2022 se nos ha ido –vale, pues bueno, pues adiós— dejándonos impagables "momentos de gloria podemita". Momentos en los que nuestra formación de marxistas de salón ha desbarrado todo lo que ha podido y más. Pero diría que eso es solo el preludio de lo que vendrá y veremos en 2023, cuando sus "salidas de pata de banco" –por definir de forma amable los despropósitos que les animan de la mañana a la noche— se intensifiquen ante la inminencia de elecciones municipales y generales; cuando presientan que el chollo se les acaba y aún quedan 20 años de hipoteca por pagar; cuando entiendan que deberán trabajar de verdad, por primera vez en sus vidas; cuando constaten que Yolanda Díaz les come terreno, y que la victoria de Pedro Sánchez no está en absoluto asegurada. Cuando eso suceda, pondrán la directa y cada disparate superará con creces al anterior.
En la recta final del año, durante las navidades de 2022, se han quedado todos ellos descansados, a base de arremeter contra todo bicho viviente a las primeras de cambio. Normal. Lo de poner a parir a los jueces, acusándoles de machistas, fascistas y heteropatriarcales que no saben interpretar con buen tino esa maravilla de ley que han conseguido aprobar, no saciaba su sed de venganza.
Quizá por eso va e irrumpe con tronío Cristina Fallarás en el programa 120 minutos de Telemadrid, espacio en el que se departía sobre la terrible lacra que supone la violencia de género; y tan pancha y ancha, va y suelta: "Sí, hay gente que come poco, horroroso; hay gente que lo pasa mal, hay gente que pierde el curro, hay gente con contratos precarios, sí, horroroso... Pero los hombres acostumbran a matar a sus mujeres".
Tremendo, ¿no les parece? A Fallarás le cayó la del pulpo en redes y medios por soltar tamaña majadería. Criminalizar a todos los buenos hombres, a la inmensa mayoría de los hombres, por los pecados de unos pocos no es aceptable. Es de juzgado de guardia. Pero de la violencia, crímenes y aberraciones que algunas mujeres cometen ocasionalmente contra los suyos, ni palabra. Y es que seguramente Cristina no ha escuchado jamás aquel célebre cuplé, a ritmo de tango, que Massiel cantaba a mediados de los 70... ¿Lo recuerdan? "Yo tuve tres maridos, y a los tres envenené, con unas cuantas gotas de cianuro en el café...".
Pero hay más, mucho más. Ione Belarra a duras penas logró contener su ira cuando Àngels Barceló –una amiga, una aliada, una creyente— le preguntó en su programa Hoy por hoy si habían discutido, pedido opinión, consultado, con Pablo Iglesias, la posibilidad de que Podemos se una y comparta candidatura en la plataforma Sumar de Yolanda Díaz... "¿Consultar nosotras a Pablo Iglesias? ¡Menudo comentario machista, Àngels! ¡Eso no se lo preguntaría usted nunca a un político varón! ¡Nosotras somos mujeres empoderadas, de armas tomar; qué pregunta más inadecuada, nosotras no consultamos nada, y menos a un hombre!".
Los del puñito alzado, cual jauría, se lanzaron a la yugular de la muy machista señora Barceló ante pregunta tan improcedente. Hasta Pablo Iglesias aprovechó para meter cucharada en el asunto. Y es que esta horda de fanáticos va por la vida perdiendo amigos y aliados... Antonio Ferreras, Ana Pastor, Àngels Barceló, El País...
De obligada mención es también la campaña infamante promovida por el Instituto de la Mujer –departamento dependiente del ministerio de Irene Montero— a raíz de un artículo (La violencia obstétrica es una forma de violencia de género) en el que se acusa a médicos, ginecólogos y sanitarios del área de obstetricia de mala praxis y violencia contra las mujeres. Parece, si nos creemos lo que venden en el texto, que muchos de los que dedican su vida a velar por la buena marcha de los embarazos lo hacen rematadamente mal, porque no informan correctamente de los procedimientos a seguir; porque recurren a la cesárea a la que no ven muy claro el asunto; porque violan la intimidad de las parturientas convirtiendo el parto en un espectáculo al admitir a estudiantes en el quirófano; y, sobre todo, porque las someten a tactos vaginales previos al parto sin previo aviso. Conclusión: los especialistas en obstetricia son unos machistas, unos fascistas, unos pulpos, y nos violan. Cuéntamelo, hermana, que yo sí te creo. Y tranquila, que montamos un chiringuito de afectadas con paguita por palpaciones médicas no deseadas.
