Una lista electoral bien vale un sonrojo. Al más puro estilo conde de Romanones, Barcelona en Comú ha aplicado la cláusula de excepcionalidad que permite saltarse a la torera la limitación de mandatos que recoge su código ético. Una norma confeccionada en tiempos de confluencias y promesas de cambio radical. Retorcer el reglamento va a permitir a Ada Colau aspirar de nuevo a la alcaldía y a Janet Sanz, tras tres mandatos como concejal de la ciudad, optar por cuarta vez a la poltrona. Los aspirantes saben que la elaboración de las listas, con las que partidos y coaliciones concurren a unas elecciones, no está exenta de situaciones difíciles y delicadas. Hay quien está dispuesto a todo por figurar en la papeleta del 28 de mayo.

Cierto, a lo largo de esos procesos selectivos suelen desatarse competencias entre los que desean repetir, porque consideran que han trabajado bien, y los aspirantes que defienden la renovación y los cambios. A favor y en contra de determinados nombres no faltan posicionamientos supuestamente ideológicos, movimientos tácticos y grupos de presión internos. En algunas ocasiones, y en algún contexto inflamado emocionalmente, el espectáculo que se nos ofrece es poco edificante. En Ciudadanos, por ejemplo, Anna Grau y Koldo Blanco se enfrentan en un proceso de primarias trufado de reproches. Tras los extraños movimientos de Begoña Villacís en Madrid, y la debilidad manifiesta del partido naranja en toda España, la pugna por encabezar la lista de Barcelona tiene su morbo, huele a suspensión de pagos. Otros, como el PP con Daniel Sirera, han decidido usar la vía directa de la calle Génova para deshacer viejos entuertos. En el PSC, Jaume Collboni ha optado por la técnica del goteo informativo –incorporando a Lluís Rabell— a la espera de cambios y nuevos fichajes. Sí, amigos, lo que ocurre en la elaboración de las listas da pistas sobre las intenciones y el modus operandi de los partidos en liza, también sobre el futuro que nos espera. Es el caso de candidatos como Xavier Trias y sus afines, o del sempiterno Ernest Maragall, que no dejan de destilar nostalgia procesista y sumisión a intereses de terceros.

Cuenta el doctor Gabriel Colomé en su ensayo El Príncipe mediático en el laberinto que los partidos políticos son el mejor instrumento que tenemos para transformar la sociedad y conectar a los ciudadanos con el espacio público. Argumenta que son la base del funcionamiento democrático y que, sin ellos, no habría posibilidad de competencia política. No obstante el profesor Colomé insiste también en la tesis de que las viejas estructuras de los partidos deben adaptarse a los cambios sociales. Y deben de hacerlo garantizando mayor transparencia en la toma de decisiones, más democracia interna y “mecanismos más depurados para la elección de los más aptos para los cargos internos y externos”. Una de las funciones más importantes de los actuales partidos políticos es la selección de las élites que han de configurar sus direcciones ejecutivas y las listas electorales. Llegados a este punto, y si de verdad nos preocupa la salud democrática de nuestro sistema, urge perfeccionar el mecanismo por el cual se confeccionan las listas. A saber: cómo se eligen los candidatos, a quién se elige y, sobre todo, para qué se eligen. En el caso de Barcelona, por ejemplo, a nadie se le escapa que los integrantes de las listas vencedoras pueden estar llamados a gestionar y gobernar una ciudad dinámica, pero compleja. En el caso del área metropolitana y en el resto de Cataluña tres cuartos de lo mismo. Conviene elevar la nota de corte de los aspirantes y presentar ante los ciudadanos a los mejores cuadros políticos y no a los más serviles. Y no solo eso, también conviene seleccionar con sumo cuidado los números dos, tres y cuatro de las candidaturas. No fuera el caso que, pienso en Barcelona capital, por ironías del destino los segundos acaben ejerciendo de primeros.