A menudo se relaciona la innovación con la invención, cierto es que es un componente significativo, pero la innovación requiere de otros elementos para triunfar, difusión y divulgación; su valor final está en su adopción, en la aplicación.

En 300 años hemos avanzado y desarrollado más innovación y tecnología que en toda la vida de la humanidad. Con todas las ventajas sociales y costes que este proceso está generando. De las máquinas de vapor a la fase de la industria 4.0 o 5.0, algo que viene impulsado por la dimensión de transversalidad. La inteligencia artificial, la impresión 3D, la robótica, la “sensórica”, la conectividad, la simulación, la biomedicina, la fotónica, la alimentación, y otras más, están generando una fusión entre el mundo tangible y el mundo virtual.

Todo este universo y sus combinaciones posibles e impredecibles hacen necesario repensar y actualizar las palabras industria e innovación. Las empresas deben tener en su ADN las palabras, tamaño, rapidez y terreno de actuación. El informe que McKinsey Global Institute ha publicado en septiembre del 2022, Asegurar la competitividad de Europa, nos recuerda que, a los desafíos sanitarios, de seguridad, y de orden social que Europa tiene, debemos ampliar el ángulo de visión, para no ir siempre a remolque.

Tenemos muchos activos que hemos de saber reforzar y no diluirnos en las carencias. Necesitamos aumentar el tamaño de las empresas, no ya en la escala local, regional, sino europeas, y lo hemos de hacer rápido. Tenemos unos centros educativos muy relevantes, tenemos la economía más grande, más abierta y mejor conectada con las cadenas de fabricación y logística más sofisticadas del mundo.

¿Qué hemos de mejorar en esta Europa por muchos admirada y por nosotros mismos cuestionada? Tal vez en la pregunta y respuesta de las dudas está el dilema. Tenemos un mercado excesivamente fragmentado (el debate energético de estos últimos meses lo pone de relieve, la falta de campeones globales europeos en el campo tecnológico es un buen ejemplo), muchas empresas no pueden competir con las de EEUU o China, el tamaño de los fondos de capital riesgo que operan en nuestros territorios, y unos sistemas regulatorios medioambientales lentos. Esta realidad choca con las voluntades de emprendimiento que tenemos y atraemos.

¿Qué hacer?

Recuperemos la conciencia de la importancia de la palabra industria y de todo lo que ello implica, la vieja industria y la nueva.

Valoremos la formación, en su trayectoria ocupacional y universitaria. Cuidemos el talento.

Ayudemos a la capitalización de las empresas más allá de las fronteras donde muchas instituciones financieras operan.

Agilicemos los procesos de las tramitaciones administrativas; para ser ágiles tengamos criterios transparentes y seguros, sin caer en el peligro de la esclerosis asfixiante.

Busquemos alianzas inteligentes, el socio, tal vez, está en otro territorio, sumar y complementar en empresas pequeñas y medianas es una necesidad, oportunidad.

Consolidemos los espacios de innovación y de transferencia tecnológica para todo el tejido productivo.

Muchos territorios están impulsando planes, acuerdos de apoyo a sus respectivas industrias, seamos valientes y decididos y si se me permite, disruptivos. Empresarios, sindicatos y sector público avanzando en la misma dirección.

La hoja de ruta de Europa pasa por una industria con agenda social y ambiental, algunos la llaman industria 5.0.