Desde hace un tiempo, especialmente tras la pandemia, se suceden una serie de fenómenos en el mundo del trabajo que, si bien parecen dispares, están más interrelacionados de lo que pueda parecer a simple vista.
Así, todo empezó con la llamada Gran Renuncia, la dinámica por la que, en el mes de noviembre de 2021, más de cuatro millones de estadounidenses dejaron voluntariamente sus puestos de trabajo. Un movimiento que se prolongó en el tiempo y se extendió a otros países, especialmente Italia, donde el mismo mes, cerca de medio millón de personas también abandonaron el mercado laboral.
Posteriormente, en España empezamos a vivir la gran dificultad por encontrar personal para el sector turístico, pese a la elevada cifra de paro registrado. Un fenómeno que, posteriormente, se fue ampliando a otros sectores hasta convertirse en habitual la falta de respuesta a las ofertas de empleo.
Recientemente, directivos de una entidad orientada a la inserción laboral de personas en riesgo de exclusión, comentaban la creciente dificultad por cubrir las plazas que ofrecen, pese a que el número de posibles demandantes no hace más que crecer; como si los más desfavorecidos hubieran renunciado a ver en el trabajo el medio para una vida decente. Por el contrario, señalaban lo sencillo que resulta incorporar a cuadros directivos provenientes del sector privado, dispuestos a renunciar a más de la mitad de su sueldo para trabajar en una entidad que les dé sentido.
Y, finalmente, aumenta de manera sorprendente el número de empresarios que, alrededor de los 40 años de edad, deciden vender su empresa. Personas capaces que toman dicha decisión no para forrarse ni por temor a las incertidumbres del momento, sino que, principalmente, lo hacen para tener tiempo para ellos y sus familias.
Todo lo señalado son manifestaciones muy distintas de un mismo mal de fondo: el cansancio de crecientes partes de la población con un capitalismo que desborda lo asumible por la condición humana. A unos no les garantiza unos mínimos ingresos y a los que sí se los ofrece, les deteriora su bienestar emocional. Por eso son cada vez más los que huyen calladamente. Una especie de revolución, de momento, silenciosa.