En política, la inacción es la más egoísta de todas las virtudes. Deberían saberlo el president Aragonès y la alcaldesa Colau, que han vuelto a plantar al Rey en la protocolaria apertura del Mobile World Congress. Nadie actúa por bondad a menos que sea para convertir sus mentiras en verdades, el estilo francés del discurso l’etre bouche, una forma de tapar pecados. Felipe VI no es Amadeo de Saboya, el rey que huyó, atemorizado por las asonadas militares y por el cantón de Cartagena, que reivindicó la capitalidad; no es la Italia de Meloni que abandona inmigrantes frente a las costas de Calabria; tampoco actúa como Vox en el uso torticero de la moción de censura, el Tamamazo contra natura.
En año electoral, el calendario gregoriano se apaga y abandona a las instituciones al albur de la osadía. Manda el caso Tito Berni, el diputado socialista detenido en Las Palmas y expulsado del PSOE, la trama de presuntos cobros de comisiones a empresarios a cambio de favores para la obtención de licencias, ayudas o subvenciones. Por el camino, en negociaciones económicamente provechosas, se cerraban los clubs de alterne, la compañía de señoritas, el alcohol y la química del cambio de plano. La información es un caudal abierto por el mediador, Antonio Navarro Tararonte, que acusa a mandos de la Benemérita y a diputados del PSOE en el Congreso.
La trama ofrecía remuneraciones a los empresarios a cambio de obtener privilegios en materia de contratación pública. Siempre morimos del mismo mal. Les pedían un peaje de 5.000 euros, el dato que utiliza la juez de Santa Cruz de Tenerife María de los Ángeles Lorenzo-Cáceres para analizar los hechos y efectuar incriminaciones. Se han producido ya más de 20 registros y 13 detenciones.
Lo que alarma a la población son las fotos de la alegre comidilla de Tito entre meretrices y buen vino, un regreso inesperado al caso del exjefe de la Guardia Civil Luis Roldán. Maldición, nunca nos libraremos de la corruptela. Quevedo lo anunció, a base de sonetos, hace más de cuatro siglos: Nadie verás castigar/ porque hurta plata o cobre,/ que al que azotan es por pobre/ en él es propio robar. Lo escribió en una servilleta paseando por el madrileño Barrio de las Letras, allí donde muere el arroyo de Recoletos, junto al Olivar de Atocha.
Los dos grandes partidos mueven ahora a sus respectivas legiones mediáticas; la izquierda no podrá evitar el tachón de ver a Juan Bernardo Fuentes –el nombre real de Tito Berni— junto al presidente Sánchez en un acto de campaña de 2016, del mismo modo que el PP no pudo evitar la instantánea de Feijóo junto a Marcial Dorado en la cubierta del yate del narco.
Cientos de años antes, el soneto ya equiparaba ambos delitos avant la lettre –carterismo dulce y Cueva de Alí Babá—, pero ya entonces a favor de Tito, un ligero de equipaje en la Cámara legislativa regional, a la sombra de los cabildos, frente a Marcial, el millonario gallego encarcelado, al que se atribuye un parentesco no reconocido con Vicente Otero, el patriarca do fume.
Los datos iniciales han provocado ya un silencio amenazador en Moncloa, que estaba entretenida en la reapertura de la trama policial que inculpó a políticos nacionalistas. Lo de Tito ha estallado en plena resurrección de las cloacas con la fiscalía incriminando a Fernández Díaz y a Villarejo. Estamos de nuevo en el centro de la sátira menipea, la derrota de la razón frente al imperio de los sentidos y la ira. Sánchez en horas bajas.