Llama la atención que, existiendo una herramienta tan esencial para hacer frente al actual contexto de crisis, Cataluña siga ejecutando con cuentagotas los fondos Next Generation creados por la Unión Europea para reactivar la economía tras la pandemia. Las últimas noticias que tenemos hablan de menos del 12% ejecutado de lo que correspondería.
La creación de estos fondos para financiar la recuperación tras la pandemia ha representado un hito federal en la historia de la Unión Europea. Es un gesto fehaciente de que los europeos estamos aprendiendo la lección de que juntos somos capaces de más cosas que separados, que la unión puede resultar más rentable que la confrontación y que la solidaridad es más reconfortante que la unilateralidad. Por primera vez, se crea el embrión de una política fiscal conjunta financiada con deuda e impuestos comunes.
Lo más interesante de estos fondos es que lo que buscan financiar no son obras, proyectos o estrategias económicas a corto plazo, sino que el objetivo que se proponen es invertir en el futuro en mayúsculas, en proyectos que puedan dejar huellas sólidas para que las nuevas generaciones vivan en un mundo mejor.
Transición ecológica, transformación digital, cohesión social y territorial e igualdad de género funcionan como principios en los que apoyar proyectos que generen progreso y sean determinantes en la construcción del futuro del planeta, de Europa y de Cataluña.
Por eso, y por la trascendencia que todo ello supone, sorprende el retraso cuando la urgencia es imperiosa. No parece que la explicación a esa demora esté en los buenos resultados de que gozamos en esos temas, porque no es eso lo que dicen los datos. Si bien la media de comunidades autónomas progresa muy rápidamente en lo que tiene que ver con las energías limpias, y ya en 2021 se generó un 46,7% de la electricidad con renovables, en Cataluña el porcentaje solo alcanzó el 17,5%.
Un manifiesto lanzado a finales del año pasado por profesionales de los ámbitos de la ciencia, la economía, el activismo climático y la comunicación, entre otros, alertaba del bloqueo catalán en transición energética: “Cataluña está a la cola de Europa y de España en soberanía energética y energías renovables”, afirmaban.
Tampoco los datos en igualdad de género son alentadores. Según índices oficiales: las mujeres inactivas en Cataluña son un 20% más que los hombres, cobran un 25% menos que los hombres, más del 85% de las personas que piden una excedencia para el cuidado de un hijo o familiares son mujeres y el 89% de la participación en las tareas domésticas son mujeres.
Sin embargo, hay un objetivo de los Next Generation que funciona transversalmente, que puede dirimir el buen funcionamiento y los resultados esperados de todos los demás y que sigue sin cumplirse. Es el objetivo de la cohesión social.
Si por cohesión social entendemos el grado de unificación de la ciudadanía en su comunidad, no podemos estar muy orgullosos. Si queremos que Cataluña esté unida y cohesionada (algo que hace que la democracia funcione mejor), tenemos un problema porque no es ningún secreto que el procés rompió los consensos en Cataluña: consensos en torno a la lengua, la política territorial, el autogobierno, la economía, la fiscalidad.
De las consecuencias del procés, las más dolorosas son las sociales, pero las más graves son las civiles: la ruptura de la concordia y el debilitamiento de la cohesión social.
No es posible avanzar sin cohesión social, hay que volver a repensarla y adaptarla al siglo XXI y ahora se nos presenta una ocasión de oro. Esos fondos pueden dar pie a financiar proyectos que, creando progreso científico y económico, sean inseparables de la cohesión social y territorial donde esta acabe siendo una categoría más del progreso. Proyectos que desmonten los mitos y mentiras de los últimos 10 años y fomenten el espíritu crítico, porque la cohesión social no trata de buscar la unanimidad, ni de adiestrarnos como ciudadanos en principios idénticos; por el contrario, pretende crear una cultura plural, un espíritu de discrepancia en la tolerancia.
Y, aunque el Govern no esté por la labor, la ventaja de los Next Generation es que están al alcance de entidades e instituciones, por lo que no tendría que ser tan difícil llevar a cabo hipotéticos proyectos de cohesión: de colectivos, de barrios, de pueblos, entre universidades. Proyectos como los que desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico fomentaron, con el intercambio y la colaboración entre universitarios de distintas comunidades, el desarrollo de las zonas rurales vaciadas de distintos territorios, de manera que además de promover el progreso se fomentaba la cohesión social.
Cataluña tiene grandes retos que resolver, retos que decidirán el futuro de nuestros hijos, pero el más importante es el de darnos la oportunidad de hacerlo juntos. Cualquier empresa de cualquier colectivo tendrá más oportunidades de triunfar unida que enfrentada. Por eso vuelvo a echar mano de la grabación en piedra que figura en el Capitolio romano de la diosa Bona Fides, y que dice así: “O navegamos juntos o naufragaremos a la vez”.