Mientras Emmanuel Macron andaba por Barcelona, hermanándose con Pedro Sánchez (y ninguneando al alimón a Pere Aragonès, también conocido como El niño barbudo o El petitó de Pineda), en París le montaban una manifestación de tres pares de narices contra sus intentos de elevar la edad de la jubilación y el número de años cotizados para tener derecho a una pensión del Estado. En Francia son de natural muy dados a las manifestaciones, como puede comprobar hace un montón de años, cuando empecé a visitar París con cierta frecuencia. Es más, tengo la impresión de que todo francés tiene una opinión perfectamente formada sobre absolutamente todo, mientras que en España esa virtud solo la exhiben los tertulianos de radio y televisión. El francés medio, ante cualquier asunto que se preste a una opinión, siempre te dirá (aunque no se lo preguntes) si está a favor (je suis pour) o en contra (je suis contre). Lo compruebo prácticamente cada verano, cuando les pego la gorra a unos amigos parisinos en su segunda residencia de las Landas, donde suelen celebrarse unas cenas en las que se aborda todo tipo de temas y en las que todos los comensales, menos yo, saben perfectamente si están a favor o en contra de lo que sea. En cierta ocasión, una invitada me ilustró convenientemente sobre la grandeza de Pedro Sánchez y la suerte que teníamos los españoles de que fuera nuestro presidente (me recordó a aquella portera del inmueble parisino en el que habitaba José Luis de Vilallonga, que siempre le informaba de la fecha aproximada de la muerte de Franco, que solía ser inminente, aunque desconocida para el difunto marqués de Castellvell y sus sufridos compatriotas). En otra cena, me desconecté de la conversación porque no me interesaba mucho el tema abordado, pero mi vecino de mesa –un médico muy simpático, por otra parte— me hizo volver en mí dedicándome su mejor sonrisa y preguntándome: “¿Y qué opina de esto nuestro amigo español?”. Evidentemente, yo no tenía opinión alguna porque llevaba más de 10 minutos concentrado en la tarea de engullir, así que me agarré a lo último que recordaba de la conversación general para improvisar una respuesta no muy convincente, pero en la línea del je suis pour o je suis contre. Los franceses, amigos, no toleran la indiferencia: ante cualquier asunto, hay que estar a favor o en contra.
Así pues, con respecto a la manifestación parisina del pasado jueves, ¿estoy a favor o en contra? Pues me temo que las dos cosas: el retraso de la jubilación en Europa me parece inevitable para que haya dinero con el que mantener a las clases pasivas, pero lo de subir los años de cotización a 43 me parece un pelín abusivo. Con respecto al primer asunto, mucho me temo que fijar la jubilación a los sesenta y pico, como se hizo en su momento, fue posible porque el Gran Capital lo permitió a causa de que la gente tenía el detalle de morirse pocos años después de abandonar su puesto de trabajo, mientras que ahora los hay que tienen el descaro de vivir hasta los 90, lo cual, sumado a la baja natalidad generalizada, consigue que cada vez haya más jubilados a los que mantener y menos trabajadores en activo que los mantengan (en Francia, el retiro llega a los 62 años, que Macron pretende convertir en 65; en España, ya estamos en los 65 y, a la que nos descuidemos, nos pondremos en los 70, con lo que puede que en ese momento también nosotros nos veamos obligados a echarnos a la calle para protestar). Lo que yo diría que empieza a hacerse evidente en toda Europa con respecto a los jubilados es que, como diría la inolvidable Celia Cruz, No hay cama pa´ tanta gente. En cuanto a lo de los 43 años cotizados, se me antoja un abuso que supera la propuesta gubernamental, felizmente abortada por Podemos, ¡Dios los bendiga en este caso!, de elevar los años de cotización del español medio a 30.
Por consiguiente, más que decirle a Macron Je suis pour o Je suis contre, optaré por decirle a cualquier gobernante europeo que tal vez debería revisarse la jubilación desde una perspectiva más lógica, menos generalizada y más especializada. Hay trabajos que antes de los 60 ya te han dejado para el arrastre, y hay otros que, si el cerebro te funciona más o menos correctamente, puedes seguir ejerciendo durante muchos años más allá de la edad indicada para el retiro (no es lo mismo bajar a la mina que dar clases o escribir artículos y libros): yo me veo capacitado para seguir dando la chapa desde este diario hasta que me dé el ictus, pero un obrero de la construcción debe poder echarse a descansar a una edad razonable.
Y así, haciendo como que razono, he llegado a estar a la vez a favor y en contra del señor Macron, que no es que sea mi ídolo, pero, dado el hundimiento en Francia de los socialistas y teniendo en cuenta que la oposición la componen las huestes de Jean-Luc Melenchon y Marine Le Pen (que me recuerdan demasiado a las de Podemos y a las de Vox, respectivamente), creo que no interpreta mal el papel de mal menor. Lo cierto es que, como autónomo, no necesitaría opinar sobre el tema, pues me va a tocar una pensión miserable que me obligará a seguir sentado ante el ordenador hasta lo del ictus (cosa que tampoco lamento, pues no me quejo de mi modus vivendi), pero el tema de las pensiones y su sostenibilidad habrá que afrontarlo tarde o temprano. En Francia se jubilan tres años antes que en España y ya hemos visto cómo se han puesto ante las teorías de Macron. Si aquí se subieran los años de cotización a 70, creo que Sánchez se enfrentaría a una reacción similar. Revisemos, pues, y de forma selectiva, la edad de la jubilación, pero no incrementemos los años de sangrar al contribuyente o a este se le va a agotar la paciencia, como acaba de suceder en París. No sé en qué dirección se moverán las cosas en España, pero se lo preguntaré este verano a mi equivalente de la portera de José Luis de Vilallonga y se lo contaré ipso facto. Palabra.