Cuando falta menos de una semana para que se cumpla el primer aniversario del inicio de la invasión de Ucrania por parte de Rusia no se vislumbra el final de un macabro juego donde todos, o casi todos, perdemos.
Sin duda la intención de Rusia era hacerse con los territorios rusófilos del este de Ucrania en una operación relámpago, con poca resistencia ucraniana y con la opinión pública internacional mirando hacia otro lado, más o menos como lo que ocurrió con la anexión de Crimea en 2014, una anexión “suave”, producida prácticamente sin derramamiento de sangre y más o menos consentida por todos.
La realidad de este año de conflicto es bien diferente. Aunque, como en toda guerra, todo el mundo miente, las bajas en cada uno de los ejércitos bien parece que superen las 100.000 personas, mientras que varios organismos internacionales fijan en cerca de 50.000 los civiles que han fallecido. Si a estos por lo menos 250.000 fallecidos les unimos los más de ocho millones de personas que han salido de su país huyendo de la guerra y todas las penurias y sufrimiento del resto de ucranianos que siguen en su país, vemos que el coste directo es enorme.
Y aunque en otro orden de magnitud, el coste indirecto también debe valorarse. En los países del primer mundo las consecuencias de la guerra se miden en carestía de la energía y aceleración de una inflación que se iba a producir de todos modos. Pero en el tercer mundo las consecuencias son peores pues llegan menos alimentos de un país netamente exportador de grano y, sobre todo, hay menos dinero para ellos ya que el primer mundo se está replegando en sus propias necesidades y en las de la guerra, olvidando muchos de sus compromisos con el mundo en desarrollo.
Rusia, desde luego, no está ganando, pues evidencia una fragilidad militar no esperada y solo la amenaza, creíble, del uso de armas atómicas le da cierta esperanza de victoria, o al menos de un acuerdo digno, aunque le costará tiempo salir del aislamiento en el que se ha metido. Ucrania es evidente que pierde vidas, riqueza y esperanza en el futuro y, sobre todo, pasarán años hasta volver a que sus ciudades se parezcan algo a lo que han sido. Además lo más probable es que acabe la guerra con menos territorio del que comenzó y con pocas posibilidades de unirse a organismos multilaterales como condición para que Rusia termine la guerra. Occidente está enterrando dinero, armas y credibilidad, además de complicar sobremanera los gobiernos la vida a sus ciudadanos. Si alguien puede salir ganando de este lío son los Estados Unidos de América, quienes venden armas, gas y petróleo como nunca, y China, que cada vez más se consolida como la única potencia a temer.
Los conflictos territoriales han sido, y son, el origen de la mayoría de las guerras, no estamos ni mucho menos ante un caso único. El mundo cuenta hoy con decenas de guerras de este tipo y en general miramos hacia otro lado. Lo que pasa en varios países de África, la guerra en Yemen, la situación en Siria, el Dáesh… no nos importa mucho, pero en Ucrania hemos decido participar cada vez un poco más, lo que complica la situación cada día que pasa. Armar y rearmar a Ucrania no parece que nos acerque al final del conflicto y, sin embargo, incrementa la tensión entre los contendientes, pero también de Rusia con el resto del mundo.
El terremoto en la zona fronteriza entre Turquía y Siria nos ha mostrado lo selectivo de nuestra solidaridad. Muchos de quienes frenaron al Dáesh malviven en condiciones infrahumanas y no hacemos nada por ellos. En Siria hay un conflicto civil, pero también problemas fronterizos y de un pueblo sin Estado. Y nos es igual, ahora toda la atención occidental está monopolizada por el conflicto ucraniano.
Probablemente la escasa capacidad de liderazgo de la mayoría de los dirigentes actuales haga que no se les ocurra nada mejor que seguir armando a Ucrania. Nadie tiene la autoridad moral para lograr sentar a ambas partes a negociar. Se supone que Rusia va a incrementar sus ataques y si no vence, Ucrania responderá con nuevas armas, entre ellas los tanques europeos. ¿Y luego? Ojalá se sienten pronto a negociar y se termine una guerra que, como todas, nunca debió empezar.