Muy interesante la noticia publicada ayer aquí por María Jesús Cañizares bajo el título “Junqueras recibe vigilancia especial por la presión del secesionismo radical”. Es decir, que el líder del procés y mártir de la independencia, tras pasar varios años en la cárcel, ahora, una vez recobrada la libertad, si anda solo por la calle corre el peligro de que le den de bofetadas… ¿quién, algún falangista? ¡No! ¡Alguno de sus propios correligionarios más exaltados!
Porque hay una porción de lazis que están convencidos de que los años de cárcel de Junqueras y compañía han sido un paripé, vida de hotel, y que pese a proclamas y discursos en realidad Junqueras y la dirección de su partido trabajan para el mantenimiento del status quo autonómico, y a fin de cuentas están al servicio del pérfido Estado español y por consiguiente no piensan de ninguna manera cumplir “el mandato del 1-O”, es decir, declarar otra vez la independencia.
Además de que Junqueras y demás dirigentes lazis han sido políticamente emasculados mediante los indultos, conseguidos gracias a quién sabe qué oscuras componendas, mientras que otros, o sea, para entendernos, los más temerarios de la clase de tropa del lazismo, son citados a declarar por los jueces y multados, sin que para ellos haya indultos ni cajas de resistencia que afronten las multas…
Ante la dificultad de volcar sobre el enemigo la energía acumulada durante todo el procés, y que debía liberarse en el éxtasis de la independencia, ésta, frustrada y siguiendo patrones ya muy estudiados por la psicología, se vuelve contra si misma: el Movimiento Nacional lazi se vuelve masoquista, se agrede a sí mismo, y así es como Junqueras necesita guardaespaldas para protegerse de sus correligionarios.
En este sentido, es ejemplar el caso de la fotógrafa Lorena Sopena, que el pasado 11 de septiembre, contratada por TVE (la dirección de la cadena debió de pensar que ella, al ser lazi militante, corría menos peligro), estaba tomando fotos inoportunas de los asistentes a la celebración en el Fossar de les Moreres hasta que fue agredida y tumbada a puñetazos por unos asistentes, uno de ellos ya identificado: el asesino convicto David Ventura, un lazi condenado a 140 años de cárcel, de los que sólo cumplió siete --pues, como dice la canción de Paolo Conte, “esto es España, una casa de tolerancia”--, por asesinar fríamente a un hincha del Español FC…
Lo más chirriante y a la vez conmovedor de esta historia han sido los esfuerzos de Lorena Sopena por silenciar la agresión de la que ella había sido víctima, sus súplicas a la prensa para que no hablase del “incidente”, pues hacerlo podía dañar al movimiento nacional. Según ella, el “perfil” (o sea el aspecto) de los agresores no era lazi, sino al revés, era más bien españolista, de los que, sin duda y por raro que parezca, en aquellos momentos el fosar estaba lleno…
No, Lorena no quería dañar a los suyos siendo la prueba viviente de su agresividad, de una violencia larvada que sólo espera la ocasión para florecer. ¡Pobre muchacha! Este nuevo fenómeno del masoquismo autoagresivo, hijo de la frustración, aún no psicoanalizado, se manifiesta y detecta en episodios como este (tanto en la agresión a Lorena como en los sacrificados esfuerzos de ésta para evitar que trascendiese), en numerosos actos públicos que se celebran en pueblos y en los barrios de las ciudades, y en las cloacas de las redes sociales:
El fenómeno considerable del masoquismo lazi.