Los Presupuestos de la Generalitat se fundamentan debajo de la mesa camilla del Govern. El diputado Lluis Salvadó (ERC), ex secretario de Hacienda, es el nuevo presidente del Port de Barcelona, pese a que, el pasado día 18, el TSJC le abrió juicio oral por los preparativos del 1-O. La Mesa del Parlament rechazó su suspensión como diputado, en una votación veloz en la que el PSC se abstuvo al pasar un ángel. Es decir, tanto monta monta tanto: el PSOE lidera las cuentas en España con la ayuda de ERC y los republicanos rematan en Barcelona con el apoyo socialista.
¿Buena jugada de tablero? Veamos. Salvadó es el hombre que presentó la Agencia Tributaria Catalana, verbigracia estructura de Estado, por el módico precio del chocolate del loro. Bajo la vigilancia del entonces vicepresidente y titular de Economía de la Generalitat, Oriol Junqueras, la gestión de Salvadó se resumió en el cobro automático a los retardatarios de los ibis, las basuras y las multas de aparcamiento, a través de un mecanismo de ejecución rápido sobre el sufrido vecindario. Él se dijo a sí mismo “la policía no es tonta”; semejante refocile. Inventó la Agencia de tributación catalana sin encomendarse a nadie, a base de ocupar las sedes remozadas de la Agencia estatal, poniendo en peligro una de las pocas garantías redistributivas que le quedan a España. Pero antes de que pudiera arrancar su engendro lo imputaron por desobediencia, prevaricación, revelación de secretos y malversación. Todos, presuntos delitos cometidos durante la aurora boreal que iluminó al 1-O.
Después emergió a la superficie por mor de su mal gusto, a raíz de aquel desafortunado comentario aparecido en unas grabaciones filtradas en las que instaba a ofrecerle el Departamento de Enseñanza a la mujer que tenga “las tetas más grandes”. No tuvo en cuenta que, en la era digital, las conversaciones privadas vierten en público su lado procaz. Y dicen las malas lenguas que todo empezó bajo los humores de un arroz a banda con langostinos de San Carlos de la Ràpita, junto a Josep Caparrós, alcalde de la localidad en la que nació Salvadó, cuando ambos analizaban la meritocracia de las ubres.
El Puerto de Roterdam, el primero de Europa, está dirigido por un diplomático, que nunca tatarearía la célebre canción de Leo Ferre sobre el fornique en sus muelles; de Cartagena se ha encargado Ximo Puig, valenciano curado de espantos, mientras que, en Cádiz o en El Ferrol, la cosa va de naval y siderurgia. El Puerto de Barcelona, por su parte, es una caja de sorpresas; en plena debacle industrial recupera cruceros que escupen divisas y mal gusto, al tiempo que compite con la Riviera, situando en su rincón noble el lobby del Hermitage y la platea del nuevo Liceu. Una infraestructura turística cinco estrellas que se ventilará el antiguo Gasómetro de Lebon y desertizará el entorno de la instalación regasificadora que nacionalizó Enagás, a cargo del INI, infausta memoria.
El Port pierde fuelle industrial para ganar en competitividad galante. Será el deleite de los patrones de yate después de la deslocalización de los magnates de Putin que estuvieron amarrados en Barcelona: los Usmanov, Rotenberg, Shvakov, Abramovich, Chemenov, Prigózhin o Tokarez. A partir de ahora, los nuevos usuarios de gran eslora quieren mostrar su pacífica hegemonía convirtiendo el Paseo de Colón en el Bulevar de los Ingleses de Niza. Y todo está en manos del ingeniero que encandiló a Junqueras, hasta convertirse en su tutelado.
Salvadó ocupa el trono de un hinterland en horas bajas, que solo echa el resto por el turismo de calidad. La Marina Port Vell ya es responsabilidad de este ciudadano de pupila torva y mejilla batiente; un tecnócrata que estudió a Lasalle y a Eiffel para acabar pisando el pantanal de la Copa América enfundado en un terno de tafetán marinero.