovalado en la Casa Pérez Samanillo de la Diagonal. No se pronuncian de momento los cotos de otros señoríos como la Baronia de Rialp -la concedida por Alfonso XIII al industrial Claudio Rialp i Navinés- o el mainstream de la Asociación de Cazadores de las principales comarcas cinegéticas, como el Bergadà, el Solsonès y el Bages.. Al mundo indepe le chifla la tradición y por este flanco se le ha colado la pasión por el aliño indumentario de cazador: pantalón bombacho, gorra de fieltro, funda de carabina y botas de media caña.
Pero el asunto no acaba ahí, porque con la regulación de la Jordà, donde no llega la pólvora llega el veneno. El fósforo y el aluminio ya han tomado algunas carreteras para controlar la superpoblación de conejos, sin tener en cuenta que los posos minerales se filtran hasta las zonas de regadío, donde ponen en peligro la fruta dulce y los cítricos. Frente al despropósito, los animalistas han puesto el grito en el cielo; entidades como el Pacma, Lex Ánima y la Fundación Altarriba han denunciado a la consellera a la Fiscalía por delito contra el medio ambiente. Quieren detener la fiesta y defender de paso a las especies protegidas, pero nadie cree que al Ministerio Público le interesen las puyas entre dos sectas de antitaurinos: los cazadores de colonias de cobayo o puerco montés, frente a los adánicos defensores del medio animal, que pregonan un mañana sin estofado ni criadillas.
Lo peor es que el Departamento de Acción Climática enumera las terribles plagas, pero al mismo tiempo las propaga. Los animalistas han contado hasta once granjas donde se crían animales enjaulados para soltarlos en cotos de caza. En los últimos dos años se han liberado en Cataluña 15.000 conejos y se ha autorizado la caza de casi 22.000 zorros, los depredadores naturales del conejo. A este paso peligra la mismísima cabra de la Legión, justo en la Semana del Cristo de Mena. Me pregunto si la intención de la señora Jordà no será tanto detener las plagas como multiplicar las piezas que sus amigos se cobran en las monterías menores de Frascuelo y campanario.