El pasado martes 30 de agosto fallecía Francesc Granell i Trías prestigioso economista, Creu de Sant Jordi y Medalla de Alfonso X el Sabio. Con el fallecimiento del maestro Granell, la ciudad pierde a un verdadero señor de Barcelona, constitucionalista ilustrado, tolerante, liberal catalanista, español sin complejos.
Le conocí durante los años 90 del pasado siglo, cuando era director de los FED de la UE en Bruselas y acababa de participar en el grupo de expertos comunitarios que negociaron la entrada de Finlandia y Austria en la Unión Europea. Una Europa liderada por la troika Mitterrand-Kohl-Felipe González y conducida con maestría por Jacques Delors.
Ya en Barcelona, durante muchos años compartimos “ágapes dialécticos”, largas conversaciones en las que en muchas ocasiones participaban políticos/as, concejales/as, periodistas, dirigentes empresariales y sindicales, de muy diverso perfil ideológico. Una Catalunya de tots, hoy amenazada de desaparición y secuestrada por un secesionismo excluyente.
Sean estas líneas homenaje al catedrático y maestro Francesc Granell. En el pasado mes de septiembre no pudimos celebrar nuestro ágape mensual, por incomparecencia del amigo Francesc, un fatal accidente nos lo arrebató. Sin embargo, no renuncio a atreverme a describir en unas pocas líneas lo que hubiese sido el motivo de nuestras conversaciones en estos meses del calendario otoñal en donde el verano se niega a retirarse y nos agobia con sus calores extemporáneos, indicadores de un cambio climático que anuncia su presencia perturbadora.
A Francesc le dolía su Barcelona, que poco a poco le estaba siendo arrebatada por un populismo antisistema enemigo de la ciudad abierta, cosmopolita y gran metrópoli mediterránea. Era “maragalliano” como todos los que estimamos a Barcelona.
La Barcelona de hoy es una ciudad sin ambición que carece de un plan estratégico de futuro y por lo tanto incapaz de asumir y liderar las oportunidades que éste ofrece. Por eso Granell lideró la constitución de la asociación Salvem Barcelona, que alerta del riesgo existente para la vitalidad del Eixample si se siguen aplicando, sin planificación, ni análisis de datos, ni diálogo vecinal, medidas que restringen selectivamente el tráfico rodado. Una ciudad en donde el proyecto de las superilles de Colau y sus acólitos supone dinamitar l’Eixample de Cerdà, que por tratarse de una malla isotrópica es portador de valores sociales como la igualdad y la accesibilidad que consolida el mejor ejemplo de urbanismo. El fracaso urbano de una movilidad defectuosa y desequilibrada hace perder uno de los valores del Plan Cerdà: el espacio público igualitario. Supone además la asfixia de los centros históricos como consecuencia de la desertización económica provocada por la irracional restricción de la movilidad.
Granell era un catalanista que amaba a España. Como catalanista democrático creía en una Cataluña inclusiva, integrada por lazos históricos y culturales a la nación española, abierta al mundo y europeísta, una Cataluña en la que cabemos todos.
Preocupado por una Cataluña cainita instalada en una permanente confrontación interna entre las fuerzas nacionalistas para la conquista del poder y la obtención de la hegemonía. Un país decadente donde el fracasado procés lo ha conducido a una inestabilidad política que lo hace difícilmente gobernable. Una Cataluña donde el antaño partido de la centralidad y el nacionalismo pragmático, la Convergència pujolista, se desangra en partidas y grupos enfrentados, entre los que apuestan por la estrategia antisistema, del cuanto peor, mejor, y los que añoran la vuelta al pujolismo. En el puesto de mando de un Govern a la deriva, una ERC decidida a sustituir en el poder a su histórico rival y hacerse con el control de la gestión de los Presupuestos de la Administración catalana. Un partido, ERC, quizás el más confuso de Europa, inconsciente de que por mucho que intente aparentarlo, los 33 escaños no representan en el Parlament a la falsa mayoría del “bloque del 52%”.
Como liberal y demócrata le preocupaba el protagonismo de los extremos en la vida política española. Por una parte, la presencia en el Gobierno de la nación de un partido que en ocasiones apuesta por la deslegitimización del que llama Régimen del 78 y por extraños aliados que lo hacen por el debilitamiento del Estado través de la fragmentación territorial. En el otro extremo, los que intentan condicionar a una derecha democrática atemorizada por la pérdida de votos entre sus votantes más conservadores, nostálgicos de la seguridad de los tiempos oscuros de una dictadura sombría que nunca volverá.
Como europeísta convencido temía sin duda por la pérdida de protagonismo de una Europa en guerra en su flanco oriental. Una guerra que la debilita, acentúa su dependencia energética, pone en peligro su crecimiento económico y amenaza su Estado del bienestar. La incertidumbre ante la crisis propicia la aparición de opciones populistas que pretenden trasladarnos a pasados oscuros. Las elecciones italianas son el más claro ejemplo de lo apuntado.
Que la tierra te sea leve, amigo Francesc, nunca olvidaré tus lecciones de maestro y tu amor por la libertad, por la Barcelona cosmopolita, la Catalunya de tots y la España de las libertades. Intentaré seguir tu ejemplo. Un día de estos recuperaremos nuestros ágapes compartidos y volveremos a disfrutar de nuestra amistad.