Si dejásemos a un lado el empeño de nuestra clase política de conjugar el verbo procrastinar y olvidásemos por un momento, ¡cosa que no es poco!, cuestiones ya recurrentes como la eterna crisis del Govern o las confusas ocurrencias del Gobierno, la inflación, el desmadre de la cesta de la compra, la guerra, el incremento de los tipos de interés… ignoro de qué podría hablarse o qué podríamos comentar. Entre otras cosas porque nos conduce a olvidar cierta pandemia de estupidez global, a veces teñida de ingenuidad y siempre con una base de malestar por lo que pasa y lo que está por venir.
Una de las noticias más estúpidas de la semana quizá haya sido ese acto de dos jóvenes de arrojar sopa de tomate sobre el cuadro Los girasoles de Van Gogh expuesto en la National Gallery de Londres para llamar la atención sobre la crisis climática. Eso sí, haciendo un vídeo difundido por las redes consumiendo ingentes cantidades de energía. La “Generación del Clima” o “Generación Greta” ignora o prefiere ignorar que la industria digital consume tal cantidad de agua, materias primas y energía que equivale a una huella ecológica tres veces mayor que la de un país como Francia y será uno de los grandes retos ambientales de los próximos años.
Baste recordar que un solo chip de apenas dos gramos necesita 32 kilos de materiales, que un teléfono móvil acumula en su interior más energía que los instrumentos informáticos que permitieron llevar al hombre a la luna y contiene hasta sesenta elementos de la tabla periódica, el doble que hace treinta años: la inflación de recursos se explica por la multiplicidad de usos que tienen estos aparatos hoy en día. Esto y mucho más lo explica Guillaume Pitron con todo lujo de datos en su obra L’enfer numérique. Voyage au bout d’un like (Editorial Les Liens que Libèrent, Francia), donde pone de relieve el consumo compulsivo de tecnología digital que nos invade y sus consecuencias climáticas.
El problema es que, independientemente de ese consumo desmadrado, de la necesidad imperiosa de estar conectados o de cierta ingenuidad activista, las estupideces campan a sus anchas por doquier y la improvisación se hace norma. Parecemos condenados a la inacción en un paraíso de incertidumbre. Lo de Cataluña es un caso singular: con Pere Aragonès, el chico de Pineda de Marx que dice un buen amigo, empecinado en gobernar en solitario con apenas 33 diputados de los 135 que tiene el Parlament. Justo es reconocerle que ha logrado en tiempo record hacer un ejecutivo salpimentado con restos de todo tipo, mientras sigue la matraca del referéndum y la amnistía que interesa sobre todo a Oriol Junqueras, quizá con una secreta aspiración de sustituir a su pupilo al frente de la Generalitat. Cuando no tocaba poder, ERC mantenía como hábito saludable romperse cada cierto tiempo. No parece probable que eso vaya a ocurrir ahora, como también es más que dudoso que el Gobierno vaya a ceder en lo de la amnistía y referéndum en pleno periodo electoral.
Esta semana hemos sabido de la negativa a incluir en la prestación por desempleo a los afectados por ERTE en la pandemia, aunque la norma dijera lo contrario; o el aumento de las cotizaciones a la Seguridad Social; que el llamado Bono Cultural Joven previsto hasta el 15 de octubre se prorroga ahora hasta el día 31, sin que nadie haya explicado por qué o qué es lo que ha fallado; ahora se dedicará más dinero al Bono Social Térmico para familias en situación de precariedad --mejor no mentar ese engendro semántico de la “clase media trabajadora”, especie de disonancia cognitiva--, que según El Confidencial y a la espera de conocer la letra pequeña del real decreto puede costar a cada núcleo familiar beneficiado unos cuatrocientos euros a devolver la próxima primavera, con intereses incluidos; Crónica Global explicaba ayer que el Estado ha dejado de ejecutar más de 17.000 millones en infraestructuras durante el último lustro, mientras que en Cataluña la ejecución por las empresas públicas se quedó en el 13% en la primera mitad del año en curso; y de los Next Generation mejor no hablar, que el baile de datos es mareante. Sin que falte la revelación de un pacto por lo bajinis del Govern con el Gobierno para incumplir con el 25% de castellano en clase, sin que el PSC haya dicho esta boca es mía. ¡Un auténtico sideral!
Albergo serias dudas sobre la eficacia de aliñar con sopa de tomate Los Girasoles para resolver los problemas que agobian a la ciudadanía (población que dice ahora Inmaculada Colau, en un afán estadístico y eufemístico). Resultaría mucho más eficaz y edificante proceder a actuar, gobernar y gestionar. Habría que pedirlo a gritos a todos cuantos tienen en sus manos poner orden en las cosas públicas. Acaso cabe preguntarse para cuando un Bono Social para los Amantes del Vino, que todo vale en estos tiempos lúgubres de precampaña permanente y ya es difícil imaginar nuevas ocurrencias que sorprendan a la “población”.
Cada cual navega como puede en estas aguas procelosas. La guerra fratricida en el seno del independentismo pone en riesgo incluso los Presupuestos de Cataluña: Salvador Illa ya mostró su disposición a cooperar para que eso no sea así, sin entusiasmo ni pasión alguna, desde la frialdad que le es tan propia como hombre disciplinado que hará lo que convenga a La Moncloa; es un bien mandado en la mejor tradición del socialismo catalán, esforzado en no molestar y acomplejado ante el catalanismo de los otros.
Desgraciadamente, no hay motivo para alegría alguna. Hasta el Barça, para muchos la primera institución de la autonomía, parece sumirse en un pozo sin fondo de la mano de Joan Laporta. Al final, acabaremos consolándonos proclamando “¡Menos mal que nos queda Montserrat!”. Y a rezar a La Moreneta para que nos ampare.