Lo que más me llama la atención del caso de la enfermera contra el C1 de catalán es que la mayoría de las críticas que recibe son por emitir su vídeo en “horas de trabajo”. Entiendo que es de las pocas infracciones a las que pueden acogerse los talibanes de la lengua, porque todo lo demás que dice y hace la sanitaria se engloba en el ejercicio de la libertad de expresión: si a uno le parece una idiotez que le exijan dicho certificado, lo dice y en paz, independientemente de las razones que pueda haber a favor o en contra. Por tanto, no queda otra que perseguirla hasta el final por haber aprovechado el horario laboral para llevar a cabo su reivindicación.
Es curioso que, de golpe y porrazo, tantos catalanes hayan descubierto que las horas de trabajo son sagradas y nada puede hacerse en ellas que no sea darle al curro. Lo han descubierto políticos de distinto pelaje y lo han descubierto sus seguidores, independentistas la mayoría, cuando unos y otros llevan años tomándose ratos libres para reivindicar sus propias memeces o para protestar por todo aquello que creen que es un malévolo plan del Estado español. Si sumáramos las horas de trabajo que nuestros políticos y sus seguidores han dedicado a salir a la calle para reclamar la libertad de los presos, para acompañar a delincuentes que se enfrentan a la justicia o para llevar a cabo cualquier performance en favor de la independencia, el resultado sería como mínimo de cinco cifras. De lo que se deduce que uno puede salir un ratito cada semana a la calle con los compañeros funcionarios de la Generalitat a pegar cuatro gritos contra el Estado español, pero no puede hacer lo propio contra el C1. Sólo en ese último caso, el horario laboral se resiente.
Por no mencionar la otra crítica a la que se agarran contra la pobre enfermera, la de haber grabado el vídeo con uniforme de trabajo, que al parecer tiene carácter tan divino como el dichoso horario laboral. Un carácter sacro que, en cambio, no deben tener los uniformes de los bomberos ni de los agentes forestales, que se podían ver a docenas en las manifestaciones independentistas e incluso enfrentándose a la policía, sin que en estos casos los políticos procesistas se ofendieran por el uso de ropa de trabajo. Debe ser que el uniforme de enfermera posee un grado de divinidad del que carecen los de bomberos y forestales, ropajes que pueden utilizarse políticamente sin que nadie alce la voz.
Si existen los Bomberos por la república e incluso los Mossos por la misma burrada, bien han de poder existir las Enfermeras contra el C1, que no es que aquellos sean muchos más que estas, y además el mismo derecho han de tener las sanitarias a expresarse. Si funcionarios de la Administración se toman ratos libres para politiquear, bien han de poder hacerlo las enfermeras, aunque sea en el intervalo entre la colocación de dos sondas. Entre protestar contra la pertenencia de Cataluña a España o contra la exigencia del certificado C1 de catalán para ejercer la profesión, mucho mejor dedicar el tiempo a eso último, que por lo menos no se trata de ensoñaciones y encima no nos costaría dinero al resto de catalanes.
De lo que se trata es de echar de Cataluña a la enfermera, no importa por qué motivo, el caso es que no se puede permitir que alguien se exprese libremente si lo que dice no nos gusta. A ello se ha apuntado incluso el otrora cantante Lluís Llach, que desde las redes sociales llama a expulsar a la chica no solo de su trabajo, sino de su lugar de residencia, para que aprenda cómo las gastamos los catalanes. Así de patética es la ancianidad de quienes en otro tiempo defendían la libertad de expresión.