Yolanda Díaz está haciendo méritos para convertirse en firme candidata a presidenta del Gobierno. Realizar propuestas que enfaden por igual a todo el mundo parecía viable únicamente por parte de los políticos catalanes. No hay más que recordar a Cambray, que soliviantó a profesores, sindicatos y familias de alumnos, con algo tan sencillo como adelantar el curso una semana, que no soluciona nada, pero sirve para molestar a todos. Yolanda Díaz ha querido demostrar que no se queda atrás, y con la propuesta de cesta de la compra, ha logrado incluso que se alíen en su contra enemigos acérrimos como las grandes superficies y el pequeño comercio, algo que está solo al alcance de unos pocos elegidos. Esta chica promete.
En su afán por demostrar que es más equitativa que nadie, Yolanda Díaz se ha empeñado en fastidiar a todo el mundo. Satisfaciendo a todo el mundo lo demostraría también, pero eso es más complicado, porque a menudo requiere pensar, y a estas alturas no vamos a pedirle una cosa así a esta señora. Es mucho más fácil enfadar a unos y a otros, con lo cual demuestra igualmente que no tiene preferencias, que tanto le da perjudicar a grandes que a pequeños. La presidenta ideal.
Lo de la cesta de la compra a precio fijo es un gran invento, ha conseguido con creces el objetivo de mostrar a una Yolanda Díaz capaz de dañar a tirios y a troyanos. Creo que la idea podría mejorarse con la implantación de una cartilla de racionamiento. Con este sencillo método, ya usado en este país hace unas décadas, además de perjudicar a los vendedores, lo haría con los compradores, de forma que ya nadie podría dudar de su valía como política en España, donde putear a cuantos más ciudadanos mejor, ha sido siempre un plus. Estoy seguro de que la idea ya se ha tratado en alguna reunión del ejecutivo, pero como implantarla de golpe podría asustar a los pocos ciudadanos que creen todavía en la capacidad del Gobierno, han preferido empezar por la cesta.
Una cartilla de racionamiento supondrá una vuelta de tuerca a la cesta de la compra, ya que los ciudadanos solamente podrán comprar lo que decida el Gobierno y en las cantidades que decida el Gobierno: 100 gramos de carne de ternera, medio quilo de harina, un par de filetes de merluza, dos botes de aceitunas rellenas, un quilo de patatas, un huevo y cinco barras de pan, por persona y semana. Por supuesto que habría quien hiciera acopio de alimentos -tal vez traídos de contrabando- para enriquecerse con su venta en el mercado negro, esto es España y así van las cosas por aquí, pero se sobreentiende que serían estraperlistas con contactos en el Gobierno, cuando no los propios miembros del Gobierno, así que no pasa nada. Y si pasa, después se les indulta.
Si hay que ahorrar, se ahorra por decreto, que cuando haya que gastar, también nos lo van a ordenar por decreto. La cesta de la compra es solo el primer paso para dictarnos lo que debemos comer, pero al no ser obligatoria, habrá todavía quien ose ir al súper a comprar lo que le venga en gana, con la excusa de que tiene su propio dinero y se lo gasta como quiere. Eso un Gobierno no lo puede permitir, se empieza confeccionando cada uno su propia cesta de la compra, y se termina pensando también cada uno por su cuenta. La cartilla es la solución.
Con la cartilla de racionamiento, además, los españoles van a comer por fin sano, lo cual es otro de los objetivos del ejecutivo, puesto que en la misma no constarán ni dulces, ni alimentos procesados, ni refrescos azucarados. Miel sobre hojuelas, por tanto, y no me refiero a que eso sí podrá adquirirse, sino que además de ahorrar dinero obligatoriamente, viviremos mucho más tiempo. O por lo menos, como en el chiste, se nos hará más largo.