Este año, la noche de Reyes ha despertado la polémica en el aburguesado pequeño pueblo (4.500 habitantes) del Maresme donde resido. El regidor de Cultura decidió que era extremadamente necesario innovar la forma en que los niños recibían a sus Majestades, así que en lugar de la tradicional cabalgata con carrozas montadas sobre tractores, comparsas y pajes lanzando caramelos desde lo alto, tuvimos un espectáculo músico-teatral repartido por diferentes lugares del pueblo, con el que se se suponía que los niños descubrirían el “mundo mágico de los Reyes Magos”.
El resultado fue un tinglado al más puro estilo Port Aventura: pantallas digitales en la plaza del pueblo anunciando los turnos de acceso (para acceder al espectáculo era necesario haber adquirido con anterioridad una entrada por internet, al coste de un euro), pulseritas en la muñeca con QR que luego nadie controlaba, colas y aglomeraciones para entrar (vinieron más de 2.000 personas, cada turno estaba formado por un grupo de 150 personas) y la necesidad de llevar encima unos tíquets que te daban en la taquilla al presentar la entrada, que luego eran intercambiables por carbón, chucherías o regalitos durante la función.
¿Qué magia puede tener una noche de Reyes si es obligatorio presentar un tíquet para que te den caramelos? Encima, los Reyes Magos, los personajes que todo el mundo, pequeños y mayores, habían venido a ver, no aparecían hasta el final. Después de casi una hora y media de función, te los encontrabas sentados sobre unos desangelados tronos de cartón, sin apenas iluminación, en la plaza del ayuntamiento. Mi hijo, que tiene 2 años, se perdió la ilusión que se siente al ver aparecer a Melchor, Gaspar y Baltasar montados en sus carrozas, por muy cutres que sean. Así que el año que viene me voy a ir a cualquier otro municipio donde sigan manteniendo la tradición.
“Hay que aplaudir que desde el ayuntamiento hayan querido innovar”, me dijo mi hermano para provocarme. Mi hermano, que está muy metido en el mundillo de las startups, siempre sale en defensa de los emprendedores que se arriesgan a hacer cosas nuevas. Pero una cosa es querer innovar una tradición y otra cargarse su esencia por completo. “Si ya no queda nada del espíritu religioso, al menos que se conserve el folclore”, dijo mi hermana, metiéndose en la discusión. Llegamos a la conclusión de que mantener las tradiciones y rituales de toda la vida es una manera de conservar la riqueza cultural de un país, algo que un regidor de Cultura afiliado a un partido nacionalista catalán, como el de nuestro pueblo, debe tener presente. Una noche de Reyes sin cabalgata, sin tradición, pierde toda su gracia.
¿Me habré vuelto una carca? ¿Por qué me gustarán tanto las tradiciones y los rituales?, pensé, al ver lo mucho que me había afectado que me dejaran sin cabalgata. El profesor Dimitris Xygalatas, científico y antropólogo experimental de la universidad de Connecticut, lleva años estudiando por qué los rituales, desde las supersticiones más tontas a fiestas de cumpleaños o cabalgatas de Reyes, siguen teniendo tanta importancia en la historia de la humanidad. Y la conclusión a la que llega es que los patrones de acción repetitivos que se encuentran en los rituales funcionan como artilugios cognitivos que nos ayudan a hacer frente al estrés y la ansiedad.
“A nuestro cerebro predictivo no le gusta la imprevisibilidad. (...) Los rituales pueden actuar como un amortiguador frente a la ansiedad al convertir nuestro mundo en un lugar más predecible”, escribe en su nuevo libro Ritual: How Seemingly Senseless Acts Make Life Worth Living (Hachette, 2022).
Aunque Xygalatas ha dedicado toda su carrera a estudiar los rituales, la pandemia de Covid fue una de las mejores pruebas de su importancia en la vida humana. “Recuerdo el día en el que se cerró mi universidad. Me reuní con mis alumnos para la que iba a ser la última clase del curso. Y les conté cuál era el plan. Vamos a pasar a las clases online. Alguien me preguntó si íbamos a celebrar una ceremonia de graduación al final del semestre. Dije que no estábamos seguros, pero que dudaba que fuera a ser así. Y pude ver que todos se quedaron muy decepcionados”, explica el científico de origen griego en una entrevista reciente con NPR. Según Xygalatas, la pandemia creó este enigma único. La gente recurre a los rituales para encontrar una conexión social y calmar su ansiedad. Era el momento en el que más necesitábamos estas dos cosas, pero no podíamos salir de casa. Así que la gente empezó espontáneamente a adaptar las ceremonias tradicionales –tenía sentido, pues, que el año pasado algunas cabalgatas fueran readaptadas para evitar aglomeraciones— o a crear nuevas ceremonias, como cuando la gente de las grandes ciudades salía a sus balcones y empezaba a golpear cacerolas y sartenes en señal de solidaridad. Pero este año ya no había pandemia. Me han robado la ilusión.