Las noches de otoño revientan el damero político a la espera del apocalipsis económico, que no llega. ERC funda un triunvirato entre Junqueras, Marta Rovira y Pere Aragonès; un remake romano de César, Pompeyo y Craso, creado para maniatar al president. Y para dilatar la doble dirección del pacto presupuestario en Madrid y Barcelona. El socialismo es la bisagra del doble pacto, con la Generalitat y el soberanismo. Pues bien, para no tener las manos atadas ante la Moncloa, Junqueras rebaja el poder de la figura dialogante del president Aragonès, poniéndole a su lado en ERC a la intransigente Marta Rovira, el lado oscuro de la elocuencia.

El triunvirato es fruto del argumento que dice sí: si se trata de España da lo mismo el PSOE que el PP. Es la gangrena interior que cultiva Oriol, jefe del partido derrotado por el PSC en su propio pueblo, Sant Vicenç dels Horts; Junqueras representa el maquiavelismo gallináceo de un líder inhabilitado que gobierna su formación desde la opacidad; un arriano, designado por el Altísimo, que refugia sus humores en la cueva. Es historiador, sí, pero su historia mantiene el metarrelato, la tramoya subyacente del nacionalismo romántico del siglo XIX.

Antes de que implosione la mesa de negociación, Gobierno-Govern, la Moncloa ha sustituido la política por la geopolítica europea para hacer frente a una derecha que tontea y a una derecha de la derecha que  perrea. Cerca de Génova, 13, también hay quien trabaja, como Fátima Báñez, presidenta de la Fundación CEOE, que fue ministra de Empleo con Rajoy y lleva una larga temporada aplacando la torpe radicalidad de Antonio Garamendi, presidente de la patronal. La señora Báñez, que está de acuerdo con la reforma laboral del Gobierno, pertenece a un sanedrín de sabios volcados sobre Feijóo. Pero, por lo visto, el político gallego está sordo o prefiere inventar. El líder de la oposición dice que los datos de empleo de octubre son muy malos porque los fijos discontinuos maquillan la verdad de un paro disparado, cuando precisamente los fijos discontinuos son la gran novedad de un mercado laboral finalmente equilibrado. Si empezara reconociendo la bondad de las cifras de empleo de octubre se le entendería y podría añadir sin remilgos que todavía hay más de dos millones de parados y que el paro juvenil es el más alto de Europa.

Pero en vez de apuntarse un tanto, se despista. Cita a Orwell confundiendo el título orwelliano –1984— con la fecha de la supuesta entrega del autor, fallecido en 1950. Dice que fue Pedro Sánchez quien suprimió la deducción fiscal por hipotecas de la primera vivienda cuando en realidad fue Rajoy quien quitó esta desgravación en 2013. Propone ahora volver a desgravar en contra de lo que dice que hizo Sánchez, cuando en realidad lo hizo Rajoy. En fin.

Feijóo es factualmente pánfilo, casi tanto como el sabio Pablo Iglesias quien, el pasado domingo, en el foro de reflexión de Podemos, atacó a Yolanda Díaz, su mejor y único activo. El izquierdismo ya no es una enfermedad infantil; se ha convertido en es un tocomocho autodestructivo. No ha sabido ni obviar la bula navideña Inter Gravisimas, por la que los cofrades de La Macarena de Sevilla desmontaron el fajín rojo de Queipo de Llano, mientras la autoridad exhumaba su cadáver. Era de noche, hacía fresquito y no se oían los alegres cantábiles de Queipo, Sanjurjo y Mola... de los cuatro muleros, mamita mía, que van al río... Mejor así.

Con su triunvirato, Junqueras ha recortado las alas de Aragonès, pero no tiene tiempo de modificar el tablero; deberá pactar los Presupuestos de la Generalitat con el PSC; de lo contrario puede saltarle por encima el rodillo geopolítico de Sánchez.