No sé qué opinarán ustedes, pero creo que hay que estar mochales perdido para creerse que los médicos, en su praxis diaria, aprovechan la autoridad que les confiere su profesión para abusar de mujeres embarazadas. A mí me parece infumable.
Pero ahora viene lo más humorístico. Sin duda lo mejor que ha salido del Ministerio de (des)Igualdad de Irene Montero esta Navidad ha sido un fantástico vídeo, en el que se habrán gastado un pastizal de nuestro dinero. ¿Lo han visto? Seguro que sí, porque sale hasta en la sopa. Y de no haberlo disfrutado, disculpen si les desvelo la trama. El anuncio dura 45 memorables segundos y es de obligado visionado. Yo me lo puse en loop un buen rato y se me caían las lágrimas de tanto reír...
Acompáñenme. Entramos en una casa de cualquier rincón de España. Un piso de clase trabajadora, al estilo del de los Alcántara, la familia de Cuéntame cómo pasó, con sus paredes de papel pintado demodé, sus muebles de tiradores dorados y sus cuadros de mercadillo hortera. Y su abeto con las lucecitas de rigor. Puro posfranquismo. La iluminación es exigua, ocre, mortecina, porque el humo que sale de la cocina flota por doquier. Allí vemos trajinar, agobiadísimo, entre sartenes y peroles, a un cincuentón de barriga cervecera –yo le bauticé de inmediato como Avelino, nombre impagable donde los haya— preparando la comida del día 25. Le ayudan a perpetrar el menú sus dos hijos, de veintitantos. Un desastre en toda regla: el capón se ha carbonizado en el horno; han destrozado un jamón cortándolo en lascas gigantes, como si fuera una patata; chocan unos con otros y vuela una langosta por los aires, y también los volovanes de hojaldre... ¡Puro caos!
Mientras esa chapuza se resume en una ráfaga de imágenes magníficas, la esposa –¡Venga, vamos a llamarla Charo, que se note que somos fachas!— se entretiene en la sala bromeando y jugando feliz con su hija menor. El cielo le regaló una hija tras media vida aguantando a tres zánganos, marido y dos vástagos, que habitualmente monopolizan el sofá, vacían latas de cerveza viendo partidos de Segunda División y dejan un reguero de calcetines y ropa interior camino de la ducha... Y es que la abnegada Charo se ha declarado en huelga de brazos caídos. Ya está bien, ya os apañaréis. Ahí me las den todas. Las mujeres somos las que hacemos que el mundo siga girando sobre su eje y ahora os vais a enterar de lo que vale un peine, majetes. Hale, vamos, a cocinar; a cocinar machitos alfa, que estoy de heteropatriarcales hasta el moño que no recojo.
Cuando todos se sientan finalmente a la mesa queda evidenciado el desastre culinario de los machitos de la familia. Imposible trinchar ni con motosierra un pollo calcinado, el caldo es un aguachirle repugnante, y la niña juega agitando una gamba que parece el fósil de un trilobite del Paleozoico. Charo preside, acaso por primera vez en su vida, la mesa. Mira directamente a la cámara, esboza una sonrisa aviesa y posa su mano sobre el hombro de un derrotado Avelino. Su cara lo dice todo: "Este, queridas amigas feministas, es Avelino, el zángano inútil de mi vida; no es mal hombre, pero necesitaba que alguien le diera una lección". Y el mensaje del Ministerio de (des)Igualdad rubrica el anuncio: "Estas navidades no se lo dejemos todo a las mismas; que aparte de felices, sean corresponsables".
Incentivar la participación de los hombres en las tareas y obligaciones cotidianas de la vida familiar –iniciativa didáctica que nunca está de más, aunque la mayoría de los hombres ya asume su corresponsabilidad en esos menesteres desde hace décadas— no puede pasar en modo alguno por ofrecer una imagen deplorable, humillante, triste y vergonzosa del hombre, caricaturizándolo como un zángano, un inútil, un zafio.
Pero eso es lo que hay, porque esa es la filosofía y forma de hacer del Ministerio de (des)Igualdad y odio misándrico de Irene Montero. Diría que esta señora, adornada por una sempiterna ignorancia y necedad, no se ha enterado todavía de que solo uno de los 14 chefs españoles galardonados con tres estrellas Michelin es mujer. Cuando menos, resulta curioso... ¿no?