Gracias a TV3 me enteré de que el primer Homo Sapiens de Europa era catalán. Tal vez a alguien le parezca extraño que hace 60.000 años hubiera algún catalán, pero si lo dice TV3, ha de ser cierto. Se conoce que una nueva datación de la mandíbula de Bañolas le concede una edad de entre 45.000 y 65.000 años, así que no hay más vueltas que darle y la televisión pública, que está ahí para educarnos, aseguró en su titular que “El primer sapiens de Europa era catalán”. Los catalanes, que como es sabido somos los mejores en todo, somos también capaces de ser catalanes antes de que existiera Cataluña, antes incluso de que a nadie se la hubiera pasado por la cabeza crear algo parecido a un país. A quienes no tienen la fortuna de ser catalanes les cuesta entender -tal vez TV3 podría dedicar a ello un sesudo reportaje- que se pueda ser de un país sin que exista tal país, pero han de saber que mientras el propietario de la mandíbula huía de algún animal que se lo quería merendar, unos sonidos para él desconocidos retumbaban en el interior de su cabeza: él entonces lo ignoraba, pero se trataba del “Cant de la senyera”.
A saber desde donde habría venido a caer en Bañolas el pobre tipo del cual no nos queda más que una mandíbula inferior, pero qué caramba, si Jordi Pujol sentenció que es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, este homínido es catalán de pura cepa, bien que vivía y trabajaba en Bañolas. A menos que por “trabajar” se entienda solamente hacerlo bajo contrato, que en este caso es más dudoso que nuestro hombre, perdón nuestro homínido, pueda considerarse trabajador. Aunque no descartemos que, rebuscando un poco, los dicharacheros reporteros de TV3 hallen los restos de un documento que demostraría no solo que el sapiens de Bañolas estaba afiliado a la Seguridad Social, sino que la empresa para la que trabajaba, catalana por supuesto, es también la más antigua de Europa.
Mientras no se produzca el descubrimiento del contrato de trabajo, para certificar de una vez por todas la catalanidad de la mandíbula y de su propietario, quizás podríamos rebuscar entre sus dientes. Hallar entre dos molares un cachito de pan con tomate con un poco de fuet, terminaría de convencer a los escépticos de que el hombre, digo homínido, era un auténtico catalán. A fin y al cabo, en aquella época no se habían inventado todavía los cepillos de dientes, con lo que encontrar restos de comida incrustados en la dentadura no ha de suponer dificultad alguna.
Que lo único que se conserve de aquél primitivo espécimen sea precisamente una mandíbula, es otro dato que corrobora la catalanidad del mismo. Sabido es que los catalanes somos unos bocazas, que mucho proclamar independencias de boquilla, mucho echarle órdagos al estado, pero ahí se termina la cosa, bueno, ahí, en la cárcel o en Waterloo. La boca es lo único que nos une a todos los catalanes, incluso a los que vivieron hace 60.000 años, con lo que es de justicia poética que todo lo que se conserve del primer catalán sea una parte de ella. Lo suyo sería haber encontrado también la lengua, que es lo que se usa para hablar y decir cosas como “els carrers seran sempre nostres” o “dret a decidir”, pero con el paso de los milenios esos órganos se degradan hasta desaparecer, incluso siendo catalanes. Debemos pues conformarnos con un pedazo de boca, que no es poca cosa, hasta podríamos convertirlo en símbolo de procés.
Se diría que nuestros actuales gobernantes se han confabulado para afirmar la catalanidad del sapiens de Bañolas. Uno observa y escucha detenidamente a los líderes del procés y se da cuenta de que no hemos evolucionado nada respecto a aquellos homínidos de hace 60.000 años.