Entre 2009 y 2021, la Reserva Federal y el BCE adoptaron una política monetaria muy expansiva con la finalidad de evitar la deflación e impulsar el PIB en EEUU y la zona euro, respectivamente. Para conseguir sus objetivos, ambos bancos compraron masivamente deuda pública y privada y durante varios años fijaron su tipo de interés principal en el 0%.

Dicha política comportó tres notables repercusiones financieras: una extraordinaria abundancia de capital, un reducido coste del endeudamiento y el hundimiento de la rentabilidad proporcionada por la renta fija. Una combinación que favoreció a los inversores propensos al riesgo, especialmente a los que recurrieron al crédito, y perjudicó a los conservadores.

En la nueva coyuntura, para obtener una moderada rentabilidad, los inversionistas debían arriesgarse bastante más que antaño. Había más liquidez que nunca, pero menos alternativas de inversión rentables que las habituales, pues las letras del Tesoro, los bonos y las obligaciones proporcionaban un rendimiento negativo o muy escaso.  

Un cóctel que estimuló la creación de nuevos activos donde invertir el capital. Los más destacados, por su elevado número y capacidad de atracción, fueron las startups tecnológicas y las criptomonedas. Ambos vivieron una etapa de esplendor, donde se sobrevaloraron sus ventajas y se subestimaron sus inconvenientes. Las principales eran la expectativa de una gran rentabilidad y el riesgo de perder la mayor parte o la totalidad del dinero invertido.

Las anteriores empresas no supusieron una novedad, pero sí la constituyó su cuantía, siendo esta mucho más elevada que la advertida en cualquier período precedente. Entre enero de 1996 y marzo del 2000, la burbuja bursátil de la nueva economía convirtió a muchos emprendedores en millonarios. En los años siguientes, inicialmente la gran caída de las cotizaciones del Nasdaq y posteriormente la preferencia de los inversores por el mercado residencial, las relegó a un papel secundario.

En sus períodos de auge, la manera de valorar las startups tecnológicas difiere del resto de compañías. Unas son evaluadas por el aumento de sus ingresos, las otras por el incremento de sus beneficios. Debido a ello, una elevada pérdida obtenida por las primeras durante varios años consecutivos no pone necesariamente en riesgo su existencia ni reduce significativamente su valor de mercado.

Un claro ejemplo de lo anterior lo constituye Glovo, una empresa de reparto a domicilio creada en 2014 que nunca ha ganado dinero y siempre ha perdido mucho. Entre 2019 y 2021, tuvo un quebranto de 795,4 millones de euros. A pesar de ello, jamás ha tenido problemas para encontrar inversores y en enero de 2022, Delivery Hero la valoró en 2.300 millones, al adquirir el 39,4% de su capital.

A diferencia de lo que muchos creen, el mejor emprendedor tecnológico no es un informático o ingeniero creativo, sino un gran comercial con una magnífica agenda. En ella deben figurar los principales datos de numerosos gestores de grandes patrimonios y fondos de inversión, así como de personas con una elevada riqueza.

La compañía puede tener una maravillosa app y un fantástico algoritmo. No obstante, ni una ni otro le servirán de nada si no obtiene en sucesivas rondas de financiación el dinero necesario para continuar y expandir su actividad empresarial. Tiene más posibilidades de éxito una empresa con aplicaciones mediocres y gran acceso al mercado de capitales que otra con muy buenos instrumentos y escasa liquidez.

El emprendedor da un primer paso hacia el éxito si es capaz de generar grandes expectativas en los inversores. Para lograrlo, normalmente les explica que su empresa tiene una cualidad que solo una pocas poseen: una elevada escalabilidad. En otras palabras, mediante un reducido aumento de los costes, su modelo de negocio es fácilmente exportable a numerosos mercados. Por tanto, su futura venta puede proporcionarle una plusvalía espectacular.

No obstante, las posibilidades de triunfar dependen en gran medida del entorno financiero. Si este es propenso al riesgo, tal y como ocurrió durante el último lustro de la pasada década, le resultará bastante fácil encontrar inversores. Por regla general, existen tres tipos: los deslumbrados, los oportunistas y los pragmáticos.

