Los últimos sondeos demoscópicos nos sugieren que, en estimación de voto, en Barcelona hay cuatro candidaturas con opciones de conquistar la alcaldía. Tras la aprobación de los presupuestos, y la languidez del procesismo, a nadie se le escapa la importancia política de lo que ocurra en la capital de Cataluña. Consciente del empate que reflejan las encuestas, Ada Colau, compinchada con Xavier Trias, publicitó un desayuno con un mensaje malévolo, preñado de pensamiento binario. Ustedes lo podrán comprobar cotejando las declaraciones de ambos. Los dos aspirantes andan empeñados en reducir la batalla electoral a tan solo dos ecuaciones posibles, las suyas, negando la complejidad del asunto y orillando otras alternativas en liza. Este modo de proceder es la resultante de estructurar razonamientos a partir de conceptos precarios, simples y esquemáticos. El maniqueísmo vuelve al debate político de la mano de los comuns y de Junts. Nos insinúan que el futuro de la ciudad es solo cosa de dos modelos irremediablemente condenados a luchar el uno contra el otro. Los demás ni existen ni se les espera.
No le faltan a la actual alcaldesa apologetas y escribas para airear su tesis. Pienso por ejemplo en Paola Lo Cascio, la politóloga que en artículos de prensa reduce lo que se cuece en estas elecciones a dos propuestas antagónicas de ciudad. Para ella Jaume Collboni y el sempiterno Ernest Maragall solo pueden “aspirar a modificar, orientar o complementar uno de los modelos”. Me resisto a aceptar esta polarización simplista aunque me la vistan de programa o de supuesto proyecto de ciudad.
Más allá de los discursos y la publicidad institucional, el ciudadano ya ha interiorizado quién es quién. Sabe cuáles son los males que aquejan a la metrópoli y qué recetas han aplicado sus gobernantes. También saben quién ha actuado desde el consistorio –o la Diputación— como bálsamo, cuándo el postureo o el ideologismo se ha salido de madre, y quién no. Movilidad, vivienda, sostenibilidad y servicios públicos han sido a lo largo de todo el mandato motivo de controversia. Limpieza, fiscalidad, seguridad ciudadana, okupaciones y relaciones institucionales o con el tejido empresarial, fuente de discordia entre los socios.
Cuando alguien en plena campaña electoral, o en artículos de prensa, nos sugiera el combate a muerte entre dos mundos antagónicos habrá que sacar a escena al viejo Aristóteles. El filósofo de Estagira solía explicar que la virtud se halla en el justo medio, entre los extremos. Para él, quizás también para miles de nuestros conciudadanos, lo idóneo era y es buscar el equilibrio. Considero que, en estos tiempos de zozobra, el personal es lo suficientemente inteligente para no caer en el interesado y excluyente maniqueísmo político que promueven Trias & Colau. El punto medio entre dos extremos no puede ser un complemento ni un retoque cosmético, sino una mixtura entre prudencia y racionalidad. No se trata de maquillar los excesos, sino de poner en valor el equilibrio y la experiencia de gestión. Tanto Jaume Collboni como Ernest Maragall representan opciones políticas sólidas dispuestas a demostrar que no hay dos sin tres, incluso sin cuatro. Y, en el caso del candidato socialista, se da además una circunstancia añadida: es el personaje mejor posicionado y versátil a la hora de relacionarse o establecer pactos con otros partidos.
A mi modesto entender, nuestras ciudades y pueblos necesitan aparcar tanto los esquemas ideologistas de algunos, como las supeditaciones a intereses de terceros de otros. El municipalismo precisa de una buena dosis de sincretismo político, prudencia y sentido común. Tras una década de procés paralizante conviene devolver protagonismo a pueblos y ciudades, y hacerlo sin planteamientos maniqueos o polarizantes. Lo dicho: no hay dos sin tres...