Como no abundan las noticias divertidas, me permitirán que insista en el tema del policía nacional infiltrado en ambientes antisistema de Barcelona que aprovechó sus pesquisas por el bien de la patria para beneficiarse a ocho activistas que ahora pretenden llevarlo a juicio por haberles ocultado su oficio y sus intenciones. Las redes sociales se han puesto las botas con el temita y ya hay quien ha hecho correr la frase malsonante que da título a este artículo, pero eso no ha impedido que el otro día se celebrase una manifestación de afectadas por el agente lúbrico de la policía española, al que exigen responsabilidades por… ¿por qué? Pues no se me ocurre, la verdad, aunque la novia que le duró más (un año) asegura sentirse violada por el madero en cuestión (las demás, simplemente, sostienen que no se habrían acostado con él de saber a qué se dedicaba realmente).
Las claves de la acusación, francamente, no parece que puedan servir de mucho. No es lo mismo ser violada que sentirse violada. Y en cuanto al engaño (inevitable siempre en el caso de los policías infiltrados), ¿qué pueden decir en su defensa las afectadas por su propia libido y la de su cooperador necesario? A lo sumo, algo parecido a esto: “Le juro por Pablo Hasél, señor juez, que si llego a saber que era un madero, no me lo tiro. ¡Palabrita del niño Jesús!”. Dudo que haya un solo juez que escuche explicaciones tan peregrinas como estas y tome la decisión de empapelar al madero en cuestión, ese señor que se hacía llamar Daniel Hernández Pons y que, en estos momentos, se encuentra ya fuera de España, dado que su nuevo destino lo ha llevado a una de nuestras embajadas en el exterior, aunque no sabemos cuál.
Tiene gracia que los que más se quejan de la judicialización de la justicia pretendan judicializar ahora el sexo consentido y sacar a colación la ley del sí es sí. Que se sepa, el infiltrado no violó a nadie ni obligó a ninguna de las militantes con las que mantuvo relaciones a hacer cosas que no quisieran hacer. Las pobres, simplemente, se dejaron enredar por un gran profesional de lo suyo al que encontraban atractivo (trabajo le había costado al hombre, que tuvo que tatuarse todo el cuerpo y disfrazarse de gañán alternativo para resultarles atractivo a sus conquistas) y con el que les parecía muy razonable intercambiar fluidos. Otra cosa es que les dé vergüenza haber caído en la trampa del infiltrado, pero no son las primeras, ya que desde los tiempos de la célebre Mata Hari ha habido víctimas del espionaje perpetrado por vía sexual. Lo suyo sería tragarse el orgullo, reconocer que se la dieron con queso e incrementar las medidas de seguridad en el colectivo antisistema de turno para que no se repita tan molesta y humillante situación.
Hay en las redes gente que toma partido abiertamente por el infiltrado y sugiere que se le conceda alguna importante condecoración. Yo diría que no van del todo desencaminados, pues lo de ese hombre tiene su qué. Pasar tres años infiltrado en covachuelas alternativas es muy meritorio en varios sentidos: el del deber, por supuesto, así como la evidencia de que en el inframundo antisistema (y perdonen si me pongo ligeramente heteropatriarcal) no abundan los sex symbols con los que a cualquier hombre le encantaría irse a la cama: observen atentamente las fotos de grupo de las chicas de la CUP y verán lo que les cuesta ponerse palotes (por no hablar de las activistas de la izquierda aberzale vasca, conocidas comúnmente como Las Nekanes, que hasta dan un poco de miedo y requieren cierto estómago para abordarlas con intereses horizontales).
No todo el mundo sirve para hacer lo que ha hecho el supuesto Hernández Pons, para el que ya hay quien pide la Laureada de San Fernando: se ha tirado tres años rodeado de fanáticos y gente de escasas luces para cumplir con sus deberes de servidor del Estado; no contento con eso, se ha acostado con ocho activistas y las ha dejado contentas (no me consta que ninguna se haya quejado de sus prestaciones en la piltra); sí, engañó a todo el mundo acerca de sus auténticas motivaciones, pero ¿quién nos dice que no llegó a sentir algo por las muchachas con las que se acostó? Ya se sabe que el roce hace el cariño, y lo que es rozarse, lo que se dice rozarse, nuestro hombre lo llevó a cabo de manera bastante exhaustiva, aunque sin caer en el síndrome de Estocolmo ni convertirse en agente doble.
Estamos hablando, pues, de un servidor ejemplar del Estado que merece una recompensa, no que lo lleven a juicio por cumplir con su deber. Puede que la Laureada de San Fernando sea una condecoración excesiva, pero es evidente que este hombre se merece algo de parte del país al que sirve de manera tan eficiente y voluntariosa. Y en cuanto a las supuestas violadas (por lo menos ideológicamente), tampoco les costaría tanto reconocer que les ponía el madero y pasar a otros asuntos. Hacerse ahora la víctima quejica no solo no les servirá de nada, sino que hasta puede que consagre su condición de tontas del bote o, en el mejor de los casos, de mujeres enamoradas. No hay nada de qué arrepentirse, chicas, ¿hay algo más bonito en este mundo que el amor? Recordad la frase inmortal de la película Johnny Guitar: “Dime que me quieres, aunque sea mentira”.