Los primeros piensan que la nueva empresa es muy diferente a cualquier otra, siendo muy novedoso el proyecto presentado. Incluso unos pocos lo califican como revolucionario y llegan a creer que están invirtiendo en la nueva Meta (antes Facebook), Google o Amazon, a pesar de que nada tangible lo pueda presagiar.

Los segundos no comprenden casi ninguna de las claves del negocio propuesto, pero les encanta la expectativa de rentabilidad ofrecida por el emprendedor. Lo primero les importa muy poco y mucho lo segundo. Los principales motivos de su inversión son una elevada liquidez y el efecto envidia.

Por un lado, les sobra el dinero y creen que una excesiva parte de su ahorro está invertida en productos y activos de escaso rendimiento. Por el otro, no quieren ser menos que sus familiares y amigos. Algunos les explican una y otra vez la elevada plusvalía obtenida al vender las acciones de una empresa similar y ellos se proponen replicar su actuación.

Los terceros son conscientes del riesgo que incurren. Han invertido en otras compañías de características análogas y algunas veces les ha ido bien y otras no. No obstante, lo que han ganado en las primeras ha compensado sobradamente lo perdido en las segundas. Tienen dudas de que la empresa pueda ser alguna vez rentable (obtenga elevados beneficios), pero están convencidos que la capacidad comercial del consejero delegado permitirá su venta a otra compañía o fondo de inversión.

En la mayoría de las ocasiones, el éxito empresarial de las startups tecnológicas no viene proporcionado por la obtención de beneficios, sino por el logro de una elevada cuota de mercado en un país en la actividad desarrollada. Si este constituye el caso, y el contexto financiero es el adecuado, una compañía extranjera o fondo de inversión pagará una considerable prima por su adquisición. A veces, el importe sufragado multiplicará por cinco o más los ingresos obtenidos por ella en el último ejercicio.

En el segundo semestre de 2022, un espléndido entorno financiero para las startups tecnológicas se ha transformado en desfavorable. Los principales motivos son el elevado aumento de los tipos de interés de la Reserva Federal y el BCE y la finalización de sus programas de compra de deuda.

Unas actuaciones que han drenado la liquidez, encarecido el endeudamiento y convertido en interesantes numerosos activos de renta fija que hace poco no lo eran nada. Hay menos capital, más alternativas de inversión rentables y un aumento de la aversión al riesgo debido al escaso crecimiento esperado de la economía mundial en 2023.

El nuevo contexto financiero conducirá a los inversores a un radical cambio de opinión sobre el atractivo de las startup tecnológicas y las criptomonedas. En escasos meses, los activos estrella del mercado, tal y como han sido considerados durante los últimos siete años, pasarán a ser escasamente recomendados. Una gran parte de dichas empresas cerrará por falta de financiación, pues les será imposible conseguir el capital previsto o un importe próximo a él.

Los propietarios de grandes patrimonios se volverán más conservadores y apreciarán más la seguridad que la expectativa de una elevada rentabilidad. Los fondos de inversión serán más vendedores que compradores, ya que tendrán como prioridad reducir su endeudamiento y riesgo. No obstante, ante la imposibilidad de vender su inversión en determinadas startups, algunos darán una patada hacia delante a la espera de tiempos mejores. Las seguirán financiado, pero solo a las que tengan magníficas perspectivas empresariales. A las otras las dejarán caer.

El cambio de política monetaria ha llegado para quedarse. Lo normal es lo que lo vendrá y lo excepcional lo que ha sucedido durante los últimos 14 años. Continuarán creándose startups tecnológicas, pero muchas menos que en los últimos ejercicios. Las nuevas estarán sustentadas en cimientos más sólidos y sus expectativas serán mucho más modestas y factibles que las generadas por emprendedores soñadores o con escasos escrúpulos.

En definitiva, en los próximos años, numerosas empresas generadoras únicamente de humo desaparecerán. Su ocaso hará que unos magníficos comerciales dejen de ser considerados emprendedores. Una calificación que jamás se han merecido, a pesar de que algunos se han convertido en millonarios gracias a la venta de una de las anteriores compañías. No han creado riqueza, sino que la han destruido, pues lo que ellos han ganado es inferior a los que otros han perdido.